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Tragedia en Naschel: "Atendimos heridos en el pasillo, los consultorios, los escritorios"

Por redacción
| 27 de marzo de 2014
"Ese día estuvimos todos: médicos, choferes, mucamas, cocineras", dijo Flavia. | Martín Gómez

El sábado 15 de marzo, cuando su hijo le dijo por teléfono “mami, ya me voy a dormir”, Flavia Bogdanoff, enfermera del Hospital de Naschel, respiró tranquila. En su casa todo estaba en orden. Y allí, en la guardia, también. “Corté la comunicación con mi hijo a las 05:07, no lo olvido. Un minuto después llegó un policía herido de bala. Cuando lo curábamos vino un chico que pedía que atendiéramos a su novia, también baleada. El médico –de apellido Frías– le dijo que esperara a que termináramos con el otro paciente. Pero el muchacho le contestó ‘no doctor, usted no entiende, es mucha gente’. No alcanzamos ni a abrir las puertas. No hubo tiempo a nada: el hospital se llenó de heridos”.

 

"Nos quedamos sin gasas, por ejemplo, porque no estábamos preparados para lo que pasó"


La enfermera aseguró que para ella, "todo fue nuevo". Refería al operativo que montaron en el centro de salud luego del tiroteo que desató el inspector Walter Talquenca en la disco Natacha. La balacera dejó dos muertos y 18 heridos. "Los atendimos en el pasillo, los consultorios, las habitaciones, el shock room, sobre los escritorios", recordó. 
Flavia nació en la localidad que hoy, a doce días de la balacera, aun está dolida por los asesinatos del comisario Julio Marcelo Barrio y el camionero Fernando Brizuela.    
Los vecinos y los investigadores todavía no saben con seguridad qué hizo que Talquenca, que estaba de franco, tomara su arma reglamentaria y tirara a mansalva adentro del boliche. 
Algunos de los lesionados son jóvenes que viven en Naschel y van a hacerse las curaciones al hospital en el que trabaja Flavia.  
Ella, otra enfermera, Frías y un chofer estaban de turno en la madrugada del horror. El conductor de la ambulancia dormitaba cuando empezó a llegar gente. “Se despertó solo. Quería colaborar. Entonces vino y me preguntó qué podía hacer. Le dije que yo iba a revisar a quienes llegaban, y que él se ocupara de llamar a todo el mundo. Con ‘todo el mundo’ me refería al resto de los empleados. Y le pedí que después se comunicara con todos los hospitales”, contó. “Supongo que se hizo una cadena, es decir, uno llamó al otro, y así. A las 05:30 estábamos todos: las enfermeras, los choferes, las cocineras, las mucamas, los doctores”, enumeró. 
El propio intendente, Miguel Bertola, se ocupó de ubicar a los tres médicos particulares de la localidad, de apellidos Oliva, Spedaletti y García. Es que uno de los cuatro que atienden en el Hospital de Naschel vive en San Luis. Y los restantes, en Córdoba. Por eso fue valiosa la tarea de los especialistas que residen en el pueblo, porque brindaron asistencia de modo inmediato. 
El primer baleado que entró –sería el policía Daniel Pérez, quien hacía un servicio adicional en el boliche– no hizo mención de lo ocurrido. “Le preguntamos qué pasó. Él no contestaba. Después llegó el chico que le anticipó al médico que había más lesionados. Es el novio de una chica de apellido Gatica. Pudimos dimensionar lo que había pasado cuando el hospital ya estaba lleno, cuando la gente empezó a gritar, a entrar por todas las puertas”, relató. 
No sólo el policía mantuvo silencio. Los otros pacientes tampoco les contaron a los empleados del hospital qué había sucedido. “No vimos personas en estado de nervios. Estaban todos mudos. Deben haber estado asustados, shockeados”, consideró. 
No pudo precisar la cantidad de ambulancias que llegaron ese día. “Nos dedicamos a hacer nuestra tarea, y uno pierde la noción de todo –explicó–. Sé que vinieron  ambulancias de La Toma, Villa Mercedes, Tilisarao. Y que los médicos que venían en ellas atendían a la gente de sus pueblos. A medida que llegaban, salían con los heridos más graves. El momento más crítico fue entre el ingreso de los primeros lesionados y hasta media mañana”, estimó.  
Luego, el centro de salud comenzó a recobrar la calma. Quedaron los cuerpos del comisario y el camionero –que fueron trasladados después–, la turbación propia de una emergencia de esa naturaleza, los botiquines prácticamente vacíos. “Nos arreglamos bien con las cosas que teníamos en ese momento, pero nos quedamos sin gasas, por ejemplo, porque no estábamos preparados para lo que pasó”, refirió. 

 


Los heridos, tranquilos y silenciosos
La mujer trabaja desde hace 13 años en el centro de salud. Pero nunca había intervenido en el auxilio de víctimas de un hecho de esa magnitud. Y sabe que las consecuencias perdurarán en el cuerpo de las víctimas y el espíritu de sus vecinos. “Hoy vino una mujer que no pudo dormir en toda la noche. Cuando le empezamos a preguntar, nos dijo que su hijo había salido. Claro, hasta que el chico no volvió sano y salvo no se debe haber quedado tranquila”, razonó una compañera de Flavia que prefirió no dar su nombre.
Los familiares de las víctimas ocuparon cada rincón del hospital el sábado de la tragedia. Algunos, movidos por la desesperación y la angustia, exigían, quizás no del mejor modo, que atendieran a su pariente, u ocupaban el pasillo, obstaculizando el trabajo de los especialistas. “Pero si uno le decía a uno de los heridos, ‘tu vida no corre peligro, esperame acá que voy a atender a fulanito’, se quedaba tranquilo. Ellos colaboraron, se portaron muy bien”, destacó. 

 


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