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Hallazgo macabro: creen que el padre descuidó a su hijo

Por redacción
| 23 de mayo de 2016
Ramón Calderón. Dice que nunca sintió olor, nada que le hiciera pensar que allí había un muerto. Foto: Héctor Portela.

Carlos Agustín Pedernera no dejaba de pensar y hacer cosas por su hijo. Antes de sentarse a comer, en el trabajo, preparaba una vianda y corría hasta su casa, a llevarle la comida a Carlitos. Les decía a sus compañeros y amigos del ex Hogar Escuela de Villa Mercedes que tenía que ir a atender al joven, y salía como un rayo. Pero un día dejó de nombrarlo. Dejó de llevarle el almuerzo. También, de repente, se apagó para siempre la luz del dormitorio del chico. Cuando su mejor amigo, Ramón Calderón, le preguntaba dónde estaba su hijo, él siempre respondía que estaba adentro, en su pieza, que estaba sucio y que, así, no podía verlo. Eso le dijo a él y a todos durante tres años. El sábado 21, su mejor amigo se cansó y lo encaró.

 


-“¿Pedernera, el Carlitos dónde está?”, le dijo.

 


-“Ahí está. Está adentro, en la cama”, le respondió.

 


-“No, él ahí no está ¿Qué hiciste con el Carlitos? ¿Está muerto el Carlitos?”, le replicó.

 


El padre bajó la cabeza y comenzó a llorar. “Sí…, se me murió”, le reveló.

 


-“¿Por qué no dijiste nada? ¿Hace cuánto que murió?”, insistió Calderón.

 


-“Hace tres años…”, confesó.

 


A Calderón le dieron ganas de pegarle una trompada a su amigo. Pero la sangre se le enfrió antes y no pudo reaccionar. Pedernera tomó su bicicleta y se fue. El otro hombre quedó solo en la casa, sin saber que en uno de sus dormitorios, el que el cocinero del ex Hogar Escuela nunca abría, detrás de la puerta con candado, yacía, sobre el suelo de madera, el cuerpo de Carlitos.

 


Desde esa tarde, Ramón no volvió a lo de su amigo. Lo cruzó, de casualidad, la noche siguiente, en la Comisaría 9°, cuando lo citaron a declarar por el hallazgo del cadáver del joven, que hoy tendría 26 años. “Pasó detrás mío. Yo quise hablar con él, pero no pude porque estaba declarando. No me alcanzó a decir nada. Me miró nomás…”, recordó. Pedernera tenía los ojos rojos, de tanto llorar.

 


El cocinero estuvo en la seccional hasta el martes. Permaneció ahí, a disposición del Juzgado de Instrucción Penal N° 2. Cuando los estudios radiográficos de la forense Alba Pereyra descartaron que Carlitos hubiera sufrido una muerte violenta, el juez Leandro Estrada le permitió irse.

 


El hombre había estado en la seccional no sólo por eso, sino más que nada por una cuestión humanitaria, explicó el magistrado. “Lo mantuvimos ahí porque en ese momento no tenía dónde ir. La casa, tras el allanamiento del domingo, quedó aislada y no podía ser habitada”, aclaró.

 


La Policía y el juez hablaron con las hijas de Pedernera, Vilma y Marisa, para preguntarles si alguna podía hacerse cargo de su padre, de 65 años. Primero le consultaron a Vilma. Ella no aceptó, ni siquiera puede verlo a la cara. Después hablaron con Marisa. La joven de 31 años les explicó que tampoco podía tenerlo en su domicilio, por sus nenes. Acordaron, luego de varias tratativas, que una sobrina lo cuidaría.

 



La pieza escondía un secreto

 


Calderón trabaja en el ex Hogar Escuela hace 31 años. Al principio hacía carpintería. Más tarde le encomendaron el parque. “Nos iban rotando, porque a medida que se jubilaban algunos compañeros y otros fallecían, se achicó el personal. No incorporaron a nadie más y los que quedamos fuimos cubriendo las tareas que hacían falta”, le explicó a El Diario.

 


Cuando él empezó a trabajar ahí, Pedernera hacía tres años que estaba. Se ocupaba de la cocina, porque de eso sabía mucho, contó. Limpiaba las aulas y les servía el mate cocido a los chicos. “Es buena persona. Colaborador. No sólo conmigo sino con toda la gente del Hogar, con las maestras, con todos”, remarcó.

 


Con los años, se hicieron grandes amigos. Se veían de lunes a viernes en el trabajo, pero los viernes a la tarde y el sábado se juntaban en la casa que la institución educativa le había cedido a Pedernera, por su rol de casero.

 


“Cuando Carlitos tenía catorce años, el padre se hizo cargo de él y de Vilma. Los crió a los dos”, relató. Todos en el ex Hogar Escuela se acuerdan del muchacho. Lo conocían desde los cinco años. Era epiléptico y esquizofrénico. “Conmigo se llevaba bien, porque yo era grande y estaba enfermo. ‘Oh, Carlitos ¿cómo estás?’, le sabía decir. Era hincha de Boca. Pero yo no era de decirle cosas ni darle mucha joda porque ahí nomás le agarraba la epilepsia. Lo cuidábamos mucho”, aseguró.

 


Lo veían a diario, en los pasillos de la escuela. Pero un día, sencillamente, dejó de ir. Tampoco lo veían en la calle.

 



-“Che ¿el Carlitos dónde está?”,  le decía Calderón a su amigo.

 


-“Ahí está, en la pieza”, le contestaba.

 


-“¿Lo puedo ver?”, le repreguntaba.

 


-“No, no. Está sucio. Tengo que lavarlo. Vení mañana”, le prometía.

 


Cuando el hombre regresaba al otro día, en la vivienda no había nadie. Las puertas estaban cerradas y las luces apagadas. “Así me tuvo tres años. Así como me decía a mí, que era el mejor amigo, le decía a todo el mundo, inclusive  a los vecinos”, comentó.

 


A veces, cuando Pedernera salía a comprar y él quedaba solo en su casa, gritaba en dirección al dormitorio del chico: “¡Carlitos…, Carlitos…!”. Pero, del otro lado, nunca nadie le respondió. Una vez se acercó y golpeó la puerta. Tampoco le contestaron.

 


La puerta de esa habitación estaba cerrada con un candado. El hombre nunca se animó a preguntarle al dueño de casa por qué la tenía asegurada de esa manera.

 


“Cuando pasó el tiempo, Carlos dijo que al chico lo habían llevado. No dijo adónde, sólo que lo habían llevado a otro lado. Cuando dijo así pensé ‘bueno, entonces, no está’, y dejé de preguntar”, relató.

 


Pero hace tres semanas comenzó a notar que su amigo estaba nervioso. No fumaba, pero le pedía cigarrillos. “A veces cuando le preguntaba por Carlitos me decía ‘el ocho de mayo, el ocho de mayo’. ‘¿Qué pasó ese día’, le decía yo y él me contestaba: ‘No, fue fatal’. Se largaba a llorar, con miedo, y ya no podía hablar”, recordó.

 


El sábado 21, un día antes de que los policías se toparan con el cadáver del joven, los amigos se juntaron a almorzar. El día anterior Calderón había quedado en que iría hasta lo del cocinero a eso de las 11, para ir hasta el supermercado de la vuelta a comprar lo que hiciera falta para preparar los tallarines.

 


Comieron. Pasadas las 18, mientras veían el primer tiempo del partido de River Plate, la ex de Pedernera, Ema Chavero, golpeó la puerta. Calderón la atendió. “Me dijo que ella había ido con la Policía a la casa, que la habían revisado y vieron que el Carlitos no estaba en la pieza”, narró.

 


“¿Qué? ¿No está?’, pensé yo. La mujer se fue y ahí nomás le pregunté a él si era verdad eso. Ahí se quebró y me dijo que sí, que se le había muerto”, afirmó. No le aclaró de qué había fallecido, pero el hombre de 64 años cree que se trató de una muerte natural.

 


“Yo pienso que Carlos lo descuidó a su hijo, en darle bien los remedios, en darle de comer. El chico hace unos años tuvo un problema con la Policía, lo atacaron con balas de goma cuando le dio un ataque en el hospital. Tenía once heridas en una pierna. Las conté. A las dos semanas que le pasó eso, se quebró una rodilla. Después no lo vi más”, contó.

 


Dice que no sabe cómo reaccionaría si vuelve a ver a Pedernera. Sabe que lo que hizo, vivir tres años con el cadáver de su hijo, no es propio de una persona que está en sus cabales y que necesita tratamiento psiquiátrico urgente. Pero, a su vez, lo carcome la bronca y la impotencia por lo que le hizo al chico. “Lo queríamos mucho a Carlitos. Lo conocíamos de chiquito. Iba a la escuela a tomar café o mate cocido. Le dábamos todo. Por eso me dolió muchísimo la muerte que tuvo, pobrecito. Nadie merece eso. Me hizo bolsa. Me destrozó”, expresó.

 



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