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Una tarjeta y escuchas, claves para encarcelar a Iván Jiménez

Por redacción
| 18 de octubre de 2016
La caída. Jiménez fue atrapado el jueves, en la casa de su hermana, en el barrio José Hernández.

Días después de que mataron a Jorge Andrés Maturano, Iván Daniel Jiménez dejó de ir al trabajo con el que cumplía desde hacía un par de años. Sus compañeros dijeron no haber notado nada raro en él antes de que desapareciera, pero por algún motivo en el corralón ya se corría la voz de que el hombre estaba implicado en el homicidio. Los comentarios también circulaban en su barrio, el San Martín norte, en el que tampoco volvieron a verlo. “El Iván” estaba asustado porque sabía que la Policía estaba tras él, y con ayuda de algunos familiares comenzó a circular por varios domicilios con la esperanza de que las sospechas se disiparan en la falta de pruebas. Nunca imaginó que un pedacito de plástico que intentó destruir iba a ligarlo directamente al crimen, porque fue parte de una tarjeta Visa que pertenecía a la víctima, hallada en su casa, la que terminó de sellar su suerte. Esa prueba, sumada  al resultado de las escuchas telefónicas a sus allegados, fueron los elementos principales por los que el juez Jorge Sabaini Zapata lo envió a prisión el domingo a última hora, acusado de ser el autor material del asesinato del ex combatiente de Malvinas.

 


Jiménez trabajaba en la fábrica de bloques y mosaicos de la Municipalidad de San Luis, haciendo la mezcla que luego rellenaba los moldes. Sus compañeros de trabajo lo definieron como una persona callada, reservada, que raramente hacía chistes o hablaba de su vida personal. Sus juntas del barrio dieron un panorama parecido, pero por algún motivo, con una fuente original aparentemente irrastreable, en los dos lugares la gente sabía que Iván había tenido algo que ver con el caso policial que había conmocionado a la provincia.

 


Ya en la clandestinidad, Iván se mantenía al tanto de la investigación a través de su madre y una sobrina, que le informaban por teléfono las novedades en el expediente y el movimiento de la Policía en los barrios que solía frecuentar. Él les pedía que se quedaran tranquilas, pero también les pedía perdón por lo que había hecho, según surge del análisis de las escuchas a los nueve números intervenidos por los investigadores en setiembre.

 


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