La sodería Pérez del barrio Rincón del Diablo, después llamado Barrio Norte, abrió sus puertas a fines de la década del '60 cuando don José Pérez cobró una deuda que tenía “Bora” Balladores, uno de sus mejores amigos, que al no tener en ese momento cómo devolverle el dinero prestado, le ofreció a cambio y para achicar la cifra, una máquina de hacer soda y los sifones de tres cuartos y de un litro.
"Don Pérez", como se lo conocía en el barrio, ni lerdo ni perezoso sacó provecho de sus amplios conocimientos de la vida y el trabajo, y puso la sodería en la propiedad que le había comprado a don Zapata, en Esteban Adaro 965/968. Así nació uno de los primeros negocios del rubro de la zona norte de la ciudad de San Luis, que duró hasta comienzos de los '80. Como era muy hábil e inteligente para todo, rápidamente fabricó un carro de doble eje y tirado por dos caballos (una chata) y un carro con ruedas de goma para un reparto más chico.
Hoy su hijo José Manuel dice que por día llegaron a llenar entre 300 y 400 sifones que eran repartidos en esos vehículos tirados por nobles animales y guiados por incondicionales colaboradores.
La sodería Pérez llegó a tener repartos importantes con clientes que día a día se sumaban, entre ellos el Hotel Cervantes (hoy Iguazú) de la familia Pagano, El Pacífico, frente a la estación de trenes por avenida Lafinur (hoy una casa de repuestos), el Hotel Coquito, de Lafinur y Tomás Jofré. Grandes Almacenes “Don Leonardo”, de avenida España y Rivadavia (hoy Estado de Israel), los bares de La Vasquita y Vega de la calle Aristóbulo del Valle, los almacenes de esos barrios a los que se sumaban los del Evita o Nacional, Sosa Loyola, el de la esquina de avenida Justo Daract y Elpidio González y una conocida panadería ubicada por Justo Daract, antes de pasar las vías viejas del ferrocarril. A lo que había que sumar los almacenes de Tiburcio Pérez (Italia y Esteban Adaro), Vallejo (Estado de Israel y Martín de Loyola), Gómez (Chile y Martín de Loyola), Fernández (Esteban Adaro y Estado de Israel) y los clientes particulares del popular barrio.
Don Pérez era muy querido y materia de consulta para todos aquellos que llegaban hasta su casa por alguna dolencia o algún problema, económico o laboral. Siempre estaba para el consejo o la solución, bondadoso, generoso, y con una sonrisa o un chiste en sus labios. Fue el comienzo de la popular sodería familiar.
Su hijo José dice que su padre nació en Leones, España, y era hijo de Isabel Andrés de Pérez y de José Pérez Andrés. Sus orígenes fueron certificados por un acta de nacimiento que fue encontrada por su sobrino Luciano Vallejos, abogado que quería radicarse en España aprovechando lazos sanguíneos.
“Mi padre tenía un hermano y cinco hermanas y una vez radicado en Villa Mercedes trabajó en una empresa de un señor de apellido Vinuesa e incluso llegó a ser socio de una empresa de transporte”.
No duró mucho en Villa Mercedes. Había conocido a una mujer, María Reynalda Gutiérrez, a quien todos llamaban Alda, que le cambió la vida, lo llevó hasta la Iglesia, y tuvieron tres hijos: Beba, José y Quela. Los Pérez se vinieron a San Luis y el jefe de familia consiguió trabajo en Abdala Hermanos, donde el mayor de los Abdala le dio libertad laboral en la enorme y famosa casa de ramos generales. A tal punto que era el encargado de ordenar las estanterías, de controlar los pedidos y separar los materiales que llegaban a diario.
Cuentan que por aquellos años, Pérez era amigo de Pocho Abdala, con quien estudiaba y siempre le llevaban una velita para que los ayudara en los estudios a "La almita Cuello", en Ejército de Los Andes y el pasaje O'Higgins, donde una vez la vela se cayó y se apagó. Pocho y José por más que insistieran con prender otra, no lograron su cometido y no pudieron con los exámenes de turno. Los nervios le jugaron una mala pasada. "La Almita Cuello era una pequeña ermita. Hay dos versiones de su construcción, una es de la muerte de un estudiante mercedino y la otra es de un empleado ferroviario que cayó bajo las ruedas del tren que circulaba por el lugar.
“Con los años, Jorge Abdala y su esposa doña Rosa, fueron padrinos de mi hermana Beba y mi padre una vez más mostró sus habilidades y le regaló un prendedor. Era un avioncito artesanal que hasta tenía hélice que giraba. Doña Rosa siempre destacó la actitud de mi padre con ese regalo”, dijo el único hijo varón y ex titular de ATE.
Don Pérez ganaba 120 pesos por mes y estando una vez en el banco, se enteró de que el gobierno de Perón, del cual era admirador, vio que prestaban dinero para comprar camiones con el simple hecho de confeccionar una planilla y manifestar para qué fuera utilizado. Así pudo comprar uno y fue destinado a acarrear cosas, es decir, a los fletes.
Con el camión en su poder, Pérez le dijo a Jorge Abdala que renunciaba. Pero éste, para evitar que se fuera, le ofreció 600 pesos de sueldo, una oferta que fue rechazada. Sin embargo, como no quería perder a su compadre y amigo le hizo otra propuesta: un almacén y estación de servicio en El Trapiche, y ahí si la respuesta fue positiva. La única condición era que debían comprar todo en lo de Abdala. Pérez le dijo: “Si están en precio, sí, de lo contrario compro en otro lado". Así fue que también le compraba a don Saverio Polio, de la esquina de Lavalle y Chacabuco, (después hubo una bar con billares y un gimnasio de boxeo).
Su hijo dice que una vez instalados en El Trapiche, rápidamente hizo amistad con "Lura" Chacur, un patriarca peronista de la zona, que fue el nexo para su crecimiento económico. Luego incursionó en la compra de cueros, adquiría y vendía material de construcción, hacía fletes con el camión y tenía hasta un hospedaje. Todo valía, todo era comercio. Con el camión manejado por un chofer conseguía minerales y los vendía en San Luis o en alguna casa de acopio.
José cuenta una anécdota que lo pinta entero: “Mi padre, que siempre usaba una boina vasca, conoció a un polaco dueño de una piedra de agua marina muy valiosa y con un grado de pureza increíble. Vio la posibilidad de hacer negocio y durante días recorrió a caballo la zona con la intención de que el polaco en cuestión diera con el lugar de donde había sacado la piedra. Nunca lo encontró. Fue un fracaso".
“Mi madre quería que mis hermanas y yo estudiáramos en San Luis porque ya estábamos grandecitos. Ella empujaba para que volviéramos a la capital, entonces compraron a los Zapata, una propiedad en la calle Esteban Adaro al 965/968", precisó. Allí nació la sodería.
Don Pérez, con su habilidad puesta de manifiesto siempre, comenzó a construir su casa y hacer los marcos de puertas y ventanas, mientras tanto vivía con su familia en una casa de Jorge Abdala en la feria ganadera ubicada en la calle Europa. “Lamentablemente mi madre se enfermó y partimos a Buenos Aires donde vivimos un tiempo con familiares, pero dada la gravedad de su enfermedad y las condiciones en que estábamos, nos fuimos a un hotel”, recordó.
“La situación económica cambió radicalmente ‑continuó‑ y cuando volvimos comenzamos de cero nuevamente, yo aporté a la sodería 'un macho' noble y batallador para que tirara de los carros, recurrimos a los chicos del barrio para hacer los repartos: los hermanos Lucero (Roque, Tucho y “Croquita” que al tiempo falleció en un accidente en Zapala, Neuquén), Julio y Antonio Algarañaz, Mario Magallanes y 'Cachilo' Vega, a quien mi viejo quería un montón, siempre que lo veía le decía 'qué hacés… negro fiero…' y 'Cachilo' contestaba '…Ute es bonito porque se feíta…' (por afeitar)".
"La ocurrencia generaba largas carcajadas en el grupo antes de iniciar los repartos en tanto mi madre servía arroz con leche o café con leche en grandes tazones", expresó. El negocio caminaba e iba creciendo, Don Pérez compró un camión Internacional modelo 1929, que fue rápidamente afectado al reparto. Lógicamente el conductor era José y su acompañante Antonio.
“Usted se imagina -dice su hijo- de manejar un carro a manejar un camión hay mucha diferencia. Era un sueño hecho realidad. Con el camión hacíamos el reparto en la zona céntrica o en los hoteles incrementando las ventas y ganando mucho tiempo”, expuso.
Pérez tuvo un socio, “El sordo” Ferrari, incondicional, trabajador a full en todo aspecto. Con él hicieron grandes cosas. Vivía cerca de la sodería, alquilaba en la familia Suárez, tenía dos hijos: Tina y Rafael. Juntos trabajaron casi hasta que cerrara. Aunque Ferrari aspiraba a tener su propio negocio y obviamente lo tuvo. Adquirió una casa en Esteban Adaro casi Justo Daract e instaló una forrajería. Había cumplido su sueño.
El desgaste, el tiempo y a veces las decisiones hicieron que en 1981 Don Pérez bajara la persiana del negocio. Los años le estaban pasando factura pese a que siempre decía que “tenía mucho para dar”. Por una enfermedad fue internado en el Ramos Mejía y un día, después de despedirse de su hijo José y que llegara su nieta Elena para cuidarlo, sin sufrir y sin dolor, poniéndose la mano a modo de pantalla en su sien derecha, se quedó dormido. Fue el final.


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