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Villa Mercedes: historias y agradecimientos en el reencuentro molinero

Por redacción
| 01 de junio de 2014
Galardonados. Fueron casi 170 los reconocidos, asistieron 80 de ellos y los familiares del resto.

Después de 27 años, los silos del Molino Fénix volvieron a cimbrar con el sonido de la sirena, que durante más de seis décadas los acompañó, y gran parte de su antiguo personal volvió a sus instalaciones. La convocatoria esta vez no fue por una jornada de trabajo, sino que fue para algo que también caracterizó a esa planta cerealera: la amistad de un grupo de empleados que más que compañeros eran una familia. Ese espíritu de camaradería regresó al Molino Fénix en forma de abrazos, anécdotas y casi interminables mensajes de agradecimiento que se suscitaron en el homenaje a sus trabajadores.

 

El acto fue en el Teatro y Sala de Convenciones de lo que ahora es un Centro Cultural. Fueron casi 170 los galardonados.


El acto fue en el Teatro y Sala de Convenciones de lo que ahora es un Centro Cultural. Fueron casi 170 los galardonados. Aunque de esa cifra sólo asistieron unos 80, porque el resto ya no está. Los hijos y nietos que fueron en su representación reflotaron algunos recuerdos que atesoran de esa época de oro del Fénix, cuando ellos eran apenas unos chiquillos.

 


Como un preludio, tres de las paredes del hall de la sala exponían casi 200 fotografías de cuando el cerealero estaba activo. En las imágenes, que los mismos ex obreros aportaron, se los puede ver acomodando los costales de trigo, cuando recibían a los chicos en una de esas tantas visitas escolares, en grupo, y asado de por medio, con la gente del sindicato.

 


El video de apertura del acto repasó la historia y contó que el tradicional molino de Córdoba y Mitre fue adquirido por el estadounidense Emilio Werner. El 12 de octubre de 1922 abrió sus puertas con el nombre conocido hoy. En sus 65 años logró posicionarse como una de las más importantes industrias cerealeras del país y así constituyó uno de los principales polos económicos de la ciudad.

 


Sus hombres procesaban 160 toneladas diarias de trigo, en tres turnos rotativos: las 12, las 14 y las 18. Almacenaban 500 toneladas de harina. Todos los días, la manzana era un desfile de camiones que no paraban de cargar o descargar bolsas. Eran entre 100 y 150 vehículos. "Me acuerdo cómo temblaba la manzana entera del ruido que hacía el motor diesel cuando lo accionaban para la molienda", rememoró uno de los obreros en el videoclip.

 


Los antiguos trabajadores coincidieron en algo: ninguno volvió al predio después del '87, cuando cerró la planta. A lo sumo, pasaban por la vereda del frente, algo que incluso los llenaba de angustia. "Me causaba una enorme pena ver cómo estaba", relató Roberto Torres, otro de los homenajeados.

 


El 24 de julio de 2004 el edificio pasó a manos del Estado provincial. Y ese hecho fue el comienzo de una nueva etapa para el Fénix. En 2010 fue reabierto por Alberto Rodríguez Saá, por ese entonces gobernador, como un lugar en el que hoy conviven todas las expresiones del arte.

 


Ésa fue otra de las gratas sorpresas: más de uno quedó maravillado al ver en qué habían convertido lo que alguna vez fue su querido lugar de trabajo. "Es una genialidad lo que han hecho acá", expresó Roberto, con brillo en sus ojos.

 


Cuando dijeron los nombres de los protagonistas, en grupos de 11 se acercaron al escenario a recibir su diploma.

 


El tiempo para saludarse y saber qué había sido de sus vidas pareció no ser suficiente para algunos, que después de tantos años volvieron a juntarse con sus compinches de laburo.

 


Roberto Torres, el autollamado "pibe del grupo"

 


Roberto Torres fue el representante de los obreros arriba del escenario. Lo primero que dijo cuando tomó el micrófono fue: "No sé por qué me eligen a mí. Soy el menos indicado. Tengo 75 años, soy joven todavía. Hay otros muchos más viejos por ahí",  dijo con pícara sonrisa y un guiño mientras  señalaba a una zona del público.

 


El hombre recordó con mucho cariño los silos que ahora son verdes. Es que para él, el día que quedó efectivo en esa planta, representa un antes y un después en su vida. "Entré en el '63, a los 23 años. Fue el momento en que dejé de ser una golondrina, de ir a Buenos Aires, a Mendoza, a Córdoba, de acá para allá, sin un rumbo fijo", relató.

 


El semblante de Roberto se llena de luz no sólo cuando recuerda a sus compañeros sino también a sus patrones. "Todos tenemos un grato recuerdo de Emilio Werner. Don Emilio venía, conversaba y organizaba campeonatos de fútbol porque tenía cinco o seis molinos a lo largo del país, entonces, cada año disputábamos un torneo distinto en cada lugar. Al final del torneo, cuando estábamos todos en la mesa, estaba don Emilio, como si fuera uno más. No como pasa ahora, que en las grandes corporaciones uno no llega ni a conocer al gerente", comparó.

 


El compañerismo entre los molineros es otra de las cosas que Roberto anticipa que jamás olvidará. "Una vez nos dijeron: 'Muchachos, tenemos que parar'. Por qué, preguntamos todos. 'Porque despidieron a dos molineros en Santa Fe', nos dijeron. A las 10 paramos de trabajar y al mediodía reincorporaron a los colegas", recordó.

 


"Jamás imaginé este homenaje", rescató entre lágrimas. "Es increíble cruzarme con alguien como Reimundo Gutiérrez, alguien que tiene 92 años y que cuando lo veo se me vienen a la cabeza las veces que nos dijo que no llegáramos tarde, firme, en la puerta", narró.

 


Miguel Ángel Videla

 


Miguel Ángel Videla todavía recuerda el día exacto en el que entró a trabajar al cerealero. "Fue el 22 de junio del '63. Trabajé veinticinco años acá y me fui cuando cerró", cuenta.

 


"Empecé como operario, estuve en esta planta como ocho años y después me fui como montador a los otros molinos. Regresé a los cinco años, como jefe de planta", recapitula.

 


Pese a que volvió con un cargo más importante que con el que se había ido, eso sólo figuraba en los papeles. "La jerarquía era algo que no corría acá, entre nosotros. Éramos todos un grupo de compañeros, una familia. Aunque nos desempeñamos en distintos trabajos después de que

 


cerró la planta, el Molino es algo que llevamos adentro y seguimos siendo los molineros de siempre", rescató con los ojos vidriosos. "Nunca hubo problema entre los compañeros y los jefes. Daban ganas de venir a trabajar todos los días", dice.

 


"En mi caso personal, yo estuve diez años sin pasar por la avenida 25 de mayo, porque me resultaba muy doloroso ver al molino parado, en silencio, sin el ruido de las máquinas, muy diferente a lo que conocíamos", revela.

 


Jorge Belarmino Rodríguez

 


"Al Molino entré a trabajar el 26 de diciembre de 1946 y me fui 1º de marzo de 1981. Tenía 17 años", recuerda con precisión Jorge Rodríguez. En ese largo lapso no hubo tarea que este incansable hombre no hiciera.

 


"Comencé clasificando las bolsas, después pasé a la embolsadora, ahí fui ayudante y luego embolsador. Más tarde pasé a la limpieza, controlé que las máquinas funcionaran bien y no se trabaran. Y terminé en los silos", enumera.

 


Hoy, a sus 85 años, Jorge reconoce al Fénix como su primer hogar. "Éramos un grupo de amigos, una familia. A veces, me despierto a las 2 de la mañana y me acuerdo. Más de una vez se me cayeron las lágrimas", admite.

 


Reimundo Guitiérrez

 


Hacerle una nota a Reimundo Gutiérrez fue casi una misión imposible. Era toda una celebridad, y para llegar a él fue necesario luchar contra una interminable andanada de amigos, hijos, nietos y hasta amigos de amigos que querían saludar al señor al que los 92 años y el bastón no le pesan.

 


"Empecé con changas. Pero en el '52 quedé como efectivo. En total, estuve como treinta y ocho años", recuerda con la ayuda de sus nietos.

 


Reimundo también hizo de todo en el Molino, pero todos lo recuerdan como ese sereno que amenazaba con sacar tarjeta al que llegara siempre tarde.

 



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