Cuántos pueden recordar el nombre de su maestra de 4º grado? “Tito” Faustino Urquiza, con cien años recién cumplidos, lo tiene grabado en su memoria: Enriqueta de Flores, Juana Guardia y el director, don Zalazar. Eran sus docentes de la escuela 101 de Carpintería, un pequeño colegio rural donde cursó hasta 4º grado. Sin titubear, contó cómo fueron sus días en ese pueblo, hasta mudarse a Los Molles, donde reside actualmente y festejó este mes un siglo de vida. Con un sentido del humor fantástico, se jactó de ser “el único de la zona con tantos años”.
A Tito le tramitaron el año pasado la partida de nacimiento, y ahí descubrieron que la fecha difería con el DNI, donde dice que su natalicio fue en 1916. Pensó que festejaría 99, pero al final, sopló 100 velitas.
El teléfono sonó, en la casa que comparte con uno de sus siete hijos. Tito estaba entusiasmado, a la espera del llamado. Enseguida aclaró que “no sabe cuál es el secreto de una vida tan larga” porque, según explicó, “no se privó de nada”. Sus días transcurren tranquilos, le gusta regar sus plantas y por la tarde salir a caminar por la bicisenda del pueblo. Además, mira todas las tardes el noticiero. Sus nietos contaron que está al tanto de todo lo que pasa en el país y el mundo. Incluso, esta semana se mostró preocupado por el atentado en Francia. “He trabajado mucho, se me pasó la vida como a cualquier otro. Acá había pocas cosas para hacer, pocos juegos, poca diversión. Nos juntábamos de vez en cuando en algún boliche a jugar a las cartas”, contó el ex empleado de Obras Sanitarias.
Nacido “y criado” en Carpintería, vive hace unos sesenta años en Los Molles, donde formó una hermosa familia junto a Arminda, su mujer fallecida hace once meses y con la que estuvo casado más de ochenta años. “Tengo diecisiete nietos y diez bisnietos”, dijo Tito. “Me quedaron muy pocos amigos de aquella época. Estaba pensando en eso estos días. Son muy pocos los que quedaron; igual que los parientes, no me queda ninguno, no tengo hermanos, ni primos”, reflexionó con tristeza.
Pero contó que tiene la visita de sus nietos bastante seguido, y eso es lo que le llena el alma. “Me siento tranquilo, bien, porque tengo una familia muy unida, muy linda. Mis nietos vienen seguido. Les cuento cosas, conversamos sobre cómo era el pueblo. Siento mucha alegría cuando veo a mi familia, me pone contento ver a los niños, me gusta mucho escuchar su risa”, relató el anciano, amante de las cosas simples. “No pensaba poder vivir tanto y disfrutar tanto tiempo a mi familia”, agregó.
Según su opinión, será difícil que la gente de hoy llegue a vivir tantos años. “En la ciudad tienen una vida muy agitada, no creo que sea posible llegar a los cien años, es muy cansadora esa rutina, y peligrosa. Yo viví tranquilo, se dormía con las puertas abiertas, no pasaba nada, los niños podían salir a la calle a jugar sin problemas”, recordó. Además, contó que no había luz, ni agua potable. “Para buscar la correspondencia había que ir a Santa Rosa a caballo, a la estación de trenes, dos veces por semana. Tardábamos un día entero en ir y volver. Al agua la sacábamos de un pozo que había en cada casa. Teníamos dos, uno grande para los animales y el más chico para el consumo humano, rodeado de palos para que no entraran los perros”, explicó.
En esa época cada familia tenía su huerta y sus animales. “Se sembraba maíz, cosechábamos duraznos y teníamos vacas lecheras. Entre mis siete hermanos ayudábamos a mi mamá. Había que conseguir leña, porque en ese momento todo funcionaba así”, indicó. “El problema era cuando nos enfermábamos, no había médicos ni farmacias, íbamos a curanderos que recomendaban remedios caseros y naturales”, relató.
A juzgar por la memoria y el estado de Tito, pareciera que va a cumplir diez años más. Pero él dice que no le gustaría tanto. “Ya estoy decidido a enfrentar lo que venga”, expresó. La charla concluye, con la promesa de volver a hablar el año que viene, para los 101. El abuelo se ríe, como lo hizo todos los días durante el último siglo.


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