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Paraje La Isla: leyendas y misterio en torno a la iglesia de los Navarro

Está al noreste de la provincia, a casi cincuenta  kilómetros de la localidad de Santa Rosa del Conlara. 

Por Natalia Torres Villar
| 21 de octubre de 2019
Fotos: Marianela Sánchez /Video: Marina Balbo

Escondida entre espinillos, chañares, brea y piquillín, la estructura de la vieja capilla o iglesia de los Navarro, como se la conoce popularmente, se levanta emblemática en un mar de vegetación, que con el correr de los años le ganó terreno a toda la edificación. Pero, ¿qué se conoce de este edificio?, ¿Cuándo lo construyeron?, ¿Qué fue lo que pasó para que quedara abandonada?, ¿Qué historias y leyendas se entretejen en torno a sus paredes? Estas y otras preguntas más se hacen las personas cada vez que llegan al paraje La Isla. No hay nada escrito o documentado históricamente, solo lo que se reproduce de forma oral entre los vecinos de la zona o lo que aparece en las búsquedas de internet, debido a algún viajero que llegó hasta el lugar y registró su viaje con una cámara de fotos.

 

Con esta información, un equipo de El Diario de la República inició el viaje desde Santa Rosa del Conlara, en compañía de uno de sus vecinos, Mauricio Gómez, quien conoce el lugar. Para llegar a la iglesia de los Navarro, se deben tomar, primero las rutas provinciales 5 y 23, a mitad de camino, el viajero puede detenerse en Punta del Agua y visitar la vieja capilla de los Funes, que data del siglo XVIII y tiene unos 300 años de antigüedad. 

 

En ese lugar vive Natividad Antonio Morán, de 68 años, quien además de contar la historia de la capilla de los Funes, conoce lo que realmente sucedió con la iglesia de los Navarro. 

 

 

 

 

Antonio, como prefiere que lo llamen, se subió a la camioneta y junto con Mauricio comenzaron a hablar sobre los antiguos vecinos de la zona y del largo tiempo que Antonio tiene sin visitar el paraje La Isla. En sus propias palabras, 20 años.
Uno de los primeros interrogantes para responder es su ubicación. La iglesia de los Navarro se encuentra en el paraje La Isla en el Municipio de Lafinur, a una unos 47 kilómetros de Santa Rosa del Conlara. El viajero debe llegar hasta Las Lomitas, ingresar y de

 

paso visitar la parroquia de Santa Rita de Casia, que todos los años reúne miles de fieles para sus patronales del 22 al 25 de mayo. La travesía continúa por su calle principal hasta el límite del asfalto. En este punto se debe girar a la derecha y tomar el camino de tierra que a medida que avanza se transforma en una senda, o casi en una huella, bordeada por altos espinillos, algarrobos y árboles de brea, como grandes paredes que de a poco van recuperando el territorio tomado por el hombre hace cientos de años.

 

 

Al mirar por la luneta trasera o los espejos retrovisores, solo se ve el polvillo casi blanco, por la sequía que hay en la zona, que levanta la camioneta a su paso. Antonio recuerda viejos vecinos que ya no están y saluda con la mano a aquellos que se encuentran sentados bajo la sombra de los árboles tomando mate en la siesta puntana. 

 

Los minutos transcurren y el camino cada vez es más angosto, se escucha cómo los espinillos "acarician" el contorno del vehículo, como tratando de impedir su paso. En un momento, Mauricio disminuye la velocidad y se detiene a un costado, en un pequeño claro. Al bajar, Antonio busca algún indicio del lugar que conoció cuando era chico y que hace 20 años no visita. 

 

En sus ojos brilla la emoción de volver al sitio que conoció a través de los relatos de su abuelo y bisabuelo. Al levantar la mirada ve como a unos 100 metros se levantan las dos torres de la iglesia. Con un suspiro y con la ayuda de Mauricio, traspasa el alambre que marca el límite del camino y la expropiedad de los Navarro. 

 

 

 

Caminan por un pequeño sendero que se formó por el continuo andar de la gente que llega a visitarla, atraídos por las leyendas que encierra y que se pasan de boca en boca. 

 

Al llegar hasta a la capilla, Antonio se sorprende por el estado en el que se encuentra. “Está más vieja, antes era más linda, no había tanta vegetación en su interior. Se han gastado más las paredes, está más rota que antes. Es una lástima”, dice un poco acongojado, pero sigue con su relato. 

 

Es momento de contestar algunas preguntas: la primera, ¿cuándo fue edificada?, porque para muchos data del 1800. A esto Antonio se ríe y comenta: “Si miran bien, verán que está hecha de ladrillo y concreto. Sé que se construyó alrededor del 1915 o 1920. Lo sé porque mi abuelo, Ernesto Morán, creció acá y vio cómo la construyeron, aunque no se acordaba el año exacto, pero sí todo lo que pasó”.
 

 

Lo que dice la historia

 

Así comienza el relato sobre la verdadera historia de la iglesia de los Navarro. “Mis bisabuelos Gerardo Morán y Ana María Soria llegaron a la estancia de los Navarro desde La Rioja. Fue cuando Jacinto Navarro, el dueño de todas estas tierras, le ofreció trabajo como puestero para que cuidara los animales. Eso debe haber sido a principios del 1900. Mis bisabuelos llegaron con sus cuatro hijos. En aquella época, él trasladaba a lomo de burro sal de La Rioja hasta Piedra Blanca, donde la intercambiaba por comida, porque había un gran almacén de ramos generales. En uno de esos viajes, fue que mi bisabuelo conoció al señor Jacinto”. 

 

La familia Morán se instaló en la estancia y a los pocos años el dueño, luego de enviudar, decidió construir un templo católico. Antonio sigue recorriendo el viejo edificio, alza la mirada y ve que ya no hay rastro de las vigas de madera que una vez sostuvieron el techo. “Recuerdo que mi bisabuelo me contó que hubo un problema familiar una vez que la parroquia se terminó de construir. El conflicto fue entre padre e hijos. Don Jacinto, que se había vuelto a casar, quería encomendar la iglesia a Santa Rita, en tanto su hijo mayor quería que fuera a Santa Bárbara, en honor a su madre fallecida”.  

 

 

 

“Al no ponerse de acuerdo, el padre mandó a traer la virgen que él quería y se realizó una misa de la que participó mucha gente para inaugurar el templo. Mi abuelo nos contaba esto como un cuento que se acordaba, que le había relatado su padre.

 

Parece que después de ese servicio, a la noche, el hijo mayor que estaba muy sentido con su padre por no honrar la memoria de su mamá, enojado desvió un curso de agua de un arroyo e inundó los cimientos de la iglesia. Al ser un terreno muy blando, el líquido penetró en ella y fue así que la estructura se hundió y comenzó a partirse en dos, justo por la mitad. Desde ese hecho comenzaron a nacer varias leyendas populares, debido a que la parroquia nunca más pudo ser utilizada”, continúa. 

 

"Mucha gente viene a verla. Sería bueno que la Municipalidad acondicionara el camino y limpiara el interior de la iglesia, para que las personas puedan llegar más cómodas hasta acá”, dice el hombre. 

 

 

 

 

Al salir del lugar, una familia de Villa Dolores estacionaban sus dos autos a un costado de la senda de tierra, dándole la razón a Antonio. Por curiosidad arribaron Jorge López con su esposa, hijos y padres. La visita al viejo edificio llega su fin, Antonio mira por última vez la estructura con cariño y nostalgia: sabe que puede pasar mucho tiempo más antes de volver y con un suspiro dice: “Me gustaría que este lugar sea un atractivo turístico". 

 

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