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Anciana asesinada: declaró el padre de la chica implicada

Por redacción
| 25 de octubre de 2016
Tuvo el arma. Gómez ratificó que Castro, el acusado, le vendió la carabina robada de lo de Edelia. Foto: Martín Gómez.

Cuando uno de los jueces le preguntó si lo ponía nervioso estar ante un tribunal, como testigo del asesinato en ocasión de robo en el que su hija adolescente, “La Puki”, está implicada, Abel R. contestó que no, que estaba tranquilo. Pero por momentos, su cuerpo, sus palabras y su tono de voz indicaban que no estaba del todo sereno o cómodo: hablaba rápido y de modo desordenado, no iba al grano y reiteró incansablemente que nada sabía de lo ocurrido. A sus espaldas, el único acusado que llega a debate oral, Miguel “El Miguelón” Castro lo escuchaba con el gesto habitual de cada audiencia: los músculos de la cara y el ceño endurecidos.

 


Abel R. vive en Villa de la Quebrada, con la menor de sus hijas, de 12 años. En noviembre de 2015, cuando la comerciante Edelia Bianny Ortiz de Balbo fue asesinada durante un robo en su casa, en el barrio San Cayetano de la capital, “La Puki”, la mayor, estaba al cuidado de su ex mujer, quien vive en el barrio Eva Perón de San Luis. Según Abel, la chica, que por ese entonces tenía 14 años, iba, cuando mucho, una vez al mes a su domicilio. Dio a entender que no había un vínculo cercano, de confianza, continuo.

 


El presidente del tribunal, Hugo Saá Petrino, abrió la ronda de interrogantes. Abel, un hombre de campo, que no sabe leer ni escribir, para quien el ritual de estar en un debate oral posiblemente haya sido toda una novedad, tuvo un primer malentendido con el juez, cuando éste le explicó que, como testigo, debía jurar decir la verdad. Un policía se acercó y tomó a Abel de los brazos, para que se levantara de la silla para el juramento. “¿Por qué tengo que jurar decir la verdad, si no sé qué me van a preguntar?”, le contestó el hombre al tribunal.

 


Así y todo, pasada la formalidad, el hombre contó que, tras separarse de la mamá de las dos chicas, cada uno se hizo cargo de una de ellas. Después, el magistrado apuntó a saber si había hablado con “La Puki” tras el crimen y qué le dijo. El testigo confirmó que habían hablado. “Ella me dijo que ellos –en referencia a los cómplices– le exigieron que entrara en el negocio por golosinas, por caramelos. Que ignorantemente golpeó la puerta. La llevaron como señal”, al comercio de Edelia, declaró.

 


Las preguntas siguientes estaban orientadas a profundizar con quiénes había ingresado –es decir, si había identificado a sus acompañantes con nombres y apellidos o apodos–, si había precisado cuántas personas eran, qué sucedió después. Pero Abel aseguró que no sabía, que “ignoraba todo lo que había hecho”. “Sólo me dijo que la llevaron, como una obligación, que ella golpeó. No le pregunté más. No sé cuántos entraron ni quiénes eran. No sé quién abrió la puerta. Nada más me contó”, aseveró, cerrado.

 


Justificó que la chica le cortó la posibilidad de saber más diciéndole “ya está papi, ya está” y que “no la podía obligar a hablar”. 

 


Las repreguntas de Saá Petrino no dieron el resultado esperado y, a su turno, las de su par Fernando De Viana, tampoco. Saá Petrino inquirió si, conociendo el saldo de un hecho tan grave –la muerte de una persona–, como padre, no había insistido con los interrogantes. Abel le dijo que no.

 


Ni el recordatorio de que tenía obligación de decir verdad ya que, de no hacerlo, podía ser apercibido, ni el pedido de que hiciera un esfuerzo por recordar y de que tratara de ser más preciso y de no invocar tanto a Dios –algo que hizo durante buena parte de la declaración–, surtieron efecto y dejaron a Saá Petrino a un paso de la exasperación.

 



Otra táctica para que hablara

 


Con otra estrategia, el camarista Gustavo Miranda Folch logró que el testigo ofreciera algunos detalles. Le pidió que se calmara y le dijo que la pretensión del tribunal era conocer cómo era la relación con su hija, y que iban a ayudarlo.

 


Consiguió así que contara que un tiempo la chica fue a la escuela de Villa de la Quebrada; que, tras el robo mortal, su hija le pidió permiso y se fue a Formosa, a vivir con Cruz, un tío materno; que ese pariente le pagó el pasaje para ir a esa provincia y que éste le comentó, tiempo después, que, por un llamado de las autoridades de San Luis, tuvo que venir aquí, porque “La Puki” estaba enredada en algo grave.

 


Quizás el mayor aporte de Abel fue la referencia de ese ex cuñado, que podría haber escuchado, de boca de la adolescente, lo que ocurrió en el domicilio de Edelia el 19 de noviembre del año pasado. Si el tribunal y las partes lo consideran necesario, ese tío de la menor quizás sea citado.

 


Ayer también declararon tres vecinos de la comerciante –uno es un agente penitenciario que le alquilaba un departamento a la víctima– y Agustín Gómez, el joven que, según ratificó ayer, le compró a “El Miguelón” Castro la carabina que robaron de la casa de Edelia.

 


Aclaró que sólo conocía a Castro del barrio, porque vivía en la misma zona que él, en el sector sur de la capital, que sólo se saludaban y que hablaban poco cuando se cruzaban. Dijo que Castro le ofreció el arma y que él la adquirió porque le gusta la caza. “Sí, estuvo mal comprarla”, le reconoció al juez Miranda Folch, que le preguntó si no era “un hecho extraordinario” eso de comprar armas sin papeles, en la calle.

 


“Era sólo un caño. Estaba rota en la parte de la culata. Yo la iba a arreglar (…) No la probé. No sé si andaba, porque no tenía balas”, refirió Gómez. Dijo que, a cambio, le dio a Castro una campera y algo de dinero.

 


Indicó que una semana después de hacer el negocio, él mismo fue a la casa de Castro a devolverle la carabina, porque se dio cuenta de que “había algo raro”. “Me enteré del caso por el diario, y empecé a sospechar. Y los chicos del barrio me decían ‘fijate’. Le llevé el arma porque no quería que me metiera en quilombo, si yo no tenía nada que ver. Me dijo que no tenía la plata. Le contesté que no importaba, que se quedara con la campera y que le dejaba el arma. Me decía ‘dejátela’. Le dije ‘hacerte cargo vos del moco que te mandaste’”, aseveró. Después, la Policía lo buscó, le preguntó si tenía el arma. Les contestó que no y lo llevaron a declarar.

 


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