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La violencia de Isis, cuando el terror es el instrumento

La organización terrorista se diferencia de otros grupos Yihadistas por la proclamación del califato y una visión apocalíptica de una lucha contra occidente por la supremacía mundial. Acorralado en sus bastiones de Medio Oriente, aún conserva la capacidad de realizar atentados en Europa.

Por Hernan Silva
| 17 de julio de 2017

Una pesadilla medieval de muerte, decapitaciones y esclavitud transmitida por las redes sociales. Una Europa golpeada y militarizada. Un problema que Occidente aún no logra entender en su totalidad. El Estado Islámico (EI), a pesar de su primitivismo y de que hoy está territorialmente acorralado, pateó el tablero de la geopolítica internacional en la última década con una estrategia binaria de atacar en Medio Oriente y atentar en las principales capitales del Viejo Continente. La inestabilidad que generó inició un enorme movimiento de refugiados sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.

 

A pesar de su irracionalidad, no es un movimiento incomprensible. Sus acciones están justificadas por una interpretación literal de los libros sagrados de los musulmanes y sus militantes exhiben un rechazo absoluto a cualquier atisbo de innovación o modernización social. Sin embargo, estos dos conceptos son compartidos por varios grupos yihadistas. Lo que verdaderamente distingue al EI es la proclamación del califato y la creencia de que el apocalipsis (en donde se entablará una lucha con las potencias cristianas) está cerca y que ellos asumirán rol protagónico para señalar su advenimiento. Para el grupo, la violencia y el terror están justificados y son instrumentos para alcanzar los objetivos.

 

Ideología e interpretación

 

La interpretación literal que hace el Estado Islámico de las escrituras abreva de la naturaleza salafista de la organización. El salafismo contemporáneo es una corriente política religiosa surgida en Medio Oriente en el siglo XVIII como reacción al declive que las naciones musulmanas tenían en relación a Occidente, que los aventajaba en tecnología y desarrollo económico. Para revertir esta realidad, varios teólogos y pensadores abogaron por retornar a las fuentes y al ejemplo de vida puro y sin contaminación del profeta Mahoma y sus primeros seguidores, período en el que el Islam estaba en pleno auge militar y cultural.

 

Para los salafistas, cualquier interpretación, innovación o aplicación de un sistema político posterior al de la primera era de Mahoma se concibe como una corrupción de las ideas originales, y por ende el rechazo debe ser terminante. Así, el EI desempolvó códigos de conducta y normas de guerra que habían quedado en desuso hace cientos de años y que sólo eran citados en los libros de historia.

 

El infiel debe ser convertido y, si muestra resistencia, es lícita su eliminación. En los territorios conquistados en Medio Oriente, el grupo terrorista procedió a la destrucción de museos y esculturas de civilizaciones antiguas por considerar que fomentan la idolatría.

 

Con esta lectura restringida y puritana de las escrituras sagradas, el Estado Islámico se generó varios enemigos de manera automática: Occidente, Israel, los estados de la región que no se rigen con estas leyes ancestrales y también a los chiitas, una de las principales ramas de esta religión monoteísta, profesada entre el 10 y el 20 por ciento de los 1.600 millones de fieles. El EI sunnita (la corriente mayoritaria), tiene entre sus metas primordiales luchar contra los chiitas a los que acusan de no respetar el ejemplo aportado por Mahoma y sus seguidores. Por eso no tuvo ningún reparo en destruir en el 2006 con una bomba la mezquita chií de Samarra, en Irak, lo que constituyó el inicio de la guerra civil en ese país.

 

Otra decisión que diferencia al EI, que es importante aclarar, defiende ideas que no son compartidas por la mayoría de la comunidad musulmana, es su proclamación como califato. El anuncio lo realizó el líder de la organización, Abu Bakr al-Bag-hdadi el 29 de julio de 2014 en la mezquita de Al Nuri de Mosul (Irak), la misma que los terroristas volaron hace unas semanas. El califato es un concepto muy significativo en la historiografía islámica. Representa una forma de organización que además de implicar la administración de un territorio extenso y poderoso, equivalente a lo que sería imperio, encumbra al califa (una palabra que significa sucesor del profeta) como el líder de toda la comunidad de fieles. El último ejemplo de califato fue el Imperio Otomano, que colapsó tras la Primera Guerra Mundial.

 

El militar estadounidense Brian Steed, quien vivió ocho años en Medio Oriente, asegura que la pertenencia al califato “pasó a ser sinónimo de ser musulmán”. Igual advierte que la mayoría de los fieles no apoyan al ISIS en esta polémica declaración, aunque reconoce que es una idea que atrajo a miles de personas para luchar en Medio Oriente con la bandera negra como estandarte o para realizar atentados en las ciudades de europeas o de Estados Unidos.

 

El apocalipsis es también otro concepto central para el EI, y quizá uno de los más esclarecedores para comprender su estrategia. La organización cree que hemos arribado a los prolegómenos del conflicto religioso final entre el Islam y los infieles, profetizado antes de la llegada del fin de los tiempos. La invasión de los Estados Unidos a Irak en el 2003, o la intervención de otras potencias occidentales, dieron pábulo a la visión apocalíptica del ISIS y galvanizó a miles de militantes. El califato tiene la obligación de ir a la guerra para expandir sus fronteras.

 

El objetivo final de esta lucha es la supremacía del Islam, y por eso el grupo esgrime una yihad ofensiva que sólo se detendrá con la implementación de un califato mundial.

 

Metodología y administración de los territorios conquistados

 

 El instrumento con el que el Estado Islámico aglutina su ideología y su energía es la violencia extrema. Los actos terroristas irracionales y espectaculares fueron la marca registrada del grupo desde sus inicios. Abu Musab al Zarqaui, autoproclamado líder de Al-Qaeda en Irak (agrupación precursora del EI), constató el potencial propagandístico de la violencia indiscriminada con atentados constantes contra la población civil. Además, supo usar el simbolismo con astucia, otro de los rasgos característicos del grupo terrorista. Él fue quien decidió, por ejemplo, que los prisioneros que iban a ser decapitados lucieran mamelucos naranjas, casi idénticos a los utilizados en Guantánamo o Abu Grahib, sitios de detención estadounidenses para potenciales terroristas.

 

Zarqaui, quien muere en junio de 2006 en Irak después un ataque del Ejército norteamericano, comprendió que la violencia extrema polariza y crea un clima maniqueísta, de estar “con nosotros o en contra de nosotros”. Enemigo acérrimo de los chiitas, no tuvo miramientos en planificar y realizar atentados incluso en reuniones familiares o casamientos, como en Jordania. Su irracionalidad ha sido tan grande que incluso su modus operandi despertó críticas de Al Qaeda, la organización que apadrinó al EI y cuyos dirigentes rechazaron acciones tan irracionales.

 

A pesar de estos reparos, el Estado Islámico nunca abandonó el uso del terror sistemático y siempre procuró que los atentados produjeran la mayor conmoción, incertidumbre y visibilidad. En agosto de 2014 decapitó al periodista estadounidense James Foley. Siguió una serie de ejecuciones de rehenes occidentales con la utilización del mismo método medieval. También quemaron vivo a un aviador jordano que había caí do prisionero. En los territorios bajo administración del califato la sharia, o ley islámica, es una norma invariable. Establece patrones de conducta y tiene implicaciones en todos los órdenes de la vida. Bajo estos preceptos, los milicianos no han dudado en encarcelar o asesinar a homosexuales, los que fuman cigarrillos, o incurren en relación sexuales por fuera del matrimonio.

 

Otro concepto que el EI emplea como táctica principal para combatir es el desgaste. Inspirados en la historia de la expansión Islam cuando logró prevalecer con ataques repetitivos ante grandes imperios en declive, como el Persa y el Bizantino, la organización cree que son mucho más eficaces las agresiones continuadas y que “desangran” al enemigo que aquellos ataques espectaculares, pero que por sus mismos requerimientos de inteligencia y logística, resultan esporádicos. Por eso prefieren la contribución de un “lobo solitario” que arrolle bajo las ruedas de un camión a decenas de personas en una calle balnearia, como en Niza (julio de 2016), que atentados masivos y orquestados por varias personas como el de las Torres Gemelas de septiembre de 2001 o el de la estación de Atocha en 2004.

 

Los yihadistas y su financiación

 

El hábil manejo de las redes sociales y la proclamación del califato actuaron como señuelo para que miles de personas de todo el mundo se unieran a las filas del ISIS. En diciembre de 2014 se estimaba que las tropas del Estado Islámico contaban con la colaboración de personas de 90 países, y que el 10 por ciento procedían de naciones europeas.

 

Pero la guerra es una de las empresas más onerosas que puede acometer el ser humano; y el furor yihadista de atacar y atentar en todos los frentes posibles insume dinero, y mucho. Para financiarse los terroristas han recurrido a múltiples fuentes, aunque el petróleo siempre estuvo dentro de las “cajas” más generosas. Irak es el segundo productor de crudo en el mundo detrás de Arabia Saudita y se estima que en su apogeo la organización obtenía un millón de dólares diarios sólo de la comercialización de hidrocarburos. Otra fuente de financiación fue en el saqueo de los tesoros estatales a través de la adquisición de millones de dólares de reservas y lingotes de oro.

 

Además los yihadistas mostraron en estos años imaginación y pocos escrúpulos para la búsqueda de recursos. Para poder mantener a sus tropas, muchos analistas aseguran que la asociación recurrió a la industria del secuestro, la venta de órganos, la creación de nuevos impuestos y el robo y el tráfico de antigüedades.

 

Sin embargo, el director del Centro de Investigación del Mundo Árabe de la Universidad de Maguncia (Alemania), Günter Meyer, asegura que la mayor fuente de financiamiento del Estado Islámico son los fondos procedentes de países de Medio Oriente con afinidad ideológica al EI (naciones sunnitas como Arabia Saudita principalmente, aunque también Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos).

 

 

 

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