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Fabio González hace un repaso por su vida artística

Por redacción
| 12 de abril de 2017
Sereno y confiado, Gonzalez no cesa en su afan de enseñar a soplar saxofones con ritmo.

Su figura no pasa desapercibida en ningún escenario, y no es por su gran físico sino por la manera en la que se destaca sobre el mismo. Fabio González cumplió 40 años y festeja en 2017 sus 35 en la música.

 


González recordó que debutó un 25 de mayo en la banda municipal de Rufino, donde su padre Miguel Ángel era bombista, “era el más chiquito de la banda, tenía cinco añitos y tocaba el último tambor”, acotó con nostalgia.

 


Después transitó las calles de su Rufino natal tocando en esa banda y además, como todo adolescente, integró varios grupos de rock donde seguía en la percusión, sólo que en la batería, como en “Los Delfines”. Hacían covers de "Serú Girán", "Los Redonditos de Ricota", "Soda Stereo", "Virus", "los temas que estaban de moda y que les gustara a la gente, porque si no nos llamaban para tocar”, confesó en una gran sonrisa, y agregó que los ensayos consistían en escuchar cada uno en su casa los cassettes y vinilos que tenían y después juntarse a ensamblarlo, “eran otros tiempos”, dijo sobre el método.

 


Con esa experiencia diversificó sus gustos y ese conocimiento le permitió tocar en San Luis con una variedad de grupos y estilos, del jazz al rock, del melódico al cuarteto, y desenvolverse porque "el saxo es muy versátil y me permite ensamblarme" dijo el sesionista que grabó con "Vorsoto", "Algarroba.com" y "Viejos Sordos", entre otros.

 


“Cuando repaso todo lo que viví, veo que es mucho”, dijo emocionado, siempre con la música de su lado, del tambor fue a la batería y de ahí a los instrumentos de viento, primero el clarinete y después los saxofones, porque “no había muchos que lo tocaran, sí había guitarristas, tecladistas y bateristas, decidí ir por otro camino musical”, reconoció Fabio, a quien le encanta el sonido que producen. “El saxo da momentos íntimos y de mucha fuerza, esos sonidos son los que desprende”.

 


Terminó la primaria y estudió música en la cooperadora del pueblo, “una muy humilde, se pagaban 2 pesos para colaborar, pero había muy buenos maestros que sacaron un gran semillero de ahí”, hasta lograr él mismo, con el tiempo, perfeccionarse en la materia y dedicarse a la docencia.

 


A los 17 años dejó la tierra santafesina para radicarse en San Luis con su familia y comenzó a trabajar en la gastronomía -a la par de la música- y ahorró hasta comprarse un saxo tenor, que brillaba bajo las luces de bares, restó y salones gastronómicos.

 


Sus hijos no tocan el saxo pero el mayor, Alan (de 21) es bajista y toca en bandas de rock, los otros dos todavía no, "pero sé que tienen el gen musical, espero que lo exploten” deseó el orgulloso padre.

 


Formó en el ’97 la Escuela de Saxofones San Luis, “22 años de clases ininterrumpidas” afirmó rápidamente sobre la institución que dio los primeros soplidos en su propia casa, que pasó por distintos recintos culturales “y cuando se cerraba esa puerta, volvía a mi casa, así que nunca paré”, afirmó, confiado en su actualidad docente que tiene un nuevo espacio para sus alumnos, de los 10 a los 80 años, en el Centro Cultural Puente Blanco, de martes a viernes desde las 15, y un ensayo general el sábado a las 10.

 


Para ellos transcribió canciones emblemáticas de Los Beatles para interpretar con 15 saxofones, en una noche temática donde se les unirán músicos invitados. Otra fecha pendiente es tocar en el ciclo de conciertos del Salón Blanco.

 


“Las ansias nos pueden, todos quieren tocar pero primero hay que aprender música” dijo sobre los primeros pasos de sus alumnos, a quienes les enseña a leer partituras y después a conocer el instrumento. “Nos pasa a menudo que todos quieren tocar pero mí deber es decirles la verdad: primero hay que aprender música, de ahí encausar esa energía, esas ganas y esos sueños de tocar para formarlo, darle todas las herramientas y no quedarme con ninguna”, recalcó, y por eso tiene 126 cañas de saxo guardadas, que son las primeras que usó cada discípulo y se la regaló autografiada, “las conservo a todas y yo les regalo una mía”. González aclaró que quiere enseñarles “que sean libres y felices, ése es el lema de mi escuela, que hasta el último día de sus vidas estén tocando”.

 


Guardó su saxo y el estuche, se calzó las gafas negras, levantó con la otra mano un bolso con partituras y se fue caminando hacia el centro, con el pecho lleno de ilusiones y una melodía en la cabeza.

 


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