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Un largo camino desde Bolivia hasta el norte puntano

Por redacción
| 12 de abril de 2015
Víctor Coa y Poma Escobar muestran un fruto de su trabajo en Candelaria.

Tienen la tez morena como la mayoría de los puntanos, pero algunas características resaltan a la vista y al contacto que diferencian a los agricultores bolivianos radicados en cercanías de Candelaria de sus colegas locales: tienen rasgos más angulados y son sumamente callados, casi parcos, aunque si uno se acerca y el tema de conversación es la chacra, enseguida comienzan a soltarse.

 


Víctor Coa y Poma Escobar son dos de los socios bolivianos del Consorcio de Productores. Agricultores de raza, encontraron en este proyecto la posibilidad de independizarse, trabajar su propia tierra y sentir la satisfacción de mantener a sus familias con el esfuerzo de sus manos y sus conocimientos. “Somos de Sucre, en el altiplano, una ciudad donde no hay almacenes, cada uno tiene su parcela y produce sus alimentos. A lo sumo los venden en ferias comunales, pero faltan negocios”, dice Víctor sobre su tierra natal.

 


No hace falta pedirles que nos lleven a recorrer sus surcos, prolijamente demarcados. “En el verano cultivé zapallo, sandía y melón. Ahora vamos a probar como se de la cebolla y para el invierno, coliflor, repollo, arveja, lechuga, acelga y habas”, describe con precisión y entusiasmo.

 


San Luis no fue la primera parada en la Argentina para ellos. “Llegamos a la colonia boliviana de 25 de Mayo, en Mendoza, pero después salió la chance de un trabajo en San Luis y no lo dudamos. Vinimos a desmontar un campo en San Miguel y la verdad es que nos gustó mucho la zona, tiene buenas tierras y la gente es muy amable, jamás sufrimos un acto de discriminación”, aporta Poma, que es aún más tímido que su compatriota.

 


 Ambos también trabajaron en la estancia "El Milagro", “bajo patrón”, agregan. Allí vieron cómo crecían en el norte puntano las cebollas, zanahorias y zapallitos, “que rinden 30 mil kilos por hectárea”, dice Víctor con cierto asombro. Pero no se achican, en cuanto puedan irán por nuevos experimentos agrícolas a pequeña escala. “Queremos hacer frijoles y quinua, una semilla medicinal que está muy de moda porque ayuda a mantener bajo el colesterol”, cuentan en la despedida, mientras la tierra los llama para seguir metiendo mano y forjando el porvenir.

 


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