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Prisión para un acusado de violar a una mujer en un baldío

Por redacción
| 10 de marzo de 2017
Camino a la penitenciaría. Luis Gabriel Acosta luego de ser notificado de su procesamiento. Foto: Héctor Portela.

A poco de ser detenido, Luis Gabriel Acosta ya estaba mal parado ante la Justicia, frente a una serie de elementos que lo señalaban como el joven que asaltó y violó a una mujer en un baldío del barrio Eva Perón I de Villa Mercedes. Él negó haber abusado de N.G., pero sus palabras perdían peso ante las pruebas que se sumaban y se endurecían en su contra durante los días de prórroga del arresto. El elemento que terminó de sentenciar su destino, al menos en esta etapa de la investigación, llegó dos días antes del tiempo límite que tenía el juez instructor para resolver si lo procesaba por el abuso. En una rueda de reconocimiento, la víctima lo apuntó entre cinco personas, de rasgos faciales y físicos muy similares, como el chico que la atacó la tarde del 17 de febrero. Y lo hizo sin siquiera titubear. 

 


El juez de instrucción Penal 2, Leandro Estrada, entonces, lo procesó y le dictó la prisión preventiva por abuso sexual con acceso carnal, calificado por el uso de un arma. Quedó pendiente, de todas maneras, la investigación por el robo del celular de la mujer de 30 años. El magistrado dijo que, en breve, lo indagará por ese delito.

 



"Quiero que me reconozca"

 


El único acto claro de defensa que dejó ver el acusado de 19 años fue el del lunes 27 de febrero, cuando declaró ante Estrada. En la indagatoria, negó haber abusado de N.G.

 


Comenzó contando que el martes 7, un día después de separarse de su pareja, se fue a lo de un amigo, en Fraga. Se quedó cuatro días allá. Cuando regresó a Villa Mercedes no volvió a su casa, sino que pasó sus noches en el techo de la escuela de su barrio, el Eva Perón I. Relató que durante el día o la noche bajaba a recibir lo que su hermana le llevaba para comer.

 


Aseguró que se acobijó en el techo de la escuela hasta el viernes anterior a que la Policía le allanara la vivienda, el viernes 24. Dedicó gran parte de su declaración indagatoria para explicar lo que hizo ese día, en particular. Sin embargo, su relato fue poco claro. Dijo que ese viernes, a las seis de la tarde, se vio con su pareja y su bebé en la plaza de la salud de la calle Hilario Cuadros. Estuvieron juntos hasta las cuatro de la mañana. A esa hora acompañó a la mujer hasta el barrio Los Acacios. Al regreso, se cruzó con un amigo que andaba en moto, dijo. Ese chico lo iba a acercar, según él, a las vías del ferrocarril y Presidente Perón, pero en el camino se cruzaron con el padre del acusado. Allí el hombre le pidió a su hijo que volviera a su domicilio, donde sólo durmió una noche.

 


Recién, en la última parte de su declaración, Acosta habló sobre el día del robo y la violación. Dijo que ese viernes, como a las dos de la tarde, se fue con un grupo de amigos de su barrio, entre ellos su hermano menor,  al dique Vulpiani. “Caímos (regresamos) a las ocho de la noche”, afirmó.

 


“Yo no violé a ninguna chica”, subrayó. Tan seguro de eso parecía que, antes de terminar, pidió que la joven lo reconociera.

 


Ese último pedido la Justicia se lo concedió a principios de semana, cuando fue llevado a rueda de reconocimiento. Le ordenaron a él, y a los otros cuatro jóvenes que completaban la rueda, que se colocaran de costado, para ver sus dos perfiles, y, por último, de frente. N.G. ni lo dudó: identificó al segundo de esa hilera de personas como su agresor.

 


Unos días antes los peritos de Criminalística de San Luis le habían confirmado al juez que en la bombacha y en el jean de la mujer hallaron restos de semen. Ese detalle refuerza el testimonio de ella, que dijo que luego de someterla el abusador le ensució el pantalón.

 


A su vez, el médico policial, el del policlínico regional y el bioquímico de ese hospital informaron, también, que en el hisopado vaginal que le practicaron a la víctima habían encontrado componentes pertenecientes al esperma.

 


Pero una de las primeras pruebas que complicó a Acosta fue el reconocimiento que N.G. hizo de las prendas y del cuchillo que los investigadores hallaron en el domicilio de un familiar. Se trataba de un cuchillo con la punta quebrada y el mango blanco, amarillento por el uso y los años, similar al que usan los carniceros, un pantalón corto negro, con bolsillos de nylon y una gorra negra con el logo de la marca Nike. Esa gorra tenía un detalle que la hacía única: una mancha naranja sobre el costado derecho del frente, precisó la damnificada. Esa misma particularidad la tenía la gorra que la Policía le incautó al acusado el sábado 25 de febrero.

 



"¿No querés ser mi novia?"

 


N.G. le había contado al juez que el ataque ocurrió alrededor de las 16:30, cuando salió de su casa del barrio Eva Perón I, a pie, rumbo a su trabajo. Ella no acostumbraba a ir hasta lo de la anciana que cuida caminando, pero esa tarde, en especial, no contaba ni con la bicicleta ni la moto con la que suele ir.

 


Al llegar al cruce de Curchod y Nelson enrumbó hacia el norte. Describió que, al pasar la calle Tomás Ferrari, hay un descampado. El baldío tiene un camino de tierra que lo cruza y está tapado a los costados por yuyos. A la mitad de ese delgado sendero se topó con un joven que tenía entre 18 y 20 años. Era muy delgado y morocho, detalló.

 


 “Me dijo que estaba buscando un arma, que se le había perdido”, dijo la víctima. N.G. no supo qué contestarle. El extraño tampoco le dio tiempo. Llevó una mano a su cintura y sacó un cuchillo.

 


“Me manoteó el celular. Yo me resistí un poco y me largué a llorar, pero él me agarró de los pelos”, le relató a Estrada. Luego, el delincuente se puso detrás de ella y le colocó el arma en el cuello y empezó a manosearla, de arriba a abajo, para verificar si tenía dinero o algo de valor.

 


Le ordenó a la mujer que se bajara el jean, pero ella se opuso. Entonces, acercó su cara a la suya y le dijo que ya no llorara porque si seguía haciéndolo la iba a acuchillar. Cada palabra que pronunciaba apestaba a cigarrillo.

 


“Me hizo caminar por un sendero, hasta llegar a un alambrado. Me hizo cruzar el alambre y después me empezó a amenazar con el cuchillo en el cuello”, narró. Allí, bajo el picante sol de la siesta, la violó.

 


Cuando terminó de abusar de ella, le ordenó que se subiera el pantalón y le preguntó: “¿No querés ser mi novia?”. “Yo le dije que no, que no lo conocía, si nunca antes lo había visto”, recordó N.G.

 



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