Todo el mundo me dice por qué lo dejaste, y yo les digo que le tuve miedo porque Walter estaba irreconocible. En los años que estamos juntos, jamás lo había visto de esa forma, tenía la mirada perdida, a lo lejos, como que buscaba algo. Pero no hablaba, ni una sola palabra, andaba como si fuera un robot”, relató Laura Daniela Pereyra, la esposa del policía Walter Fabián Talquenca.
Ante la jueza, Talquenca dijo que el año pasado estuvo bajo tratamiento psicológico. "De eso no le puedo decir nada, está en manos de abogados", dijo su esposa Laura.
Sabe que sobre ella han puesto las miradas quienes tratan de entender qué llevó a su marido a entrar a los tiros al boliche “Natacha”, de Naschel, en el que habían estado un rato antes, y matar a tiros al comisario Julio Marcelo Barrio y un camionero bonaerense, Fernando Brizuela, y herir a otras dieciocho personas.
Pero la mujer de 33 años –“nacida y criada acá en el pueblo”, dice, durante la entrevista con El Diario en el centro de Naschel– asegura que ella tampoco puede explicarse el motivo del ataque.
Aseguró que su relación de pareja era normal, que ese día no tuvieron ningún conflicto, y que tampoco había ningún motivo para que su esposo asesinara al policía y al camionero, con quienes no había tenido ningún inconveniente: “Ni siquiera sé quién era el camionero. No era mi amante, quiero aclarar, porque yo en ningún momento…, ni el señor comisario, ninguno era mi amante. Eso lo aclaro en todo momento”, dijo Laura.
Está en pareja con Talquenca hace catorce años y tuvieron dos hijos. El mayor, un varón de 11 años, para el que “su papá es un ídolo”, y una nena de 9. “Nos conocimos en Villa Mercedes. Walter trabajaba allá y yo estudiaba”, recordó. De un matrimonio anterior, el policía tiene otros tres hijos.
Después de vivir en Villa Mercedes, la pareja se mudó hace dos años a Naschel, el pueblo de ella, que entró a trabajar en “El Navegante”, una fábrica de sogas, hilos, persianas y telas media sombra.
Un día normal
El viernes 14 “nosotros, como pareja, tuvimos un día normal. Incluso salimos primero con los hijos, a tomar algo, volvimos, los dejamos y salimos solos. No tuvimos ningún roce, ningún sí, ningún no. Yo le dije ‘vamos a bailar’, ‘bueno, vamos’”, contó. Ese día Talquenca estaba de franco. “Van a hacer dos años que presta servicio en el destacamento de San José del Morro”, dependiente de la Unidad Regional 2, de Villa Mercedes. “Acá en el pueblo hacía adicionales los días que estaba de franco, en el casino o en el banco Supervielle, pero nunca trabajó en la Comisaría 24ª”, en la que era jefe el comisario Barrio.
“Nunca dependió del comisario Barrio, pero sí se conocían. Y tenían buena relación. Walter pasaba por la comisaría a buscar el cheque de los adicionales. Aunque no prestaba servicio en la comisaría, era un efectivo más del pueblo. Todo el mundo lo conocía, lo iban a buscar a la casa, me llamaban a mí porque Walter no tenía teléfono, así que yo era la intermediaria de los adicionales”, describió.
Dijo que su marido “no era amigo de Barrio, era conocido, no tenían amistad, pero sí respeto”.
“Cuando llegamos esa noche al boliche –recordó la esposa del acusado– se saludaron perfectamente, como conocidos de toda la vida. Se dieron la mano, un abrazo, con todos los efectivos policiales, nunca Walter tuvo problemas con ningún efectivo, ni de acá del pueblo ni de ningún lugar donde trabajó. El amaba su uniforme. Ama su uniforme, por ese motivo no entendemos qué le pasó”.
Esa noche fueron al club –frente a la plaza San Martín– a tomar algo con los chicos y después los llevaron a la casa, para salir solos. Fueron al casino, al pub “Aura”, donde ella tomó un jugo y él, un “whiscola” (whisky con cola), y de ahí, al boliche.
“Entramos cuatro y veinte, cuatro y media”, dijo. La estadía no duró mucho. Después de que Walter saludó a sus camaradas, fueron a la barra. Los atendió el dueño del boliche en persona, Martín Estrada. Ella pidió una coca y él, un fernet.
“Del momento que tomó el primer trago, él dice ‘esto está feo, está puro’.
El al fernet lo conocía lo más bien porque toma en sus días franco. Entonces yo le pongo un poquito de gaseosa de mi vaso. Y me dice ‘no, está feo’, le digo ‘Walter no lo tomes’. Bueno, desde ese momento él tuvo la mirada perdida, miraba a lo lejos, como que buscaba algo”, recordó.
Laura dice que su esposo no le dijo nada más. “No hablaba, no hablaba una sola palabra, andaba como si fuera un robot. Los mismos testigos dicen que entró (después, cuando volvió al boliche, solo y con el arma en la mano) como si fuera un robot, con la mirada perdida, no habló una sola palabra”.
Cuando estaba con ella “estaba como ido. En un momento nos apoyamos en una barandita, yo lo veo como que estuviera perdido y no me hablaba. El caminaba con el brazo adelante, como abriendo camino, como un robot”, recordó.
“No me dijo ni una sola palabra –agregó– hasta que dimos la vuelta. Yo veía que la gente lo miraba y lo dejaba pasar. Le di vuelta la mano y le pregunté ¿Walter, qué te pasa? Y él solamente me dice ‘todos me miran’ y se rió. Fue lo único que me contestó.
Dejaron los vasos en una mesa y bajaron a la pista. “En todo lo que él hacía, yo lo seguía”.
Unos minutos después –la esposa dice que hacía menos de media hora que habían entrado–, un joven empujó al policía en la pista. “Él se dio vuelta y empujó al chico, hombre, señor, no sé qué era. Y en ese momento, el otro le pegó con algo cortante, no sé si era una botella, supongo que era una botella porque cuando Walter se cayó, que yo lo levanté, sangraba”, dijo. “El tenía el corte, no sé precisarte si en la cabeza o en la ceja, pero sangraba”. Talquenca tiene una breve herida cortante sobre una ceja.
La esposa del homicida dice que hay testigos del hecho: “Es que toda la gente se había abierto. Éramos nosotros dos, yo que lo trataba de levantar, y el chico que le pegó el botellazo. Las demás personas estaban mirando”.
Pereyra dice que no puede identificar al joven con el que su marido mantuvo el incidente, porque no lo recuerda, y no puede asegurar que haya sido el camionero Brizuela, la primera persona a la que el inspector ejecutó al entrar otra vez a “Natacha”. El camionero, que había llegado esa noche por primera vez a Naschel, justo salía para irse a buscar una carga en Concarán y volver a Buenos Aires.


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