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Un palo, la posible arma con la que asesinaron a un puestero

El madero estaba a metros de donde vivían los peones imputados por el crimen. Tenía sangre cuyo grupo coincide con el de la víctima.

Por redacción
| 22 de enero de 2018
Hace una semana. El trabajo de la Policía, a la vera de la Autopista 55, donde hallaron el cadáver de César Etchart. Foto: Unidad Regional II.

Fue uno de los primeros elementos que los investigadores notaron cuando inspeccionaron las casas de la víctima César Crispín Etchart y sus empleados César Romero y Florencio Ramos, en la estancia de Arizona donde trabajaban. Como si hubiese sido imposible no advertirlo. El madero, similar al que usan para alambrar los campos, estaba fuera de la vivienda del patrón, apoyado sobre una pared. Es decir, a unos ocho metros de donde vivían sus peones. El calor había secado la sangre sobre la madera, pero no la había hecho invisible. El sábado a la mañana, los peritos le remitieron al juez Leandro Estrada los resultados de los análisis hechos al bastón. Establecieron que lo que parecía ser sangre lo era y, no sólo eso, también era del mismo factor sanguíneo del puestero que fue hallado maniatado y con la cabeza hundida a golpes.

 

Aunque ese estudio no es concluyente para afirmar que la sangre es del anciano asesinado, pues cualquier otra persona puede tener el mismo grupo sanguíneo, sí fortalece la posibilidad de que esa varilla sea el arma con la que mataron al encargado del campo. Un segundo examen de carácter genético, para determinar si los vestigios hemáticos le pertenecen al hombre de 72 años, podría despejar esa duda, explicó una fuente judicial.

 

Desde que la autopsia, hecha por la forense Sandra Miatello, comprobó que Etchart había muerto por los golpes que tenía en el rostro y en el cráneo, los investigadores saben que fue asesinado con un elemento contundente. De forma plana o, al menos, con un lado de esa característica y lo suficientemente macizo como para abollar algo tan duro como un hueso. Así es el palo que hallaron en “Villa Luján”.

 

La madera tiene lados, como un cubo, y está quebrada, refirió el informante. Le falta un pedazo. “Te das cuenta que está rota por la forma del corte, que va desde la mitad del palo hasta un extremo”, como si alguien lo hubiera golpeado con fuerza contra algo en esa parte, precisó. 

 

Ninguno de los nueve traumatismos que el puestero tenía en la cabeza podría servir para cotejarlos con el trozo de madera, dado que los porrazos, al haber sido tan violentos, numerosos y simultáneos, lejos de dejar marcas en la piel la destrozaron. Pero no sucede lo mismo con la única lesión que la víctima tenía en el abdomen. 

 

Ese golpe fue el único que el empleado rural recibió en el resto del cuerpo y también el que le dejó la marca más visible, la que da cuenta de la forma y la longitud del arma homicida. Por eso los investigadores la compararán con el palo secuestrado. 

 

Pero el bastón no era lo único que estaba ensangrentado. Los peritos de Criminalística establecieron que las gotitas de sangre que tenía una de las prendas que secuestraron en la casa de los imputados, una bombacha de campo, también coinciden con el factor sanguíneo del responsable de la estancia, agregó la fuente. 

 

Un testigo que los complica 
El jueves declaró una de las cinco personas que almorzaron con la víctima el sábado pasado, unas horas antes de que fuera asesinada. El hombre de 26 años también administra un campo, 75 kilómetros al norte de “Villa Luján”. Conocía a Etchart porque en Arizona solían vivir en la misma cuadra y porque fue novio de su nieta. Solía llamarlo “El Vasco”. 

 

Contó que ese día, cerca del mediodía, habló por teléfono con el encargado rural para juntarse a comer. “Yo había comprado el asado con mi patrón”, le relató al juez. Quedaron en que el asado lo iban a comer en “Villa Luján”. “Nos fuimos todos para allá”, dijo. Todos eran, además del joven, su patrón de apellido Baque y un tal Anido, que habían venido de Buenos Aires, y dos venezolanos, conocidos de ellos que estaban de visita en el país. 

 

Cuando llegaron a la estancia, “El Vasco” parecía enojado con sus empleados. “¿Cómo el patrón va a estar haciendo el asado y los peones durmiendo la siesta?”, lo oyeron decir tres o cuatro veces. 

 

Esa tarde se reunieron porque Baque, según explicó el testigo, estaba interesado en comprarle unos toros a Etchart, que aunque no era el dueño del campo era quien estaba al frente de su administración y se ocupaba de perfeccionar la genética de esos animales. “El Vasco era muy bueno en eso”, rescató el joven. 

 

Estuvieron ahí hasta las tres y media de la tarde. Después, los cinco se fueron hasta lo de Baque. “Estuvimos hasta las seis, tomando mate, le mostramos (a la víctima) las vacas y el campo”, narró. 

 

Luego se fueron a Arizona. En el camino Etchart dejó a Anido en una estación de servicio y el resto se puso de acuerdo para reencontrarse cerca de las nueve de la noche, ahí, en el pueblo, para ver un partido del campeonato local de fútbol. 

 

El testigo explicó que uno de los venezolanos es futbolista en Europa. De hecho, la víctima, que “era loco por el fútbol”, lo bombardeó con preguntas ese día. 

 

“Quedamos en que después nos juntábamos todos a cenar en el club”, contó. “El Vasco” no quería dejar de asistir a ese partido, porque sus organizadores habían arreglado para que el venezolano mostrara en la cancha algo de lo que sabe hacer en Europa. 

 

Pero antes de eso el puestero tenía una última tarea que cumplir. Tenía que volver a la estancia que administraba a buscar a Romero, que estaba de franco, para acercarlo al pueblo. “Me voy a cambiar, a bañar y, de paso, lo traigo (a Romero)”, prometió y salió apurado. Jamás volvió. 

 

El testigo dijo que lo llamó tres o cuatro veces, cuando estaba a punto de empezar el partido. El teléfono tenía tono, pero su dueño nunca contestó.

 

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