SAN LUIS - Domingo 05 de Mayo de 2024

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El acusado de matar a un policía dice que no conoció a la víctima

Por redacción
| 02 de enero de 2017
Mano a mano. González dijo que es víctima de un ensañamiento.

Rodolfo Gilberto Domínguez fue asesinado la madrugada del 27 de junio de 2015. El auxiliar de Policía murió sentado en el asiento de conductor de su amado Renault Clio, en Guayaquil y Ardiles. No llegó hasta esa esquina por casualidad. Una rubia despampanante, a través de Facebook, lo había citado ahí para concretar de una vez el romance que hasta ese entonces habían estado viviendo por la web. En lugar de eso, se encontró con su asesino. Uno que no pudo contener las ganas de matarlo y empezó a dispararle a la distancia, mientras caminaba. Le descerrajó diez tiros. A los pocos meses Ricardo Ariel González comenzó a ser investigado por el homicidio. La Policía había establecido que su mujer tuvo un amorío con la víctima y el solo hecho le había hervido la sangre al hombre.

 


El 31 de agosto la jueza Mirta Ucelay lo procesó y envió al penal. Las pruebas de 14 meses de investigación habían revelado, según la magistrada, que el almacenero de 38 años fue quien se hizo pasar por esa mujer que engatusó al auxiliar y le tendió una trampa. El Diario entrevistó a González en la Penitenciaría. Recalcó lo que le había dicho a la jueza en la indagatoria: “Yo no conocía a esta persona (la víctima), vine a saber de él después de que pasó todo”. Y desacreditó las pruebas en su contra. “Las pericias no tienen validez, porque todo lo que sea informático es fácilmente manipulable”, aseguró.

 


Ésa y otras cosas que le dijo a este medio quiere decírselas a Ucelay en persona. Por eso, antes de la entrevista, le entregó una carta al vicedirector del penal para que se la remitiera a la jueza de instrucción 3. En la nota le pide una audiencia. “Quiero hablar con ella para que se hagan bien las cosas, porque se me han violado todos los derechos procesales fundamentales: el derecho a la defensa, la buena fe, el que las partes tengan acceso al mismo material (expediente), los peritos, porque ellos (los investigadores) presentaron a una persona que no es idónea en informática para analizar las pruebas con las que me inculpan y la coacción. A mí me mandaron preso sin tener elementos contundentes, cuando en realidad la prisión preventiva es el último recurso”, enumeró el hombre, al que le temblaban las manos, quizá por las ansias que tenía de hablar en la entrevista que le pidió a El Diario.

 


La solicitud a este medio la había formalizado a través de una carta de cuatro páginas, escritas de puño y letra, en la que desmenuzaba por qué sostiene que la Justicia se ha ensañado con él y lo acusa de haber matado al auxiliar de 36 años.

 


—¿Por qué dice que las pruebas en su contra no tienen valor?

 


—Ellos (la jueza y los policías) me acusan de un delito informático. Ellos mínimamente tienen que tener un perito informático o una persona idónea, un licenciado o un ingeniero. Sin embargo quien me inculpa ni siquiera es un técnico. Es alguien que tiene un poco más de conocimiento que el resto en computación, pero no es ningún titulado. Todos le dicen “perito”, pero él (el experto de la Policía de La Pampa que analizó su computadora) le aclaró a la jueza que no tenía ningún título habilitante en informática. Y ésa es una clara violación al Código Procesal.

 


Hay muchas mentiras también.

 


—¿Cómo cuáles?

 


—Aluden cosas que yo supuestamente he dicho, pero cuando uno ve mis testimoniales se da cuenta de que nunca dije eso. Por ejemplo, en una parte de la resolución del procesamiento dice: “De acuerdo a las palabras de González, él haría lo imposible para que la relación (con su ex) funcione”, cuando yo en realidad dije que “voy a hacer todo lo posible para que…”. También la jueza dice que soy experto en armas porque fui a la escuela secundaria de la Quinta Brigada Aérea, cuando el mismo comodoro le dijo que ahí no dan instrucción en armas.

 


—¿Pero no le hicieron leer su declaración antes de firmarla?

 


—No. Cuando me llevaron a la Unidad Regional II para notificarme, los policías me estuvieron amenazando hasta diez segundos antes de que entrara la secretaria de la jueza. “Bueno, a usted le han dictado prisión preventiva. Por favor, firme acá”, me dijo. Eran varias hojas. No me las leyeron. Simplemente firmé y lo dejé así. Pero cuando pasó el tiempo y pude leerlo, me di cuenta de que hay un montón de falencias. Han hecho coincidir datos forzadamente, incluso omitiendo otros, para poder justificar la (prisión) preventiva.

 


—La jueza dice que probaron que el Facebook trucho desde el que entusiasmaron a Domínguez fue creado en su computadora.

 


—A mí me inculpan por dos fotos que supuestamente hallaron en mi máquina. De esas imágenes una tiene menor calidad en mi computadora que la que está en el perfil de Facebook. Cuando, en realidad, la foto de la máquina nunca puede tener menor calidad que la que está en la red social, tiene que tener igual o mejor resolución que la que está en la cuenta.

 


La fotografía de la que hablaba era la de una mujer mayor. Según las averiguaciones, la madrugada del asesinato la foto de perfil de Facebook de la seductora rubia fue cambiada por esa otra.

 


La segunda foto es una que se habría usado como fondo de portada de esa cuenta, y cuya fecha de creación coincide con la del homicidio. Pero lo que ellos no ven es que esa imagen fue creada en el 2016. Eso es algo que se puede ver dentro de las propiedades de las fotos. El crimen fue en el 2015, entonces la foto fue modificada ese año ¿Pero fue creada en el 2016? Hay una incompatibilidad ahí. Eso demuestra lo fácil que es adulterar los datos informáticos. Con cualquier programita se puede hacer. Uno le cambia la hora al reloj de la máquina y ya está. Un perito informático no le daría ninguna validez a tal cosa.

 


Cuando pedimos con mi abogado esas pruebas para hacer otro peritaje nunca nos fueron entregadas. ¿Entonces por qué tanto hermetismo? Porque bien saben que todo lo que tienen contra mío se puede fabricar. Es más, si se guían por la jurisprudencia se van a dar cuenta de que en el 99 por ciento de los casos lo que es evidencia informática no se puede usar, porque es manipulable.

 


—Los investigadores decían que usted es ducho con la informática y usó esa habilidad para que no lo descubrieran. ¿Es verdad?

 


—Yo lo que he sido durante muchos años es un reparador de computadoras. Pero estoy lejos del conocimiento que puede tener un licenciado, un ingeniero o un técnico universitario. Mi nivel es el de un autodidacta. Me instruí por cuestiones laborales.

 


—¿Cómo aprendió computación?

 


Hubo una época de mi vida en la que estuvo medio difícil conseguir trabajo, entonces empecé a trabajar en una casa de informática, en Pescadores y Belgrano. Yo sabía lo que sabe cualquier operador, cualquier persona. Pero comencé a tener más conocimientos de la parte técnica con el trabajo. Aprendí con un chico que sí sabía sobre informática y trabajaba ahí. Al principio me costó horrores, pero después uno se da cuenta de que siempre es más o menos lo  mismo y que hay que actualizarse con algún software o hardware nuevo que salga, y ya está.

 


—También sostienen que las comunicaciones que analizaron de su teléfono lo comprometen.

 


Ellos dicen que con (su ex) Fabiana hablábamos en clave. Porque decíamos, por ejemplo, “¿Te enteraste de tal cosa?” y no decíamos de qué o yo le decía “Ya te cuento de eso…”. Pero eso se puede prestar a mil cosas. A veces estábamos delante de otra persona y no queríamos que se enterara de algún negocio que estábamos haciendo o teníamos que arrojar números y no queríamos hacerlo al lado de otro. Pero… puede ser que en algún momento lo hayamos hecho por lo del policía. No lo niego. Uno llega a sentirse perseguido, si te están apuntando como un posible sospechoso todo el tiempo.

 


González cuenta que estuvo en pareja con Fabiana Palacios durante 22 años. Con ella tuvo dos hijos, una nena de 12 años y uno de 14. Pero la relación se acabó diez días antes de que le allanaran el domicilio, el 16 de marzo pasado.

 


—¿Usted sabía que su ex tuvo un romance con la víctima?

 


—Sí, pero ella me lo comentó después de que lo mataron. Me lo contó no me acuerdo si antes o después de su cumpleaños, que es el 22 de agosto, casi dos meses después del crimen. Ella salía del trabajo, cerca de las 8 de la mañana, y yo le había preparado un agasajo con facturas. Llegó y desayunamos. En un momento ella me dice: “Tengo algo que contarte…”. Medio preocupada. “Yo, cuando hice el curso de inicio (en la Policía), en el 2008, tuve una aventura sentimental con este chico que ha muerto”, me dice. “¿Con quién?”, le digo. “Con Domínguez”. Lo único que se me ocurrió preguntarle en ese entonces es: “¿Actualmente tenías algo con él?”, porque si era así yo estaba en el  horno –dice y desliza una temblorosa sonrisa-. “No, no. Habíamos festejado no sé qué cosa, yo había tomado un poco de alcohol y, entre una cosa y otra, me dejé llevar. Pero fue una sola vez”, me dice. Pensé que bueno… había sido un hecho esporádico. Me cayó mal la noticia, pero ya está.

 


—¿Por qué, después de tanto tiempo, ella sintió la necesidad de contárselo?

 


—Supongo que sentiría culpa.

 


—¿Su ex le había hablado de Domínguez antes?

 


—No. Me había contado que hicieron algunos adicionales, que trabajaron en un lado o en otro. Pero nunca me dijo que habían tenido algo más allá de su actividad.

 


—¿Usted lo conoció a él?

 


—No, jamás lo vi. Por eso en mi computadora no había ninguna foto de él. No hay nada. Eso es lo que trato de hacerle entender a la sociedad: yo no lo conocía.

 


—Cuando ocurrió el homicidio ¿su ex le hizo algún comentario sobre Domínguez?

 


—Me comentó que habían matado a un compañero y que le gustaría estar en el velorio, pero que no sabía si iba a poder ir. Tengo entendido que fue. No sé si fue al entierro también. Pero mucho del tema no se hablaba, más que como un tema casual como cuando se habla de una noticia cualquiera.

 

27 de junio de 2015. la madrugada que mataron al auxiliar. 

—¿Alguna vez ella le dijo “nos están vigilando”?

 


—Solo una vez, antes del allanamiento. Me dijo: “Mirá, Ricardo, hay una posibilidad de que la Policía nos esté investigando”. ¿Y yo qué le dije? “Bueno, que investiguen tranquilos, si yo no tengo nada que ocultar”.

 


—¿Cuándo supo que para la Policía era un sospechoso?

 


—Según el expediente –dice y hojea un resumen del mismo que hizo a mano- yo empiezo a figurar en el primer cuerpo de los siete que tiene. Estoy en todos. Y siempre que se podía investigar otra línea insistían conmigo. Pero eso sí, no hay nadie que diga: “Sí, yo creo que González pudo ir y haberlo matado”.

 


—¿Cuáles son esas otras líneas?

 


—En el expediente, hay 19 policías que atestiguan en contra de otro que le tenía malas intenciones (a Domínguez).

 


—¿Por qué se llevaba mal con la víctima?

 


—No voy a dar nombres, pero se trata de un superior de Domínguez. Tenía un ensañamiento con él por un tema de faltas. También dicen que el chico fallecido salió con una ex novia de este superior. Esta persona es instructora de tiro y es francotirador certificado. Si bien tiene una coartada y por la altura no coincidiría con el asesino, sí podría saber quién mató al efectivo. Entonces ¿por qué no investigan eso?

 


—¿Qué otras hipótesis hay?

 


—Ellos (los investigadores) mencionan a un policía federal. Fue el primer testigo que se presenta en la escena del crimen. Pero lo que no dicen es que se ausentó del lugar una vez que llegó el patrullero de la Federal y de la Provincia, sin el permiso de la jueza o del encargado de la investigación. Se fue a su casa, a buscar un abrigo porque, según él, hacía frío.

 


–De todos modos, nos informaron que a ese efectivo le hicieron la prueba de rodizonato de sodio (para saber si había accionado un arma de fuego) y resultó negativa.

 


—Eso se puede limpiar. Si bien hay químicos, también existen otras formas (para limpiar los restos de pólvora). Se puede usar orina. Pasándose con una esponja vigorosamente en la mano, se limpia y la prueba da negativo. Y cinco minutos es tiempo de sobra para hacer eso.

 


—¿Pero qué motivo podría tener ese policía para matar al auxiliar?

 


No sé si conviene decirlo o no, porque es sólo un rumor… El rumor es que la señora del policía había hecho el secundario con el chico fallecido y que, aparentemente, también había tenido una relación con ella. Pero es sólo un rumor, no está confirmado, ni siquiera investigado.

 


—¿No estudiaron esa posibilidad?

 


—Por lo que he visto en el expediente, no. De hecho, ya le dieron el traslado a otro lugar a ese efectivo. Qué grado de participación pudo tener en el crimen, si lo tuvo, no sé. Pero es otra hipótesis. La otra posibilidad surge de un par de comentarios. Dicen que él (DomÍnguez) tenía un amigo, un comisario, a quien le tenía muchísima confianza. Dicen que una semana antes del homicidio (la víctima) le dijo a ese comisario: “Te tengo que contar algo. Después hablamos”.

 


—¿Interrogaron a ese comisario?

 


—Sí, pero dijo que después no hablaron más de eso.

 


—¿Usted qué cree que lo mataron por “un problema de polleras”?

 


—Eso, en realidad, corresponde que lo digan los investigadores.

 


—Se toma un segundo y, en silencio, repiensa la respuesta.

 


—Puede que haya sido un drama pasional, porque era extremadamente mujeriego. Hay muchas declaraciones que dicen que salió con fulanita, menganita, sultanita. Pero también pudieron existir otros motivos, porque hay policías que sí mencionan otras razones. Por ejemplo, que él haya sabido algo muy importante de otros casos. Porque tenía la fama de que no era de callarse, todo lo hablaba. Y si se enteró de algo, por ejemplo, del caso Abel Ortiz, algún negocio de drogas grande o de algo que involucrara a otras personas, tranquilamente pudieron haberlo matado por eso.

 


—Si hay tantas posibilidades ¿por qué cree que usted es el único al que acusan por el crimen?

 


—Cualquier abogado se da cuenta de que hay un ensañamiento. Lo que querían era culpar a alguien para saciar una necesidad social. Cuando pasó lo de este chico (el auxiliar) había, al menos, dos casos más que se le estaba yendo de las manos. El caso Abel Ortiz, en donde sabemos que hay policías involucrados, y el caso de la parejita que apareció quemada. Había una orden de arriba de que esas causas se tenían que resolver. Entonces ¿qué era más fácil?: culpar al almacenero del barrio.

 


Según González, el rencor más grande que le guardan los investigadores es que jamás pudieron embarrarlo por tener antecedentes penales, aunque en la Policía conste una denuncia por violencia de género en su contra.

 


 —Me escracharon por violencia de género porque en el 2010 discutí con mi ex. En ese entonces, vivíamos en la misma casa, pero separados por un problema que habíamos tenido. Yo vivía en la cochera y ella en el resto. Pero a veces se sabía meter en la parte de la casa que me correspondía. Una vez yo me percaté de que había entrado. Le fui a reclamar que me devolviera la llave, porque tenía una copia, pero no me la quiso dar. Se la pedí dos o tres veces, forcejeamos y, en eso, los dos nos caíamos. Ella sobre una silla y yo al piso. Me lastimé el brazo (izquierdo) y ella en las costillas (derechas). Me denunció por violencia. Pero de ahí en más no volvimos a tener problemas. Eso es lo que la Policía llama violencia de género, cuando en 22 años de matrimonio nunca le levanté la mano.

 


—¿Sólo porque resultó más fácil inculparlo a usted está preso?

 


—No es casualidad que me acusen a mí. Esto viene de algo que pasó en el 2014, cuando mi hermano fue torturado y también muchos de sus derechos fueron violados. Lo metieron preso e incluso está sufriendo una persecución jurídica, porque tomaron una denuncia vieja y le dictaron la prisión preventiva.

 

—¿Cómo se relaciona eso con usted?

 


—Bueno, nosotros estábamos a punto de denunciar todas esas violaciones.

 


Esa denuncia de vieja data que señalaba es una que Alex González afrontó por intentar matar a un joven en el 2006. El hecho llegó a juicio oral en octubre pasado, pero el tribunal absolvió a Alex porque habían pasado doce años de la tentativa de homicidio y el tiempo para juzgar ese delito había expirado. Sin embargo, fue condenado a siete años de prisión por amenazar a su ex con una pistola y por resistirse al arresto. Lo hizo porque quería a toda costa volver con ella.

 


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