El nuevo paso de Cacho Garay por San Luis fue evidente: en el teatro quedaron muchas sonrisas en caras satisfechas.
Con la misma parsimonia con la que el humorista suele contar sus chistes, su público se acomodó en la sala, como si no fuera problema llegar en modo slow motion. En las butacas quedaron claras las diferencias generacionales: los jóvenes se sacaron selfies y los más grandes prefirieron charlar.
“Es lindo Cacho porque tiene un humor muy sano y podemos venir todos a verlo”, dijo una señora, en una divertida fila que incluía marido, hijas, yernos y algún nieto grandecito.
Y mucho de razón tenía la señora, ya que los chistes no son obscenos y mucho menos ofensivos. Y si alguien va a reírse de sí mismo, Cacho sabe que la autoparodia es lo más efectivo. Es inevitable que entre los presentes, cualquiera sea el tema que tenga el chiste, se identifique con el remate y le haga comentarios a alguien a su costado. O le dé unos codazos justicieros.
Primero apareció Miguel, el tecladista que lo asistió con los compases de “Soy feliz” que consiguió las primeras palmas hasta que salió el ídolo, vestido por Christian Pior.
Ahí nomás, el mendocino dio rienda suelta a su verborragia, lenta y con errores de pronunciación, pero efectivo para lograr sonrisas. “Acá es lindo”, alabó Garay las tierras y paisajes locales, ya que de donde es, está bueno “para hacer turismo para cieguitos: no hay nada para ver”.
Su rutina incluyó un repaso por su infancia, los primeros bailes donde conoció a ‘la insufrible’, esos encuentros cercanos en los que ya sabía que ella sería su futura ex mujer, porque está bueno “casarse una o dos veces” porque en el matrimonio uno cae en la ruina, aunque su compañero luego lo corrigió: “En la rutina”. “Sí, también” le respondió Garay, que como buen mendocino, dijo que en los viñedos es devoto de la fiesta de San Empedito.
“Pasen: los estábamos esperando”, le pidió a una pareja que llegó cuando quiso, en la que debe ser la práctica sádica más utilizada por los humoristas, salirse del guión si aparecen las víctimas propicias. Allí, Garay contó con la complicidad del público puntual para reírse de los que llegan tarde. Y si el artista los ve de cerca (preferentemente en las primeras filas) el efecto es demoledor. La gracia siempre será la misma: será un momento que ellos no olvidarán.
También su mujer estuvo en escena, así que Cacho fue controlado de cerca. De manera profesional, lo acompaña Verónica Macías, la “Bamby” que se despachó con unos agudos intensos en operísticas versiones de los temas de Evanescence “Bring me to life” y al clásico “We are champions” de Queen. “Es completita”, la vendió el cómico, ya que ella canta, se ríe y hace participar a la gente, además de ser la que más miradas atrajo, algo a lo que el humorista sabe sacarle provecho.
Garay no se amilanó y se le animó al canto con “La felicidad” de Palito Ortega y agitó a todos para que canten y aplaudan con “Zapato roto”, “Movéte, chiquita”, el inalterable “Puerto Montt” y fiesta con coreografía de “Nunca me faltes”, del Maestro Antonio Ríos.
El título de su obra anterior era “Toy más loco…”, ahora le agregó “bajé un cambio”. Sobre sus problemitas de salud habló (un poco) en serio pero le pidió a su gente que se animen a hacer todo aquello que los haga felices.
La sala colmada abandonó sus asientos y despidió al humorista y sus asistentes de pie, la actitud que tuvieron en la sala Hugo Del Carril fue la misma del Complejo Molino Fénix mercedino la noche anterior. Ambos ámbitos tuvieron una noche para recordar.
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