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Frutillas puntanas, con la dulzura del hogar

Por redacción
| 20 de noviembre de 2016

Ya sea un plato de comida o un fruto nacido de la tierra, cuando las cosas se hacen en casa, tienen otro sabor. No siempre es fácil distinguir si realmente los alimentos le caen mejor al paladar o si ese gustito especial proviene de saber que lo que se degusta es el resultado del trabajo de las propias manos. Pero Luisa Camargo y Sandro Alessio pueden presumir ambas caras de la misma moneda. Sus frutillas tienen una textura y un dulzor distinto a las que generalmente se comercializan en las verdulerías o en las calles, pero también pueden gozar de esa reconfortante satisfacción de cosechar lo que ellos mismos sembraron.

 


Son una pareja de pequeños productores que tienen sus tierras en la zona del Suyuque Nuevo. Apoyados por la Secretaría de Agricultura Familiar de la Nación, decidieron embarcarse en un emprendimiento que los ayudara a apuntalar su economía doméstica. Desde el año pasado, en un lote de su quinta empezaron a imaginar un cultivo de frutillas. Esta primavera ya disfrutan de su primera cosecha y han obtenido un fruto que fascina a los compradores que pasan por el frente del campo y se llevan una bolsa bien cargada.

 


El hogar del matrimonio está en el interior de un pequeño campo recostado sobre la calle vecinal conocida como 'La Loma', que une a la ruta provincial Nº 3 con la nacional N° 146. Esa zona de chacras y descampados luce aún señales de los incendios que lastimaron los alrededores de la ciudad de La Punta hace unas semanas. El olor a pastizales quemados y cenizas, recibe a quien se acerca a la casa de Sandro y Luisa. Por fortuna, el fuego pasó cerca de la vivienda pero no llegó a dañar sus tierras.

 


Hasta allá llegó la revista el Campo para conocer a los flamantes horticultores que se le animaron a un fruto poco común para San Luis, que generalmente importa el producto desde Tucumán u otras provincias frutilleras como Santa Fe.

 


Sandro, de 51 años, nació justamente en Tucumán y durante décadas se desempeñó como conductor de camiones de transporte de diversos productos. En sus incontables viajes por las rutas del norte del país, contemplaba con admiración los extensos cultivos que se desplegaban por esas coordenadas y pintaban de colores los prados. “Yo miraba las frutillas, el color, y siempre me llamó la atención. Y me decía que algún día iba a tener una plantación propia. No sé, es algo que se me había puesto en la cabeza y no me lo podía sacar”, contó en una ronda de mate a la sombra de los árboles de su casa.

 


Además, pese a que pasó muchos años al volante, Alessio vivió toda su infancia cerca de los campos, donde aprendió el oficio de huertero para tener verduras en la mesa de todos los días. Un grave accidente en el camión lo llevó a alejarse de las rutas y a instalarse en San Luis junto a Luisa, de 32 años, quien es puntana y también estuvo ligada desde chica a la vida rural.

 


Desde hace unos diez años que habitan ese terruño en donde han emprendido distintos proyectos. Tienen, por ejemplo, una huerta donde producen tomates, lechugas, cebollas, garbanzos, berenjenas, albahaca, orégano, habas, entre otros, e incluso tienen un pequeño criadero de cerdos.

 


Pero desde el 2013, se metieron de lleno a cumplir el viejo anhelo de Sandro y con el asesoramiento de María Elena Morbidelli, técnica del socio-territorio centro oeste de la delegación provincial de la Secretaría Agricultura Familiar, comenzaron a delinear el proyecto para poder recibir un subsidio del Ministerio de Agroindustria de la Nación.

 


Esa oficina se encarga de aconsejar y asistir a los pequeños agricultores para ayudarlos a mejorar y tecnificar sus procesos de producción y organizar sus explotaciones, y así lograr un mejor sostén de sus hogares.

 


En julio del año pasado, tras varios trámites, recibieron un aporte económico que les permitió adquirir algunas semillas y dos tandas de 500 plantines para iniciar el cultivo.

 


Esa inversión inicial alcanzó para sentar las bases de la plantación, porque primero sembraron las muestras y luego tomaron los “hijos” que dio cada planta y los replantaron para multiplicar la familia hasta lograr un número significativo.

 


Morbidelli señaló que escogieron dos especies para desarrollar en el campo. “Una se llama Sweet Ann y la otra Sweet Charlie, son más chicas que las que uno suele comprar en las tiendas, pero también son mucho más dulces”, explicó. La ingeniera agrónoma apuntó también que “existen tres grandes variedades de frutillas. Una es la de días cortos, que requieren menos luz diurna para desarrollarse. Después, están las de días largos, que necesitan mucho más sol en la jornada y por último, existen las de día neutro, que responden bien a las variantes de sol y sombra. Estas son neutras y por lo tanto creemos que van a dar buenos frutos tanto en primavera como en otoño”.

 


Una vez que los productores lograron aumentar la cantidad de plantas, labraron nueve camelotes de más de treinta metros de largo. Sobre esas lomadas de tierra pusieron una cobertura de nylon para evitar que las malezas se enraícen y para conservar mejor la humedad del suelo. Sobre el plástico realizaron pequeños agujeros en los que introdujeron los plantines.

 


“Nosotros no sabíamos nada de frutillas. Tuvimos que aprender leyendo, mirando, buscando en Internet. María Elena nos ayudó mucho”, aclaró sonriente, Luisa.

 


Es que curioseando, llegaron a convertirse casi en expertos en la materia, al punto de que instalaron de manera manual un sistema de riego por goteo. Y para asegurar la disponibilidad de agua en el cultivo, cavaron a pala limpia una represa junto al lote.

 


Después de un año de intenso trabajo, esta primavera comenzaron a levantar su primera cosecha con muy buenos rindes. En las primeras semanas de setiembre y octubre, extrajeron hasta veinte kilos de frutillas por día.

 


“Es algo que da mucha satisfacción, porque lo plantó uno mismo. Entonces ver cómo crece, te llena de alegría”, expresó la mujer.     

 



Producción orgánica

 


“Acá todo es orgánico, no hay ningún producto artificial ni nada. Todo es natural y lo hacemos nosotros con nuestras propias manos”, resaltó Sandro en más de una ocasión. Es que el hombre sabe que los productos orgánicos tienen un plus extra que los vuelven atractivos para los consumidores. Al no tener agregados químicos de ningún tipo, aunque no tengan un sello que lo garantice, sus frutillas adquieren el rótulo de saludables.

 


Ése fue una de los parámetros que se pusieron a la hora de emprender el cultivo. Por eso, para fertilizar la tierra utilizaron abono animal del pequeño plantel de cerdos que crían.

 


Y para fumigar también se valieron de un método natural. Alrededor del lote de frutillas plantaron caléndulas, flores que tienen la particularidad de atraer plagas benéficas, es decir aquellos insectos que ayudan a combatir las especies dañinas. Una de ellas es la que se conoce como la “vaquita de San Antonio”. Estos bichos se alimentan de las larvas que pueden lastimar a las frutillas y de esa manera mantienen alejadas las plagas sin ningún agroquímico. “Hasta el momento no hemos tenido problemas”, aseguró Alessio.

 


Venta cara a cara

 


No existen demasiadas explotaciones de frutillas en la provincia de San Luis. Las que hay son en general emprendimientos de pequeñas empresas o familias que producen para el consumo del hogar.

 


La mayoría de la mercadería que se vende en los comercios sanluiseños proviene del norte argentino. “Como tiene que recorrer tantos kilómetros no es un producto tan fresco, ni mucho menos orgánico. Además para que llegue en buen punto a San Luis, lo tienen que cosechar un poco inmaduro y eso modifica el sabor”, explicó Morbidelli.

 


Sin embargo, al igual que muchas verduras y hortalizas, las producciones de huertas locales no suelen poder competir con las grandes compañías que traen sus cosechas a bajo costo, o porque no tienen el volumen de producción suficiente para abastecer al mercado.

 


En eso trabaja el Gobierno de la Provincia, a través del Ministerio de Medio Ambiente, Campo y Producción, que hace poco desarrolló un foro frutihortícola para debatir los destinos de los huerteros puntanos y, entre otras políticas, anunció una línea de crédito especial que podría allanar un poco el camino del sector, que siempre ha tenido que correr desde atrás en la comercialización bajo la sombra de Mendoza.

 


Pero en el caso de Luisa y Sandro, las ventas son lo más directas posible. Apenas un improvisado cartelito en la puerta de su campo bastó para que los clientes se acercaran y compraran toda la cosecha diaria que iban recolectando. Es que la cercanía con las réplicas del Cabildo y la Casa de Tucumán (están a sólo 3 kilómetros) y de otros puntos turísticos, tal vez favorezca la afluencia de personas que buscan el sabor de lo autóctono.

 


“Muchas veces no nos creen que plantamos nosotros la frutilla y quieren pasar a ver las plantas. Una vez, una mujer agarró un tacho y se puso a juntar ella misma”, contó, entre risas, Luisa.

 


Sin embargo, el plan de la pareja es lograr expandir el área de cultivo y poder tener una producción mayor a la que disfrutan hoy. Para darle un valor agregado a su producción, preparan una sabrosa mermelada con las frutillas que tienen la inconfundible dulzura de lo que nace en la calidez de un hogar.

 


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