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Una parte grande de Latinoamérica

Por redacción
| 14 de septiembre de 2018

Hay un capítulo extenso en el libro de la historia de Latinoamérica, dedicado a contar las luchas de los latinoamericanos en contra de sí mismos. Quizás solo África supere a Latinoamérica en la experiencia de acribillarse entre hermanos, pero es probable que el arquetipo haya viajado en los mismos barcos que iban a buscar esclavos en el lugar en el que nació la humanidad.

 

La región empezó por alimentarse con los indefensos del continente. Una “hambrienta” recién nacida Latinoamérica cazaba o compraba a los desahuciados de África.  

 

Latinoamérica en conjunto es un laboratorio social que intentó las más diversas formas de gobierno: la derecha más recalcitrante, la izquierda más populista, la monarquía de facto, la monarquía representativa, la democracia progresista, la democracia conservadora, las dictaduras abrumadas de violencia; todos esos gobiernos, y sus respectivas ideologías, fueron y son experimentados.

 

El terrorismo de Estado, aún vergonzosamente vigente en muchos países de la región, hizo parir una respuesta que desde los nobles ideales de la revolución, hasta la resistencia homicida del “ojo por ojo, y diente por diente”; suma muchos mártires y escasos hombres de Estado.

 

El aspecto más estremecedor de esta historia es el “equilibrio brutal” entre las más violentas dictaduras y las más violentas guerrillas latinoamericanas, en un escenario que se define en épocas y no en geografías. El humor cíclico y explosivo de las formas del poder en Latinoamérica es parte de su ADN inconfundible.

 

Cada país latinoamericano es capaz de contar decenas de miles de muertos, asesinados dentro de su propio país y por sus compatriotas. Cuesta imaginar una Latinoamérica realmente integrada, al estilo de la “mejor Unión Europea”, hasta tanto la Justicia haga justicia con cada muerte absurda en la que el Estado, como responsable, o como garante; no aplique.

 

Perú es “apenas” un ejemplo más de los caminos que recorre Latinoamérica desde el nacimiento. Diez integrantes de la cúpula de Sendero Luminoso (entre ellos su jefe máximo, Abimael Guzmán) que ya purgaban condenas en prisión, fueron condenados por un atentado con un coche-bomba que dejó 25 muertos en 1992 en Lima y marcó un hito en la historia del país. 

 

Con este fallo, Guzmán, de 83 años, acumuló una segunda condena de por vida, que ya cumple desde 1992. Este juicio era uno de los pocos pendientes contra el líder, que se alzó en armas en mayo de 1980 con el fin de fundar una “República Popular de Nueva Democracia”. El conflicto interno duró dos décadas y dejó unos 35.000 muertos, según la Comisión de la Verdad.

 

En cada uno de los 21 países de Latinoamérica ha habido, al menos, una dictadura y su contraparte ha sido en forma de guerrilla. Algunas dictaduras “aún son elogiadas”, aquí o allá. Varias guerrillas “aún son elogiadas”, aquí o allá.

 

Esa medianía es hasta hoy un impedimento para la aplicación de la Justicia. En Latinoamérica, a la Justicia se la suele acusar de “disfrazarse” con el color que imponga el gobierno de turno. Los pueblos y las sociedades latinoamericanas están muy habituadas a la desconfianza.

 

Una parte grande de Latinoamérica necesita resolver sus deudas internas. Sanar los dolores con la sabiduría que otorga el tiempo. Sacudirse la reacción exaltada de la venganza y, después, quizás con trabajo, educación, seguridad, seriedad e inteligencia. Quizás, comience a transitar otra historia.

 

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