Un jugador de galera y bastón: el Payo Sosa Falcioni
Excelente persona y buen padre de familia. Jugaba en Sportivo Estudiantes. Integró varios equipos en los torneos Regionales. Alguna vez pudo jugar en River. Una cruel e incurable enfermedad truncó su carrera a los 28 años. San Luis lloró su muerte.
La carrera futbolística de Carlos Daniel Sosa Falcioni se inicio en la década del '70 cuando llegó a Sportivo Estudiantes con todas las ilusiones de un pibe que quiere triunfar. Y así lo hizo. Porque en 1978 debutó en primera división despertando admiración de muchos que veían en él algo distinto; fuerza, firmeza y convicción en cada pelota que disputaba. Luego de afirmarse en primera división se erigió como una de las principales figuras del albiverde y del fútbol sanluiseño. Lo que le valió ganarse en poco tiempo la cinta de capitán y ser uno de los más queridos de todo el plantel y por su cabellera rubia que sobresalía del resto, comenzaron a llamarlo por los apodos de "Mayonesa" o "Payo".
Silvia Quiroga tiene 52 años y a los 24 quedó viuda y con dos hijos para criar. Nunca había trabajado y de un día para otro, tuvo que remarla muy duro vendiendo ollas de una conocida marca mundial, después trabajando como agente previsional o gestor del automotor y ayudándose vendiendo comidas caseras como empanadas, perniles o carne a la masa. De cumplir el rol de ama de casa pasó a ser una mujer todoterreno.
Silvia nunca imaginó que la vida la golpearía tan fuerte, tan duro. Era la esposa de Carlos Daniel Sosa Falcioni, "El Payo" o "Mayonesa", una excelente persona y muy buen futbolista integrante de las filas de Sportivo Estudiantes que encontró la muerte en la plenitud de su carrera con la casaca albiverde pegada a su piel.
Silvia, rodeada de sus hijos y nietos y presa de una incontenible emoción detalla cómo era Carlos Daniel, el amor de su vida. El papá de sus hijos.
"Yo estudiaba -tenía 18 años- y una amiga (Norma) que trabajaba en la tienda La Perla de 'Bocha' Torres me presentó a Carlos, eran compañeros de trabajo. Empezamos a salir y nos pusimos de novios, y en 1984 nos casamos en la iglesia del Carmen, Norma fue la madrina y mi tío Bernardo Albornoz el padrino".
"Carlos se había especializado en la colocación de cortinas, de hecho, hizo un excelente trabajo en el hotel Internacional de Potrero de los Funes. Ahí estuvo un par de años, pero con el auge de la radicación industrial se fue a trabajar a Philips y después a Zanella".
Carlos fue un destacado jugador de fútbol y de varios equipos que integró. Nunca dijo que no a los compromisos deportivos. El siempre estaba. Lo llevaron Juventud y Huracán para jugar los Regionales. Los amigos a los campeonatos de barrio y los Interfábrica.
"Sé que una vez River Plate estuvo interesado en hacerle una prueba pero no se pudo por razones económicas. Nunca cambió, siempre fue la misma persona, cuidaba mucho su imagen, delicado, estructurado, muy educado, se bañaba con calzado por temor a contraer hongos, cuidaba su piel y todo su cuerpo, era distinto a todos. Hoy veo que no es así. Nunca lo vi con un cigarrillo en la boca y nunca tomo alcohol, era amigo de todos y todos lo querían. Así era él".
"Con sus padres; Josefa Lorenza Falcioni que falleció en 2016, su padre Carlos Nicomedes Sosa y su hermano Jorge Gustavo, vivimos un par de años después de casarnos". Agrega Silvia.
Silvia Quiroga tiene tres hijos; Cecilia Alejandra (33), Jorge Daniel (32) y Macarena (22) y siete nietos; Patricio, Federico, Santiago, Paula, Mía, Bautista y Paz. "El vivía los torneos a pleno, en realidad era su otra profesión, además en Estudiantes se había formado un grupo muy unido. Muchas veces después de jugar y ganar u obtener un campeonato íbamos a cenar, después a bailar con el resto del plantel, sus esposas o sus novias, éramos jóvenes y muy felices".
Silvia intenta ser fuerte y tal vez lo es, pero gruesos lagrimones caen por sus mejillas y retuerce sus manos cuando comienza a tocar el tema de la enfermedad que llevó su marido a la muerte. Uno de sus hijos alcanza un vaso con agua que sirve de contención.
"Se fue a Mar del Plata a jugar un campeonato interfábrica representando a Zanella de San Luis, su lugar de trabajo. Cuando volvió -era julio de 1991- tenía una tos seca y repetida, se quejaba de que le había salido 'una pelotita' del lado izquierdo en la garganta. Como se repetía, consultamos con 23 médicos todos con diagnósticos diferentes desde tuberculosis a paperas. No lo podíamos creer. Carlos estaba muy decaído y amargado. Casi no jugaba porque se agitaba mucho y la tos era muy persistente. Fuimos a ver al doctor Jorge Llorente Ruiz y el nos dijo; 'Vamos a punzar para ver qué es y se encontró con células cancerígenas. Usted se imagina cómo nos quedamos; helados", dice.
"Llorente Ruiz fue el que más se acercó a la verdad y en un par de días aparecieron otras inflamaciones en las axilas, en la ingle y después en los testículos. Nos sugirió que fuéramos al hospital Central de Mendoza, allí nos atendió la doctora Graciela 'Ququi' Salinas que por esas cosas del destino era su ex vecina y amiga y jefa del departamento de Hematología".
Silvia con entera valentía dice; "La situación se veía complicada, me aconsejaron que no demostrara preocupación ni amargura en su presencia, y después de dos agotadores días de muchos estudios y análisis, la médica se encargó de darnos el diagnóstico y Carlos le dijo; 'Si no me decís que tengo, no me dejo tocar', la médica nos repitió; tenés cáncer linfático grado cuatro, (se identifica cuando el mal se ha propagado ampliamente a uno o más órganos fuera del sistema ganglionar linfático, por ejemplo, el hígado, la médula ósea o los pulmones, con o sin compromiso de ganglios linfáticos. El Payo lo tomó con una entereza poco creíble, yo estaba destruida, solos, sin nuestras familias y a cientos de kilómetros de San Luis". Puntualiza.
En medio de la sala y de un silencio atroz, se escuchó una voz que decía; "Y ahora cómo sigue esto". La doctora Salinas le dijo; "Vamos a hacer quimioterapia, es un tratamiento duro e invasivo pero va a tener una mejor calidad de vida, y así fue, ocupamos una sala de aislamiento y comenzó un duro calvario en busca de una milagrosa recuperación. Recuerdo que 'El Payo' le preguntó; ¿Me voy a curar?, "No te lo garantizo", le dijo la médica amiga".
Agrega que: "Un año y medio estuvimos haciéndole un tratamiento durísimo, se fue complicando de a poco, los ganglios del lado izquierdo y dentro de la faringe y la laringe, le imposibilitaban respirar con normalidad, tenía que toser con mucho dolor. Pese a todo, hubo una leve mejoría. Pero la urgencia nos estaba matando, su visión era menor, tenía fuertes hemorragias internas, dolores musculares y siempre estuvo consciente, sabía lo que ocurría a su alrededor. Todo se hacía en Mendoza y una vez por mes, en avión era trasladado a Buenos Aires para los estudios finales y así continuar". Surgió la posibilidad de hacer un trasplante de médula. Carlos dio el consentimiento para esa operación. Había dos posibilidades: en la Argentina se hacía en la clínica Antártida de Buenos Aires y la otra en Houston, Estados Unidos".
"La UOM, su obra social cubría los gastos, la quimioterapia era muy invasiva y en cierta medida jugaba contra nuestro tiempo, el trasplante salía más de 10 mil pesos, de aquellos años, pero su salud se deterioraba a pasos agigantados. Conseguimos el donante pero no pudo ser, la muerte lo encontró cuatro días antes. No se pudo hacer más nada. Fue un dolor muy grande, una pérdida irreparable, Carlos era un joven adorable, tenía 28 años".
Vivimos ocho años muy felices yo tenía 24 años cuando él falleció el 2 de setiembre de 1992, Cecilia tenía 7 años y Jorge 6, eran muy chicos y en ese tiempo estaban con sus abuelos en el Pueblo Nuevo. Iban al Santo Tomás de Aquino. Los profesores y los padres de sus compañeritos, también ayudaron a que mis hijos no sufrieran tanto. Fue todo muy triste y doloroso, la vida me golpeó muy duro, y creo que nunca lo merecí".
"Recuerdo que en medio de tanto dolor, Carlos me decía, que los chicos no abandonaran la escuela, y que pronto me iban a entregar la casita para criarlos felices. Eran su gran debilidad y por desgracia no los pudo disfrutar".
En medio de toda esta triste historia están los pormenores de lo que aconteció en esos 18 a 20 meses. Silvia no quiere olvidarse de tantas personas que los ayudaron, que fueron muchos, de los clubes sanluiseños, de jugadores, amigos, conocidos y otros que habían escuchado hablar de él. Se abrió una cuenta corriente en el Banco Nación para que pudieran colaborar, Mario Pérez y Nino Romero con el programa "Despertando" por radio Dimensión. Tanti Scarpatti por canal 13 ellos oficiaban de voceros a modo de colaboración espontánea. Silvia dice que Luis "El Gato" Lépori, José "Pepe" Rinaudo y Mario Alberto Magallanes, de quien guarda un profundo respeto y admiración, aportaron dinero y esfuerzo.
"Nunca los olvidaremos, de por vida estamos agradecidos a esa gente, como también a los 147 dadores de sangre de quien guardo los nombres y apellidos, al gerente de Zanella Omar Lasser que le permitía a sus empleados viajar a Mendoza. A Quevid Quevedo que conseguía el ómnibus del Sindicato Vial. Muchas veces tengo miedo de olvidarme de alguien y quedar mal, por eso no quiero hacer muchos nombres. Todos saben que mis hijos y yo los llevamos para siempre en nuestros corazones y que nuestra gratitud será eterna".


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