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Ganadería y apicultura, dos pasiones de la mano

Enrique Careaga es un enamorado de la hacienda y un referente en materia apícola en la provincia. En un pequeño campo castigado por el río Nuevo, pone todo su corazón.

Por Juan Luna
| 12 de agosto de 2018

Enrique Careaga tiene dos amores y nunca quiso renunciar a ninguno. Para su fortuna, la ganadería y la apicultura son dos actividades agropecuarias que se complementan y van de la mano. En la castigada zona de la Colonia Los Manantiales, con un campo chico y un corazón grande, el villamercedino tiene suficiente lugar para ambas pasiones.

 

Fueron 225 hectáreas las que le quedaron al productor cuando entre tres hermanos tuvieron que dividirse las 600 hectáreas que les dejó su padre como herencia. La estancia ubicada en la zona conocida como Colonia Los Manantiales, a 35 kilómetros de Villa Mercedes, quedó partida en tres más pequeñas. Los otros integrantes de la familia se volcaron hacia la agricultura, pero Enrique no lo dudó: dividió el terreno en cuadros, sembró algunas pasturas y lo llenó de hacienda. Hoy tiene un rodeo de cría liderado por unas 120 madres y cuatro toros con un buen potencial Aberdeen Angus en sus dos variantes, negro y colorado. “No puedo hacer el ciclo completo, así que por lo general vendo el ternero o el novillito, más de eso no puedo continuar”, se presentó con humildad. Más tarde le llegó su otro amor. Cuando estudiaba para ser contador en Córdoba, un proyecto que por los caprichos de la vida quedó trunco, se topó en su camino con un curso de apicultura. Lo hizo. Y desde ese momento, no abandonó nunca las abejas. “Siempre me picó un poco el bichito de esta actividad. Hice muchos cursos hasta que vi la posibilidad de hacer la carrera, como un hobbie. Cuando quise ver terminé la carrera de tres años, y el pasatiempo se volvió una profesión”, contó quien luego se convirtió en el primer técnico en Producción Apícola en graduarse en la provincia, uno de los impulsores de la Cooperativa Apícola Río Vº y, desde este año, el asesor técnico de "El Enjambre", un grupo de Cambio Rural que nuclea a diez apicultores. También es docente de la materia en la Escuela Nº 21 “María Auxiliadora” de Justo Daract. Así, repartido entre sus dos pasiones, el hombre de 59 años se mantiene firme y no afloja la marcha. Recibió a la revista El Campo en la estancia “La Chola”, bautizada así por su abuela, y mostró que a veces tener más de un amor es posible.

 

Un duro camino

 

“Acá fue donde cruzó primero el agua”, señala Enrique, al volante de su camioneta, la que pudo comprar recién el año pasado después de mucho tiempo de esfuerzo y ahorro. Maneja por la ruta provincial Nº 33 y sabe reconocer cada uno de los puntos por donde el temido río Nuevo avanzó y desconcertó a los pobladores, a los vecinos y a una sociedad entera.

 

A ambos costados de ese camino se erigen, uno tras otro, campos productivos de diferentes tamaños y con historias distintas. El hombre cuenta con anécdotas y detalles lo que sufrió cada productor con ese fenómeno que después tomó su verdadero nombre: una emergencia ambiental en la Cuenca del Morro.

 

Después de unos kilómetros, la geografía abandona los carteles de Villa Mercedes por otros que llevan la leyenda "Colonia Los Manantiales", una región en la que alguna vez hubo una escuela rural y donde los afluentes de agua y sedimentos cortaron caminos, atravesaron campos y destruyeron viviendas. “Por algo se debe llamar los manantiales”, reflexionó.

 

Una gran parte del trayecto hasta su estancia ahora goza de la bendición del asfalto, pero durante mucho tiempo fue  un camino de tierra, minado por pozos, guadales y charcos que hacían que un simple regreso a casa fuera una odisea. “Yo me debo haber quedado enterrado con la camioneta por lo menos unas cincuenta veces. ¿Sabés lo que era estar por llegar, que te falten unos metros y no poder avanzar más?”, pregunta mientras cuenta la historia de cuando lo que parecía un pequeño charco casi lo arrastra con vehículo y todo, o de las tantas veces que tenía que estacionar  en un campo vecino y caminar cuatro kilómetros para poder llegar al suyo.

 

Hoy, la rebeldía del río y sus brazos se han calmado y los cursos parecen estabilizarse. La sequía, paradójicamente, colaboró. Careaga es uno de los beneficiarios del Plan Alfalfa, el programa con el que el Gobierno de la Provincia pretende absorber los excedentes de agua de los terrenos y, al mismo tiempo, darle a los productores un recurso productivo. El mercedino fue uno de los primeros en sembrar las semillas, apenas cayó la primera lluvia del otoño, y la pastura ya empezó a florecer.

 

Con todo ese historial a cuestas, ingresó a su estancia, dejando atrás las tranqueras de los campos de sus hermanos, donde todavía le pone el pecho a la producción. “Dicen que lo que no te mata te fortalece”, aseguró, reflexivo primero, y después completó: “O será que ya tenemos más experiencia”.

 

Entre colmenas

 

“Si empiezo a hablar de apicultura, no paro más”, bromeó Careaga, esposo de Sonia, una ingeniera agrónoma y también docente, y padre de Santiago, de siete años. Y no mintió. Una vez que arrancó, demostró todos los conocimientos y experiencias que lo han llevado a ser un referente en materia apícola en la provincia.

 

“Es muy difícil que veas grandes empresas en esto, porque es algo que se hace de familia en familia", reconoce. En Argentina, la producción de miel y sus derivados por lo general está en manos de pequeños productores, que mantienen la actividad más por tradición y gusto que por rentabilidad. Los vaivenes del mercado y los precios internacionales, hacen que sea un negocio de riesgo económico y poco estable.

 

El técnico sostuvo que el presente de la producción de abejas "está muy complicado" por la "sojización" y el mayor uso de herbicidas que requieren los cultivos extensivos. "Antes veías flores a los costados de los alambres y ahora no. Por eso, generalmente la apicultura está ligada a la ganadería, porque las especies melíferas, que son las que tienen el polen que buscan las abejas, también son apetecibles para la hacienda”, dijo.

 

En su campo, hay unas doscientas colmenas que en estos momentos están en plena etapa de curaciones y cuidados, distribuidas a lo largo de los lotes de pasturas. Cada una se almacena en un cajón especial, donde se colocan las alzas y se desarrolla un universo singular con sus propias lógicas y reglas y una organización impecable.

 

Una abeja reina es la que lidera cada población, es la suprema señora que se encarga de traer a ese mundo nuevas crías. Cumple un rol fundamental para la producción porque al incrementar la cantidad de habitantes, hace crecer la cantidad de miel que obtienen de las flores. En primavera, una de estas hembras puede llegar a poner entre 60 y 90 mil huevos.

 

“La colmena sale del invierno chiquita y se va agrandando con las nuevas abejas que pone la reina. Cuando llegan a una población bien grande, comienzan a sacar miel para guardar para el invierno. Es ahí cuando el apicultor cosecha y se la lleva, pero con el cuidado de dejarles suficientes reservas para que se alimenten”, describió.

 

En la escala “social” de las abejas, luego aparecen los zánganos, los machos de cada colmena. “Dicen que no hacen nada, pero hacen mucho: fecundan a la reina, dan calor y muchas cosas más”, dijo. Y finalmente aparecen las obreras, que son las hembras infecundas que hacen el trabajo duro, Son las más numerosas y de acuerdo a su edad realizan diferentes tareas: pueden limpiar, producir jalea real, desarrollar cera, almacenar el alimento en los panales, ser guardianas, ventilar, o salir a buscar néctar, polen, propóleo y agua.

 

En San Luis, la temporada productiva arranca entre septiembre y octubre, y se extiende hasta finales de febrero o principios de marzo, aunque en cada zona el punto más álgido de la cosecha varía. Por lo general, Careaga obtiene su máxima producción en los últimos meses de cada año, y para hacer la extracción recurre a la ayuda de otros apicultores amigos.

 

Es que no es un trabajo fácil para una sola persona y aunque “no es peligroso si se toman los recaudos necesarios”, requiere de cuidados y de usar los elementos de protección adecuados.

 

El rinde promedio del establecimiento “La Chola”, al igual que el que prevalece en la mayoría de los apiarios de la provincia, es de 32 kilos por cada colmena por año, pero buscan incrementar esos valores con diferentes técnicas de manejo y de lucha contra enfermedades como la varroa.

 

Para poder vender su producción, Careaga se agrupa con los otros dieciséis integrantes de la cooperativa mercedina. Juntan lo que cada uno cosechó en tambores que pueden contener entre 300 y 338 kilos, y los negocian con la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA), que se encarga de acopiarla para la exportación a granel.

 

Es que el 95% de la miel que se produce en el país tiene como destino final el mercado exterior, sobre todo a países como Alemania, Estados Unidos y Japón, donde existe el hábito de consumir el dulce alimento. Por ese motivo, el precio que reciben los productores es manejado a voluntad por los importadores y siempre es inferior al que podrían obtener si comercializaran miel envasada para el consumo interno.

 

Argentina es el segundo proveedor y el tercer productor mundial, pero entre los ciudadanos "no hay un hábito de comerla. Se estima que ingerimos menos de 200 gramos por habitante. Si incrementáramos 100 gramos por cada uno, no alcanzaría nuestra producción para abastecernos", planteó.

 

Desde hace unos años, se desarrolla una iniciativa a nivel nacional llamada la "Semana de la Miel", para incentivar el consumo y hablar sobre los beneficios del alimento. El productor mercedino y sus colegas llevan sus muestras y hablan cara a cara con los clientes.

 

También están cerca de lograr la habilitación y poner a funcionar una sala de extracción que les permitiría envasar y vender lo que cosechan con un agregado de valor.

 

"En San Luis tenemos una particularidad que es que el algarrobo y el caldén producen mieles claras y de muy buena calidad. Es un producto para el que tenemos que tratar de lograr una denominación de origen", opinó.

 

Al mismo tiempo, intentan diversificar la producción de los apiarios y aprovechar todo lo que elaboran las abejas (propóleo , apitoxina, jalea real,  cera, entre otros), además de entrar en la venta de núcleos y reinas.

 

De esa forma, Careaga es uno de los que busca mantener viva una actividad que ha perdido adeptos y que requiere de una unidad productiva cada vez más grande para hacerla rentable.

 

Contra las adversidades

 

Desde 2005, en la Colonia Los Manantiales empezaron a sufrir los avances del río y otros cursos de agua, pero no fue hasta 2014 que comenzaron a sentirse los coletazos más fuertes.

 

Un brazo de agua se abrió pasó por el campo de Enrique y partió el terreno en dos mitades. "Fue un desastre. Ahora se estabilizó, pero terminé cerrando los corrales porque las vacas se quedaban empantanadas. Era como una arena movediza, se quedaban ahí y no podían salir", contó, todavía con amargura. Hasta el día de hoy tiene que llevar su hacienda a vacunar a un campo vecino, porque sus instalaciones siguen llenas de barro y ya no sirven más.

 

Pero a pesar de tantas batallas, no está dispuesto a darse por vencido. Incorporó toros de buena genética, para mejorar cada vez más el estado de sus terneros y novillos.

 

"La agricultura sería una receta mucho más sencilla, pero las vacas y las abejas son una pasión que se lleva adentro. Uno trabaja mucho más, y hay años en los que las cuentas no dan bien, pero a mí me gusta ver el campo trabajando", expresó, con aires de nostalgia.

 

La tarde cae al norte de Villa Mercedes. Careaga emprende el regreso para descansar y volverá a empezar otro día productivo, un día más de lucha.

 

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