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Asaltaron a remisero y le robaron dos billeteras y dos teléfonos

Por redacción
| 11 de enero de 2016
"Nadie quiere tomar los viajes que piden de esa casa", contó Franco. | Foto: Héctor Portela

En su interior, Franco David Luchessi sabía que lo mejor era no ir hasta Montevideo 175. Siempre llamaban a la agencia de remises de Villa Mercedes en la que trabaja y pedían un móvil para esa dirección. Y ninguno de sus compañeros quería hacer ese viaje. Algo en esa casa les daba mala espina. Pero el joven chofer de 21 años, se animó a tomar el viaje que todos rechazaban. Y la curiosidad le pasó factura a los pocos minutos de haber levantado a los tres muchachos que lo esperaban en ese domicilio. Uno de ellos lo apuntó con un revólver y, como el remisero no sucumbió ante la amenaza que tenía enfrente, otro sacó su arma de fuego y lo golpeó con la culata.
Le pegó en la espalda, debajo de la nuca. Luego, una segunda vez y con más violencia, en la cabeza. Ese último golpe le hizo florecer un moretón y un chichón. El forcejeo y las trompadas que le pegó a uno de los asaltantes, cuando se resistió a entregar sus teléfonos, también le dejaron adoloridos los puños, con hematomas. “El médico del hospital me revisó y me dijo que no era grave”, contó.
Ayer, alrededor de las 14, Franco habló con El Diario y le relató lo que había vivido doce horas antes. “A la 1:50 alguien llamó a la agencia y pidió un móvil para Montevideo 175. Me mandaron a mí y fui”, narró. El joven hace dos años trabaja para Remises San Luis. Por lo general, cubre el turno nocturno, de 19 a 6.
“Cuando llegué a Montevideo, antes de calle Potosí, me habré pasado dos o tres casas y sentí que alguien me silbó. Cuando miré, vi a un chico que me hizo seña”, recordó. Era la dirección a la que tenía que ir. Franco, que en ese momento hablaba por teléfono con su novia, le dijo que después la llamaba, colgó, dio la vuelta y paró donde estaba el que le había silbado.
“Ahí afuera había un grupo de hombres y mujeres. Y de adentro, de la casa, salieron dos tipos”, señaló. Esos dos muchachos y otro que estaba afuera se subieron al Chevrolet Corsa. “A (el boliche) Insomnio”, le dijo uno. “Pero cuando voy a agarrar la España, el vago me dice 'agarrá la Turrado y pasá por el barrio La Rioja'”, agregó.
En un determinado momento, el pasajero que iba de acompañante, el único que habló con él en todo el trayecto, le ofertó: “Tengo una computadora y un arma para vender”. El remisero le respondió que no quería comprárselas.
Ahí supo que algo raro había con esos clientes. “El morocho, pelo corto, que me ofertó las cosas empezó como a acomodarse algo que tenía en la cintura y el que estaba detrás, un gordito con rulitos, no paraba de decirle desde que se subieron al auto que no hiciera nada, porque tenía miedo de que le pasara algo, por su mamá”, especificó.

 


El auxilio de un compañero
Luchessi, entonces, tomó su teléfono, llamó a su compañero Mario y le pidió si se podía acercar a Teniente Turrado y Pueyrredón. “Me preguntó qué pasaba y me dijo que ya iba hacia donde estaba yo”, contó.
-“¿Tu compañero está en la agencia?”, le consultó el sospechoso pasajero que iba de acompañante.
-“Sí”, le contestó Franco.
-“Ah…, se va a demorar más de cinco minutos en llegar”, le dijo el otro. Y sacó de su lado derecho de la cintura un revólver.
“Era un calibre 38 largo”, pudo ver el remisero. “Me lo puso acá, en el estómago –señaló el costado derecho de su abdomen-. Quiso manotearme el handy y arrancarme la ticketera. Cuando levantó la mano izquierda con el arma, yo se la agarré y le hice fuerza, presioné y le quité el handy”, narró.
Cuando el chico de rulos vio que la tarea a su amigo se le había complicado, le pegó un culatazo en la espalda al conductor. Pero el golpe no lo frenó. Entonces, le dio un segundo, más potente, en la cabeza. “A ése sí lo sentí. Ahí fue cuando largué todo, la billetera, los celulares”, aseguró.
“Uno de ellos, el que estaba detrás mío, no dijo nada en todo el viaje, miró para atrás y vio que venía mi compañero en el auto”, contó. La llegada de Mario los apresuró. Cuando notaron que el otro remisero tocó bocina y abrió la puerta, como dispuesto a ver qué pasaba, ellos se bajaron del Corsa y empezaron a correr.
Antes de irse, uno de los delincuentes le advirtió a Luchessi que no los denunciara con la Policía, porque ellos sabían dónde trabajaba él, lo iban a encontrar y “a hacer boleta”. Pero en ese instante, el joven ni lo pensó, actuó por instinto y salió a perseguirlos. “Yo quería que me devolvieran lo que era mío. Los seguí hasta la esquina con mi compañero, pero ya no estaban”, dijo. Dispararon por calle Chacabuco y se perdieron por los pasillos que dibujan los monoblocks del barrio La Rioja.  
Le llevaron su celular, el que la agencia le había dado para comunicarse con los otros choferes y dos billeteras, una con 550 pesos de la remisería y otra propia, con 600.

 


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