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Denunció a su ex marido, un árbitro, de haberle fracturado la mandíbula

Por redacción
| 03 de abril de 2014
Paola contó que puede comer y hablar a duras penas. | Foto: José Sombra

“Al principio, no me daba cuenta de lo que él me hacía. No sé, no me imaginaba a mí misma así, tan sumisa, aceptando eso. Después me acostumbré, la agresión de mi marido ya me resultaba normal", contó Paola Guzmán, como pudo, porque casi no logra separar la parte inferior de la dentadura de la superior para hablar. Ese razonamiento, que la mujer hizo durante 15 años de matrimonio, terminó para siempre hace unos días, después de que -según dice- Ariel Balza, un reconocido referí de fútbol de Villa Mercedes, se aprovechó peor que nunca de su condición y le quebró la mandíbula de una sola trompada. El árbitro desmintió todo y sostuvo que ella cuenta la historia como le conviene.

 

"Él (Balza) jamás se disculpó. Me decía que me pegaba porque no lo entendía"


"Tengo una especie de prótesis provisoria en la boca. Me la pusieron para que, por lo menos, pueda hablar. Si todo sale bien, dentro de unos días, me operan en San Luis. Me van a poner una placa, como de titanio. Los médicos no saben si voy a quedar igual que antes, pero lo van a intentar", dijo la mujer de 37 años para justificar la dificultad que tiene por momentos para expresarse verbalmente.

 


No puede digerir nada que sea sólido. Usa un sorbete para alimentarse. Desde entonces, está más flaca que nunca.

 


La pesadilla que la mantuvo horrorizada comenzó en el 2006, después de la muerte de su papá. "Ariel no era así al principio. Nos conocimos hace dieciséis años, en un boliche. Aunque muchos familiares y conocidos me advirtieron que lo conocían por violento, empecé a salir con él. A los nueve meses, nos casamos", relató.

 


"Todo iba bien. Él (Balza) estaba siempre conmigo, me protegía y acompañaba a todos lados. Era una pareja normal", siguió. Se mudaron a una vivienda que estaba en la calle Brasil. Allí estuvieron unos años, hasta la muerte de la mamá de Paola. "Nos vinimos a vivir con mi papá, porque se sentía solo", contó. El espíritu de la vida matrimonial se oscureció después de la muerte del dueño de casa.

 


"Todo se desvirtuó. (Balza) se aprovechó de que mi viejo ya no estaba, me vio desprotegida y se sintió con el poder para tratarme como quería. Por cualquier cosa me hacía lío", sostuvo. La primera de tantas peleas absurdas fue porque ella no quiso ir al cumpleaños de un sobrinito de él. "No me sentía bien, no tenía ánimos de ir, y se enojó mal", dijo. "Cuando se molestaba empezaba a transpirar y no medía hasta dónde podía llegar", agregó.

 


La pareja tiene dos nenes, uno de seis años y otro que el martes cumplió 12. Según dijo, ni siquiera pudo disfrutar de sus embarazos. “No me acompañó en ninguno de los dos. Cuando estaba a punto de tener a mi hijo más chico, se enojó. Nos habíamos peleado porque él quería prestarle el auto a un amigo que quería hacer un viaje. Yo no quería porque en cualquier momento podíamos necesitarlo. Yo estaba casi en trabajo de parto.  Me pegó en la nariz. Me la dejó un poco torcida", lamentó.

 


La razón de las continuas rabietas de su marido es algo que todavía no puede explicar. "Él dice que se sentía discriminado por mi familia, por todo mi entorno. Los tachaba de intelectuales. Y siempre me echaba en cara que si no fuera por él, nunca hubiera terminado mis estudios, porque él era el que se ocupaba de los chicos", explicó. Paola estudió periodismo y es profesora en letras.

 


El trabajo fue motivo de otras agresiones. "Trabajaba todo el día, de lunes a viernes, en el Centro de Formación Docente de San Luis. Llegaba a la noche a mi casa. Estaba muerta, no tenía tiempo ni ganas de nada. Eso es algo que él nunca entendió, porque sólo trabajaba los fines de semana, cuando tenía que dirigir partidos de fútbol", comparó.

 


Dijo que en 2011 asentó la primera de las tres denuncias contra su ex esposo. Fue cuando el referí se molestó porque la docente intentaba conseguir un puesto como docente en Villa Mercedes, para no tener que viajar más a la capital.

 


La segunda denuncia fue a fines de enero. "Esa vez se enojó porque yo había recibido una llamada y quería saber con quién hablaba. Sospechaba que yo andaba con alguien. Le mostré el teléfono, pero no me creyó, pensó que había borrado los registros. Me agarró de la cabeza y me golpeó contra la pared. Por suerte, pudo entrar mi hijo más grande, que estaba afuera. De lo contrario, no sé qué hubiera pasado", contó.

 


Según la mujer, después de hacer una presentación, una juez de Menores y Familia dispuso una prohibición de acercamiento para el hombre de 44 años. Debía estar a más de 200 metros de ella.

 


"En ese tiempo me mandaba mensajes. Me decía: 'Te quiero', 'te amo', 'volvamos'. Sólo venía de vez en cuando a ver a los chicos, a pasarles los trescientos pesos por semana", detalló.

 


Ella todavía no puede olvidar la última vez que lo vio. Fue el domingo 23 de marzo, pasadas las 22. Paola vive en Curchod, casi esquina Mitre. "Ese día tenía una cena y quedé en verme con un amigo a una cuadra de acá, en Mitre y Pellegrini. Cuando estaba en el auto con mi amigo, vi que (el árbitro) se me venía de frente. Me sacaba fotos. Me obligó a bajarme del auto y yo cometí ese error: bajarme. Me advirtió que no iba a pasar nada, que sólo quería hablar. Tenía que explicarle por qué estaba con otro hombre, porque legalmente todavía estaba casada con él. Me llevó del brazo hasta un descampado que está a metros de mi casa. En eso vino mi amigo. Empezó a insultarlo a él y a mí. Le decía: 'Vos sos un cagón, que no se anima a hacerme frente'. Cuando quise ver, me pegó un puñetazo debajo del mentón", relató.

 


“No paraba de sangrar. Así y todo, me dejó ahí. Con mi amigo nos las arreglamos como pudimos para denunciarlo esa misma noche en la Policía", recordó.

 


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