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El ejemplo de Japón

Por redacción
| 13 de marzo de 2019

Japón es una potencia mundial; una nación cuyas estadísticas de calidad de vida figuran, desde hace décadas, entre las mejores. Tiene una economía sólida y diversificada, que lo convierte en un actor de primer nivel en las finanzas globales.

 

Un país que sufrió dos bombas atómicas sobre su territorio, el 6 (Hiroshima) y el 9 (Nagasaki) de agosto de 1945. Japón conoce el terror de las destrucciones nucleares. Más de 250.000 personas murieron a causa de dichas bombas, la mitad de ellas, de manera inmediata. Sin embargo, se puso de pie.

 

Un país golpeado por un sismo y un tsunami en el que murieron 18.500 personas, el 11 de marzo de 2011. Una catástrofe natural cuya dimensión trágica fue amplificada por un accidente nuclear en la planta de Fukushima. Una tragedia que aún implica decisiones muy importantes por venir. La continuidad, o no, de la dependencia de la energía nuclear.

 

Japón está de pie nuevamente, pero Fukushima es una herida latente: en Tokio se ofició un homenaje nacional a las víctimas, al que asistió el príncipe Akishino (hijo menor del emperador Akihito) y su esposa Kiko, ambos representantes de la pareja imperial. El primer ministro Shinzo Abe y otros miembros del gobierno, así como familiares de la víctimas y representantes de las autoridades locales, asistieron a esta ceremonia oficial que se organiza todos los años desde 2012.

 

A las 14:46 (05.46 GMT), hora en la que el sismo de magnitud 9 se produjo, hubo un minuto de silencio. Muchos japoneses se sumaron a esta conmemoración en diferentes lugares del país, en particular en la costa noreste, devastada por la catástrofe.

 

El sismo y tsunami, que alcanzó varias decenas de metros en algunos lugares, provocó la muerte directa de 18.430 personas, pero solo se encontraron 15.897 cuerpos. Por las difíciles condiciones de evacuación y de vida vinculada a la catástrofe natural o por el accidente nuclear, el fallecimiento, tiempo después, de 3.700 personas se imputa al drama y la conmemoración de este año les estaba dedicada.

 

“Solo podemos sentir pena pensando en el sufrimiento de los que perdieron miembros de sus familias, parientes o amigos”, declaró el primer ministro. Según el jefe de Gobierno, la reconstrucción avanza, pero decenas de miles de personas siguen con condiciones de vida muy difíciles.

 

El gobierno quiere imperativamente que la región esté lista para los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020, y promete acelerar los trabajos. Sin embargo, esta voluntad, que supone el regreso de los habitantes que tuvieron que abandonar sus hogares por la radiación de Fukushima, inquieta a los organismos de defensa de los derechos humanos que temen por la salud a largo plazo de los niños.

 

Es un tema que Japón discute desde entonces. Por lo pronto, desde la tragedia no construyó nuevas centrales nucleares, y varias veces ha detenido la producción para someter a las plantas en funcionamiento a exhaustivos controles de seguridad.

 

El abandono de la energía nuclear es una opción política, con consecuencias económicas, y consistente en dejar de usar la energía nuclear para la generación de electricidad.

 

La idea incluye —en algunos países— el cierre de las centrales nucleares existentes. Suecia fue el primer país donde se propuso (1980). Luego, Italia (1987); Bélgica (1999); Alemania (2000); Suiza (2011); y se ha discutido en otros países europeos.

 

Austria, Holanda, Polonia y España promulgaron leyes que paralizaron la construcción de nuevos reactores nucleares, aunque en algunos de ellos esta opción se está debatiendo en la actualidad. Nueva Zelanda no utiliza reactores nucleares para la generación de energía desde 1984.

 

Teóricamente, el abandono de la energía nuclear debería promover el uso de fuentes de energía renovable. Pero, desde hace 70 años, en todo el mundo, la inversión en energías renovables es ínfima, en comparación al desarrollo nuclear.

 

Japón puede dar un ejemplo notable. Lo que el mundo espera de una gran nación.

 

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