La película “Hombre en llamas”, protagonizada por Denzel Washington, no pasó a la historia como un gran filme, pero su música es de una belleza difícil de discutir. Allí, en medio del tortuoso argumento que le toca vivir al protagonista, se escucha la guitarra nítida y la voz clara del cubano Carlos Varela, para cantar “Una palabra”, una canción que conmueve desde la simpleza y la contradicción y que en su primera estrofa dice: “Una palabra no dice nada, y al mismo tiempo lo esconde todo, igual que el viento esconde el agua, como las flores que esconden lodo… Y remata su último verso: “Porque en tus ojos están mis alas, y está la orilla donde me ahogo”.
Las palabras bien usadas son capaces de elevar el pensamiento humano hasta límites insospechados, pero cuando se usan mal, o se las tiñe de una connotación negativa, parecen dardos que perforan la inteligencia de la sociedad.
Algo así ocurre con la palabra gitano, definida en la última versión del diccionario de la Real Academia Española (DRAE), al menos de manera poco feliz. Alguien que “se sirve de engaños y artificios para defraudar a una persona”.
Con la afirmación de que alimenta los “prejuicios”, los gitanos denuncian la definición de esta palabra en el nuevo diccionario de la Lengua Española, en la que aparecen calificados como “trapaceros”.
“Desde que la Real Academia de la Lengua (RAE) existe, la definición de la palabra gitano siempre ha tenido acepciones que aludían al robo y al engaño como una característica cultural”, asegura Patricia Caro Maya, una activista que defiende los derechos de las mujeres romaníes. Esta definición “ayuda a crear todavía más esas estructuras racistas dentro de la mente de las personas”, subraya, recordando que en España “gitano” se utiliza a veces como un adjetivo para una persona poco honesta.
La RAE presentó a mediados de octubre la 23ª edición de su diccionario. En su nueva versión, eliminó la cuarta acepción de las seis que tiene la palabra, en su anterior edición: “Que estafa u obra con engaño”. Pero, en la quinta acepción reenvía al significado de la palabra “trapacero” y la definición de esta última: “Que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto”, sigue indignando a los gitanos españoles.
“Lo que han hecho es ponerle diferente collar al mismo perro”, explica Caro, sirviéndose de una imagen tan prosaica, como exacta.
Una asociación de mujeres gitanas, que comparte su indignación, convocó una manifestación ante la sede de la RAE en Madrid el 7 de noviembre. Esta definición “no hace más que alimentar una serie de prejuicios y estereotipos que ya existen sobre nuestro pueblo”, afirman en un comunicado.
Contactada por las agencias de noticias, la RAE no hizo ningún comentario, pero un portavoz remitió al preámbulo de su nueva edición, donde reconoce recibir peticiones de “eliminar del Diccionario ciertas palabras o acepciones que, en el sentir de algunos, o reflejan realidades sociales que se consideran superadas, o resultan hirientes para determinadas sensibilidades”.
La lengua “refleja creencias y percepciones que han estado y en alguna medida siguen estando presentes en la colectividad”, añade.
Pero, el diccionario, “ni está incitando a nadie a ninguna descalificación ni presta su aquiescencia a las creencias o percepciones correspondientes”, concluye el preámbulo.
En la misma edición del DRAE, si uno se toma la molestia de buscar la palabra hombre, se encontrará, luego de las esperables primeras definiciones, con la número cinco, que indica: individuo que tiene las cualidades consideradas varoniles por excelencia, como el valor y la firmeza. Mientras la misma 5ª acepción de la palabra mujer dice: que posee determinadas cualidades: mujer de honor, de tesón, de valor.
Si alguien ajeno a la lengua decide hacer una síntesis cultural del idioma español a través del hombre y la mujer, concluirá sin muchas vueltas que a uno le cabe el valor y a otra el honor.
Pero no hay que confundirse: una palabra no dice nada, y al mismo tiempo lo esconde todo.


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