SAN LUIS - Jueves 02 de Mayo de 2024

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Pide cárcel para el conductor que atropelló a su marido y escapó

Por redacción
| 14 de mayo de 2016
Justicia por Antonio. Laura dice que todavía no asume su muerte. | Foto: Hérctor Portela

En los últimos días de vida Antonio Quiroga, la esperanza que guardaban su esposa Laura y sus seis hijos de que sobreviviría a las lesiones del accidente y se quedaría con ellos, de a poco, se apagó. Al final, era más una fantasía que una remota posibilidad. La tarde del 31 de marzo, de cuajo y para siempre, ese sueño se les acabó. El hombre de 68 años, que había sido embestido por un automovilista dos meses antes, en La Ribera, murió. “Yo sé que nada lo va a volver a la vida. Pero quiero que, por lo menos, ese asesino al volante pague, vaya a la cárcel y se funda ahí, porque me lo arrebató a mi viejo, me lo sacó…”, pidió la mujer. 
Aunque el sueño, que alimentaban más con el corazón que con la razón, se terminó hace un mes y medio, Laura dice que ni ella ni nadie en la familia pueden despertar todavía. “No caemos. Mi marido estaba lleno de vida. Le encantaba trabajar. Era sano. Nunca fue al médico. La primera vez fue ahora, cuando lo atropellaron. Entró al hospital y no volvió más…”, expresó. 
Contó que Antonio estuvo en el policlínico regional cerca de dos semanas. A los diez días de internación registró la mayor parte de la evolución que iba a lograr. Despertó y comenzó a mover la boca, como si masticara algo. “Más tarde lo llevábamos al Sanatorio Mitre. Ahí estuvo dos semanas más. Después, le dieron el alta y lo trajimos a la casa”, contó. 
Pero los médicos no le permitieron volver a su domicilio porque estuviera recuperado, todo lo contrario. Lo dejaron volver con su familia, porque ya no había nada que pudieran hacer por él. Inevitablemente, en algún momento, iba a morir. “El doctor nos había dicho que no había cura, que nos preparáramos para lo que iba a pasar…”, recordó.  
Para esa época, Laura había terminado de mudarse del campo a la casa de una de sus hijas, en el barrio San Antonio. “El Pami nos dio una camilla ortopédica y lo teníamos en una pieza. Le hacíamos los licuados, porque él comía y tomaba los remedios por una sonda. Venían los médicos a verlo”, relató.
El hombre había sufrido un fuerte golpe en la cabeza y en un pulmón. Perdió una parte del cerebro y, con ello, gran dominio de su cuerpo, señaló su esposa.  
De vez en cuando tenían que llamar a los enfermeros para que le conectara nuevamente el tubo de la traqueotomía, que él a los manotazos se sacaba. Tras el accidente, jamás recuperó el habla, pero se comunicaba con la mirada. “Uno le hablaba y él movía los ojos. Ponía cara triste y a veces cara alegre. A mí me sonreía…”, recordó María, su hija más chica, de 14 años. 
El momento que tanto le habían advertido los especialistas llegó el 29 de marzo. “Ese día se empeoró y tuvimos que llevarlo al sanatorio”, dijo. Antonio desarrolló una infección urinaria muy potente. “Le dieron unos antibióticos más fuertes que los que ya tomaba. Nos dijeron que si no le agarraba otra infección se podía salvar”, rememoró. Pero eso no pasó. 
El 31 de marzo Anita, otra de sus hijas, cuidó a Antonio hasta las seis de la tarde. En su lugar, quedó Laura. Ella iba a quedarse a su lado toda la noche. “Pero noté que respiraba mal. ‘Viejo, calmate, no te pongas nervioso’, le dije y llamé al enfermero”, narró. El enfermero lo revisó. Concluyó que el paciente estaba bien y le suministró unos calmantes. Ante la insistencia de la mujer, llamó al médico a cargo. 
Cuando lo atendían y movieron hacia un costado sufrió un paro cardíaco”, contó. Eran las 18:33. 
Los ojos de la mujer de 48 años parecen, por momentos, lagrimear. Pero es apenas un espejismo. En realidad, están inyectados de bronca. “Él, el borracho que lo atropelló, me lo arrebató”, señaló. 
Se refería a Pedro Adrián Mercuende, el principal sospechoso de haber arrollado al peatón. Los policías de la Comisaría 29° llegaron a él, el 10 de febrero. Un testigo del accidente lo identificó como el automovilista que llevó por delante a Quiroga. También reconoció su Volkswagen Gacel. El auto continúa secuestrado. 
Con la muerte de Quiroga, la causa migró del Juzgado Contravencional y Correccional al Juzgado Penal de turno, a cargo de Mirta Ucelay. Pero la familia teme que el caso se estanque. “El coche está secuestrado, pero él (Mercuende) sigue libre. Quiero que lo agarren, porque hoy fue mi marido, pero mañana adiviná quién puede ser… Puede ser una criatura. La va a atropellar y la va a dejar tirada, como hizo con mi viejo”, dijo. 

 


“No fue capaz de parar”
La mañana del domingo 31 de enero Antonio y Laura habían partido de "El Amanecer", el establecimiento rural en el que vivían y trabajaban desde hacía tres años, hacia Villa Mercedes. Fueron hasta lo de Contreras, un amigo que vive en el barrio Güemes. De allá se fueron hasta lo de su hija Silvia, en el barrio San Antonio. “Tomaron mates y, después, mi papá se puso a hablar con el señor del quiosco, de la esquina", narró Silvia, en su momento. 
Tras un rato, le dijo a la joven "nos vamos, porque tenemos que hacer de comer". Era casi las 11. Fueron hasta La Ribera, donde acostumbraban comprar. Primero a un comercio chino y luego a la verdulería, de Cazorla casi esquina Bosco, ubicada a la vuelta. “Ahí paramos la moto. Y mi marido, como era jodón, se puso a hablar con el chico de la verdulería”, recordó.
-“Después voy a andar”, le aseguró el hombre de campo a Víctor, el verdulero. Esas fueron sus últimas palabras. 
"Salimos a la vereda. Yo me puse a acomodar las bolsas con la verduras y mi esposo a patear la moto, para hacerla arrancar", indicó. Ella estaba debajo del cordón, de espalda a él. Habían estacionado la Maverick 150, tipo chopera, detrás de una Ford Ranger azul.  
“De la nada, siento un golpe. Muy fuerte. Me doy vuelta, levanto la cabeza y veo a mi marido tirado en el asfalto”, contó. Quiroga había quedado a su derecha, a diez metros de ella. Tendido a ochenta centímetros de la ochava. 
Todo fue tan rápido que Laura ni siquiera alcanzó a ver qué le había pasado a su esposo. En ese momento, sólo tenía ojos para socorrerlo. Los vecinos le contaron que lo había llevado por delante un auto. “Me dijeron que era un tipo que venía del lado de la escuela (del este), que pasó el semáforo en rojo, que está antes, quiso girar a la izquierda (en Bosco) y tiró por el aire a mi viejo. Lo tiró a la esquina, le hizo pegar toda la cabeza contra el asfalto y lo dejó tirado como un perro”, narró.
"No fue capaz de parar y preguntar cómo estaba, de acercarse y decir 'perdón, me abataté, no sabía qué hacer, me puse nervioso'. Nada. Lo dejó tirado y se disparó", acusó.

 


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