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Según un policía, Marco Moreno quería matar a sus familiares

Por redacción
| 15 de marzo de 2017
Sin sobresaltos. Marco escuchó la audiencia sin inmutarse. Foto: Héctor Portela.

Todas las hipótesis fueron estudiadas. Ninguna escapó de esa posibilidad. Pero no importaba cuánto analizaran otras probabilidades, todos los indicios para llegar al asesino de Eduardo y Carlos Moreno obedecían a un único hilo conductor, que siempre orientaba a los investigadores hacia una persona: Marco Guillermo Moreno, nieto y hermano de las víctimas, declaró el oficial principal Diego Correa, de la división Homicidios, en el juicio que afronta el chico por el doble crimen. Tenía la intención de asesinarlos. Había demostrado tener el coraje de preguntarles a unos conocidos si eran capaces de deshacerse de sus familiares. También tenía una motivación: ser el único beneficiario de un dinero que, hasta el momento, tenía que conformarse con compartir con su hermano adolescente.

 


Correa recordó que el domingo 11 de enero de 2015, alrededor de las 14, sus colegas de la Comisaría 9ª requirieron al personal de su división en Italia 1767, en el barrio Rafael Origone (Villa Mercedes), porque habían hallado dos cadáveres.

 


Los efectivos entraron al domicilio. El aire era irrespirable. Los únicos sonidos que se oían dentro eran del aire acondicionado que había quedado prendido en la cocina y el de los moscardones que sobrevolaban el living, indicó. Luego de pasar una puerta vaivén, que dividía la cocina del comedor, sobre el piso de esa última habitación encontraron a Eduardo. El cuerpo del hombre de 81 años estaba tendido en el suelo. “Se notaba que había sido movido del lugar, por las manchas hemáticas que tenía alrededor”, detalló el testigo. Al lado del jubilado también había un colchón, con más rastros de sangre.

 


Apenas a unos metros de ese cadáver estaba el de su nieto. Carlos estaba a un lado de la puerta principal del domicilio, tirado, boca abajo y tapado con un colchón. Sólo una remera y un bóxer lo vestían. La sangre a su alrededor también se había secado. Pero el homicida había tenido, de todas formas, la precaución de colocar una colcha debajo de la puerta, para evitar que la sangre se escurriera por debajo.

 


Dijo que los primeros detalles que les indicaron que el asesino pertenecía al círculo íntimo de las víctimas fue el hecho de que en la casa ninguna abertura había sido violentada. Correa señaló que la única puerta que había sido abierta a la fuerza era la de la cocina, que da hacia la parte trasera de la vivienda, pero aclaró que los amigos de Carlos, de 17 años, la habían abierto de una patada cuando se preocuparon porque nadie en el domicilio atendía los llamados.

 


La única puerta que estaba abierta era la del portón que da hacia la calle. Ésa tenía la llave puesta del lado de adentro, precisó el policía.

 


Comentó que en la vivienda había un gran desorden, pero no parecía ser el que deja un delincuente que busca algo de valor, sino que se trataba, más bien, de una señal de abandono. “Había ropa amontonada y tierra de vieja data”, recordó.

 


En el dormitorio matrimonial había una caja de metal azul abierta, pero vacía. “Después, a través de los testimonios de los conocidos y de los familiares, descubrimos que el anciano sabía tener una caja de esas características, cerrada con un candado, en la que guardaba plata”, indicó. A ese candado jamás lo hallaron.

 


Correa dijo que, aunque la idea del robo nunca fue descartada, había elementos que les hacían suponer que no estaban en presencia de un asalto. “Requisamos al jubilado y, en un bolsillo del pantalón, tenía dinero y un teléfono inalámbrico. Si se hubiera tratado de un robo es raro que los ladrones no se hayan llevado esas cosas”, explicó.

 


Pero las sospechas se afilaron contra el acusado cuando dos amigos de éste y un conocido de ellos declararon que, en una ocasión, Marco les había comentado que su hermano lo tenía cansado, porque vivía drogándose. “Les planteó ese inconveniente y les dijo que necesitaba darle un susto”, comentó el oficial principal. Pero, según los testigos, ninguno de ellos aceptó la propuesta del joven. “Nuestras averiguaciones nos indicaban que el chico quería matar a los dos, pero más quería deshacerse de su hermano”, dijo.

 


La autopsia –recordó– reveló que las víctimas habían sido asesinadas a golpes, con un elemento romo. Ambos habían sido atacados por sorpresa y ninguno tuvo chance de defenderse, pues no presentaban lesiones de defensa.

 


“También analizamos a las personas cercanas al domicilio, para saber si alguna pudo haber tenido la intención de matar al jubilado y al chico; pero todas esas hipótesis resultaron negativas”, mencionó.

 


Indicó que, en un momento de las investigaciones, sobrevoló la sospecha de que el entorno de Carlos hubiera estado involucrado en su muerte; pero esa idea se descartó más tarde. “La víctima tenía un grupo de amigos que se hacían llamar ‘Los bro’ o algo así. En sede policial, admitieron que fumaban porros, consumían marihuana y cosas así. Tenían problemas con otras pandillas, pero no pasaba de eso, nunca hubo apuñalados ni nada de eso. No eran del ambiente delictivo”, resumió.

 



“Marco necesitaba cariño”

 


Antes de que el oficial principal refrescara los principales indicios por los que Marco está detenido desde hace dos años, declararon cuatro testigos. Dos vecinos de las víctimas, comentaron que de vez cuando solían escuchar a los hermanos pelear, y Luis Alberto Moreno, el suegro del acusado.

 


El hombre de 54 relató que se enteró del doble crimen porque su hija, Silvana, le comentó que vio a través de Facebook que habían hallado dos cadáveres en la casa del abuelo de su novio. “Marco, en ese momento, estaba trabajando en el videoclub. Entonces nos fuimos con mi hija a buscarlo”, narró.

 


Dijo que cuando le avisaron lo que se decía en la red social Marco salió llorando de su trabajo. “¿Qué me hicieron? Eran lo único que me quedaba…”, habría dicho el acusado, según el testigo. “Y cuando llegó a la casa del abuelo se puso peor, lloraba más, porque encima no lo dejaron pasar. Nos dijeron que fuéramos a la Comisaría 9ª, que ahí iban a hablar con nosotros”, recordó.

 



—¿Usted estaba al tanto de que existieran peleas entre Marco y su hermano Carlitos?— le preguntó Miguel Agundez, el abogado contratado por el hijo del jubilado asesinado.

 


—No, no sabía nada de eso— le respondió el suegro.

 


—¿Qué concepto le merece Marco como persona?—le consultó el letrado.

 


—Él siempre fue un chico muy educado. Cada vez que salía con mi hija me pedía permiso. Yo le tenía mucha confianza por su educación— contestó.

 


Era tanta la confianza que tenía con sus suegros que, según el hombre, un día el acusado le preguntó a él y a su esposa si podía llamarlos “mamá” y “papá”. “Era como que necesitaba un apoyo familiar. Hablaba bien de su hermano y de su abuelo, pero parecía que necesitaba cariño”, expresó. Quizá por eso, el presunto homicida pasaba más tiempo en lo de sus suegros, con su novia, en vez de compartir con su único hermano y su abuelo paterno, que los había criado desde que sus padres murieron en un accidente de tránsito.

 


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