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La democracia de chile bajo análisis

Por redacción
| 22 de noviembre de 2019

En apenas un mes la democracia de Chile fue puesta bajo el análisis de la sociedad y el resultado fue que necesita reformarse. Los millones de individuos que conforman la sociedad global, conectada, inmediata, y cómodamente distante, aplaudirán las reformas por venir, aunque el mérito exclusivo de todo cambio positivo que allí ocurra, estrictamente le pertenece a la sociedad de Chile.

 

El 18 de octubre, el presidente Sebastián Piñera respondió a la desobediencia civil de los estudiantes secundarios en el Metro de Santiago con la policía militarizada, y estalló una insurrección social tan diversa como compacta, que es capaz de mostrar la violenta destrucción de los símbolos del modelo neoliberal, en actos de vandalismo y saqueos e incendios, junto al pacifismo de marchas multitudinarias, asambleas populares autoconvocadas y organizaciones sociales que demandan derechos y dignidad.

 

Piñera, muy debilitado por el incontrolable caos social, la masividad de las marchas y las denuncias de violaciones de derechos humanos en su contra, la noche del 12 de noviembre hizo un llamado a la paz. Pues, aparentemente, no habría logrado apoyo para poner a las Fuerzas Armadas en control de la situación, como habría preferido, con un Estado de Excepción.

 

No ofreció ningún plan de cómo llegar a esta paz. Este escenario llevó a la cuestionada clase política a buscar, en conjunto, una urgente salida a la crisis. Por lo que se inició un proceso para elaborar una nueva Constitución, que reemplace a la de Augusto Pinochet.

 

Esto era inimaginable solo unos días atrás. Es un histórico primer paso, aunque no es una garantía de la legitimidad del proceso por venir. Por lo contrario, este está siendo cuestionado por las organizaciones ciudadanas y partidos políticos de la izquierda, fuera del acuerdo. Además, si quienes gobiernan no dan soluciones reales a problemas tan serios como las pensiones, se entiende que seguirá la violencia.

 

Lo que está claro es que Piñera ya no tiene poder real. Que el país ha cambiado. Que es el Estado el que debe ahora cambiar. Y que son los estudiantes los que abrieron el camino.

 

No fueron pocos los analistas que recurrieron a un juego de palabras para explicar en una frase, el inicio de las protestas sociales: “No son 30 pesos (los que subió el valor del boleto del metro), son 30 años”. Las tres décadas remarcan las dificultades de convivir en una sociedad con una Carta Magna diseñada por una de las dictaduras más crueles de la historia latinoamericana.

 

La periodista y educadora Adriana Fernández, con larga trayectoria en la Universidad de California y en la Universidad Austral de Chile, fue categórica al respecto:

 

“Desde la destrucción de las estaciones del Metro de Santiago, la derecha lanza rumores de que Cuba y Venezuela están detrás de las manifestaciones de violencia, y en redes sociales repiten ese mensaje.

 

Quienes los reenvían lo creen firmemente. Sin poder reconocer que Chile es una distopía, cuyos principios orientadores son lo opuesto a la justicia y solidaridad humanas. Que es el laboratorio social del capitalismo salvaje. Que la lista de iniquidades es larga y recurrente en la vida de millones de chilenos. Que Piñera y sus ministros no necesitaban poderosos enemigos para crear el violento caos social y la crisis política e institucional más grande desde la vuelta de la democracia”.

 

Si esta ha sido una rebelión popular porque sumó y transformó la experiencia subjetiva individual y de grupos, en una gran fuerza colectiva en rechazo al sistema, su expresión volcánica, directa y destructiva se origina en las condiciones abusivas permanentes del sistema, que se hacen cada día más intolerables bajo el gobierno de Piñera, analizó la especialista.

 

Es importante tomar en cuenta que esta explosión se produjo poco después del fracaso del proyecto de 100 reformas por la equidad que había prometido Michelle Bachelet en su segundo gobierno (2014-2018).

 

Esa agenda reformista había subido las expectativas de mejoras en las condiciones de vida para muchos de los jóvenes que hoy se enfrentan al gobierno en forma pacífica o violentamente en las calles.

 

Reformas que fueron ferozmente combatidas por los políticos de la derecha hasta que lograron hacerlas inviables. A ellos les era entonces impensable ceder terreno a la equidad y dejar de abusar de la población, como lo hicieron desde la época de Pinochet; amparados en la Constitución, en la propia tradición histórica y cultural, y en la complicidad de muchos en los partidos de centro-izquierda.

 

Todos los mismos que hoy están pensando en cómo disolver la ira de los abusados. La democracia de Chile está bajo el análisis de su propia sociedad. Es un primer paso, más valioso de lo que muchos imaginan.

 

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