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Eduardo Galeano (1940-2015): culminación del abrazo

Por redacción
| 14 de abril de 2015
Galeano escribió sobre los pequeños detalles del mundo que visitó.

La pequeña Montevideo no puede menos que estar triste. La avenida 18 de Julio podría cubrirse por un imaginario crespón negro ante la muerte de uno de sus hijos dilectos. Pero fue tan grande el alcance de la vida y la obra de Eduardo Galeano que el luto se extendió a toda América Latina, la región del mundo a la que el escritor le abrió las venas y se las mostró, sangrantes de fervor y riqueza, al mundo.
El fallecimiento del autor -producido ayer a la mañana luego de una semana de internación por un cáncer de pulmón- deja a los pobres del mundo con un defensor menos, más desamparados ante la injusticia que el uruguayo supo denunciar.
Si bien su lugar en el mundo fue esa Montevideo triste que su colega y compatriota Juan Carlos Onetti describió con rumor etílico, el autor de "Las venas abiertas..." fue un ciudadano de mundo. Vivió en Barcelona, pasó muchos años en Buenos Aires y tuvo un amor incondicional por los pueblos americanos.
De cada uno de esos lugares escribió algo que le llamara la atención: un detalle, alguna inscripción en la pared, algún encuentro sorpresivo. Así, se convirtió en un hombre de visión amplia y sorpresiva, que -a contrapartida de otros intelectuales de su país- amó el fútbol y las mujeres sin escondites secretos.
En sus relatos Galeano mezcló la ironía y los desajustes de un universo desequilibrado como una especie de Discépolo más informado, aunque ninguno de los dos haya ido nunca a la universidad. Esa sabiduría callejera, pero dicha con un tono de voz que le daba cierta alcurnia intelectual, hicieron del uruguayo un decidor único, capaz de envolver sólo con dos o tres minutos de monólogo.
A la par de su obra, profusa, exquisita, comprometida; quedará en el recuerdo su condición de luchador contra las arbitrariedades, los atropellos y las iniquidades. El hombre se fue a los 74 años con la impresión de estar muy solo en esa batalla desigual.
El destino, que no suele ser simpático con los escritores y mucho menos con los uruguayos, hizo que su fallecimiento sorprendiera al mundo de las letras el mismo día que del otro lado del oceáno se fuera Günter Grass, ganador del premio Nobel, autor de "El tambor de hojalata" y con algunas ideas absolutamente contrapuestas a las del sudamericano.
Si la creencia o la autocompasión del imaginario literario argentino indica que a Jorge Luis Borges nunca le dieron el Nobel porque no escribió una novela; ¿qué extraña contradicción haría que Galeano recibiera un reconocimiento tal, si sus escritos rara vez sobrepasan la carilla?
Y como si la cuestión de géneros no fuera suficiente, el pensamiento del uruguayo está más cerca de incomodar a los señores de frac que deciden esos galardones que de caerle en gracia. Como tampoco Galeano les resultó simpático a las multinacionales, a las organizaciones, a la Policía y a los gobiernos, incluso a aquellos con los que podía tener alguna comunión ideológica. 
Hasta su amigo, el presidente venezolano Hugo Chávez, recibió un coscorrón por parte del autor cuando le regaló "Las venas abierta..." a Barack Obama. "Se lo regaló en castellano, una lengua que el presidente estadounidense no conoce. Fue bastante cruel", dijo el escritor.
Como Galeano escribió de casi todo, es fácil encontrar en su bibliografía alguna referencia a la muerte. Tal vez la más evidente sea "La pequeña muerte", de "El libro de los abrazos". 
Allí, el autor menciona al jubiloso dolor y dice que como el título de su cuento, así le dicen en Francia a la culminación del abrazo. "Pequeña muerte la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nace", escribió el hombre que ayer nació, con su muerte.

 

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