Los avances de la medicina, en más de una ocasión, chocan con principios éticos que ponen a prueba la capacidad de optar por el camino correcto, en situaciones extremadamente sensibles. Lo que para algunos es la “mejor opción”; para otros resulta inadmisible. Y en esa disyuntiva, muchas veces la salud ocupa un segundo plano, porque la discusión transita por intereses irreconciliables.
Un trasplante de células madre es más efectivo que el tratamiento médico actual para alargar la vida de los enfermos de esclerodermia, una grave enfermedad autoinmune, según un ensayo clínico publicado en los últimos días.
Esta enfermedad rara e incurable afecta alrededor de 2,5 millones de personas en el mundo, sobre todo a las mujeres en edad fértil, precisaron los investigadores en su trabajo publicado en la New England Journal of Medicine.
“La esclerodermia endurece la piel y afecta a los tejidos conectivos y en su forma más severa puede causar fallos orgánicos fatales, principalmente de los pulmones”, dijo el director del estudio, Keith Sullivan, profesor de medicina celular en la Universidad de Duke.
“En estos casos severos, los tratamientos con medicamentos convencionales no son muy efectivos a largo plazo, así que conseguir nuevos enfoques terapéuticos es una prioridad”, señaló.
El estudio escogió aleatoriamente 36 pacientes de esclerodermia de Estados Unidos y Canadá para hacerles un trasplante de células madre de su propia sangre. Después recibían una transfusión de células madre de su sangre a las que se les había eliminado las células del sistema autoinmune afectadas.
Otros 39 pacientes, escogidos al azar, recibieron 12 inyecciones intravenosas de ciclofosfamida mensualmente, el tratamiento convencional para los casos de esclerodermia severa.
Los pacientes que recibieron el trasplante de células madre “mejoraron significativamente su supervivencia”, revela el estudio, en el que ha invertido diez años y han participado 26 universidades estadounidenses y de Canadá. Los pacientes del grupo del trasplante de células madre presentaban también mejoras en la funcionalidad de los órganos, la calidad de vida y el endurecimiento de la piel.
“El promedio de superviviencia a los 72 meses era del 86% después del trasplante contra el 51% tras tomar ciclofosfamida”, asegura el informe.
Al final del estudio, sólo el 9% del grupo de los trasplantados volvieron a tomar medicamentos contra la esclerodermia, comparado con el 44% en el grupo de control.
Sin embargo, el trasplante de células madre tiene un mayor riesgo de mortalidad y efectos secundarios más graves a corto plazo, como infecciones, aseguraron los autores de la prueba, indicando que 54 meses después del trasplante el 3% de los pacientes de este grupo murió en comparación con ninguno del tratado con ciclofosfamida.
“Los pacientes y sus médicos deben evaluar cuidadosamente los riesgos y beneficios de este tratamiento”, recomendó el doctor Sullivan. Pero, agregó, “podría ser una nueva terapia estándar contra esta devastadora enfermedad autoinmune”.
Cuando se profundiza en el texto del estudio publicado es fácil advertir, desde el tono, hasta la práctica misma, que los pacientes son tratados como “conejillos de Indias”. Pero nadie está en condiciones de levantar un “dedo acusador”, mientras lo que se “juega” es el límite entre la vida y la muerte.
Desde una posición “objetiva”, la discusión entre los avances de la medicina y la ética estará atravesada por la formación en valores de los que debaten. Es algo natural, correcto, lógico. Merece un considerable respeto. En tanto, algunas veces, debería priorizarse la salud de los pacientes aquejados por una enfermedad mortal. Su capacidad de decisión, sus temores, sus expectativas, el entorno familiar, el entorno social. La perspectiva de cada uno ante la vida y la muerte. Ni más ni menos que eso. Entonces el debate será completo, sin necesidad de que existan ganadores o perdedores.


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