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Una charla sobre soja y maíz para que nadie pierda el tren

Tecnoplant y Nidera convocaron a una buena cantidad de ingenieros agrónomos para mostrar la última generación de híbridos y seguir indagando sobre malezas resistentes.

Por Marcelo Dettoni
| 26 de mayo de 2019

Una charla a campo siempre representa una oportunidad para los productores y los profesionales relacionados a las tareas rurales. Porque todos reconocen que nunca se deja de aprender, hay intercambios interesantes, se hacen contactos nuevos o se reflotan algunos antiguos y, en definitiva, porque las oportunidades de escuchar a colegas que se manejan en otros ámbitos no abundan en San Luis, sobre todo si las jornadas no las organiza el Ministerio de Producción, que se mueve mucho y bien en este sentido.

 

Por eso la charla que organizó la semillera Nidera en el campo que la familia Lorenzino tiene en Juan W. Gez era una oportunidad de oro para interiorizarse sobre los nuevos híbridos de la firma, que tiene una amplia distribución en San Luis a partir de la firma Tecnoplant, pero también para conocer más sobre rindes en maíz y soja, hacer una actualización genética de ambos cultivos y conocer las últimas estrategias para el control de las malezas resistentes, un problema que se extiende en cada campaña y para el que los herbicidas ya no tienen todas las respuestas, al menos no en las combinaciones conocidas que no hicieron otra cosa que aumentar esa resistencia.

 

Ir a Gez es siempre un placer. Ubicado a pocos kilómetros de la capital puntana, el paraje ofrece una buena variedad de cultivos en ambas márgenes del serpenteante camino de tierra que conduce primero a la vieja estación de ferrocarril, la escuela, el caserío y, finalmente, el campo de José Lorenzino, un referente agrícola para toda la zona y un hombre siempre inquieto por conocer nuevas tecnologías que puedan mejorar los rindes, avances que luego comparte con desprendimiento con sus vecinos, algo que hace algunos años le valió ser uno de los Destacados de El Diario de la República.

 

Por fortuna, las últimas lluvias habían hecho un buen trabajo con el camino secundario que hay que tomar al dejar la Autopista de las Serranías Puntanas, apenas pasando Donovan, ya que comienza la época de seca en San Luis y esa huella suele convertirse en un guadal de difícil solución si no se cuenta con una camioneta doble tracción. Pero por estos días se pasa bien y así lo atestiguó la nutrida concurrencia que se dio cita en el campo, en una jornada con mucho sol, que obligó al reparo en la carpa que armó la organización para sostener la parte teórica de la charla y agasajar a los invitados con bebidas frescas y buen servicio de catering.

 

La soja lucía inmaculada a mano derecha, con las malezas controladas, por lo que ni el yuyo colorado ni el sorgo de Alepo, dos de las más rebeldes en el semiárido, hicieron mella en el crecimiento sobre el verde profundo. Lo que sí molestó durante marzo a este sector del Departamento Pueyrredón fue el granizo, que incluso obligó a mudar la sede del recorrido práctico a unos lotes donde no se hizo sentir tanto sobre el maíz, que fue el principal perjudicado por las inclemencias del tiempo. Era notorio que las plantas no tenían una altura uniforme, como si el granizo hubiera sido sectorizado, pegando con furia en algunas y no tanto en otras. También asomaban algunas rosetas, otra maleza que está causando inconvenientes serios en las producciones.

 

Los primeros focos de Amaranthus Palmeri (yuyo colorado), sorgo de Alepo y Eleusine indica (pata de gallina) se descubrieron en la campaña 2010/2011.

 

Con todos acomodados en la carpa, y los que llegaron tarde parados detrás ya que no alcanzaron los lugares, Julián Oliva, un ingeniero agrónomo que es asesor privado de la Universidad Católica de Cuyo, brindó una actualización sobre las malezas que causan problemas en el semiárido, en una charla interesante, que contó con intercambios enriquecedores con los productores, que se mostraron muy interesados en exponer sus realidades y saber cómo actuar en casos puntuales.

 

“Durante muchos años tuvimos cultivos limpios, entonces nos acostumbramos a usar un herbicida, siempre el mismo, y nada más. Alcanzaba para tener las malezas a raya. Pero eso se terminó”, arrancó Oliva, quien se remontó a unos años atrás para bucear en el origen del cambio de paradigma: “Los primeros focos de Amaranthus Palmeri (yuyo colorado), sorgo de Alepo y Eleusine indica (pata de gallina) se descubrieron en la campaña 2010/2011. Y como se atacaron con glifosato y nada más, se adaptaron y comenzaron a ser más y más resistentes. Ese manejo ya no sirve, se necesitan pre- emergentes”, dijo.

 

Su intención fue fijar un concepto primario: pensar a mediano y largo plazo en cuestión de malezas, enfermedades e insectos. Y luego hizo una división entre malezas tolerantes y resistentes. “Las tolerantes, como Borreria y Papophorum nunca las controlamos con herbicidas, en cambio con las resistentes antes lo hacíamos, pero ahora no se puede, porque el yuyo colorado y el sorgo de Alepo ya no son fáciles de combatir. Son malezas con una habilidad heredada para evitar sucumbir a herbicidas que antes las mataban”.

 

Mientras mostraba una foto tomada en Villa Valeria en 2012, con un claro escape de Amaranthus Palmeri, aseguró que “el primer problema es la cosechadora”. Según Oliva, “deberíamos no cosechar estas malezas, pero están tan distribuidas que es imposible”, y dejó una advertencia para que cada uno reaccione y acepte su parte en el conflicto: “La resistencia la hace el productor, por falta de diversidad, mientras que la distribución la hace la cosechadora, por falta de controles y de limpieza en cada mudanza”.

 

El especialista destacó que los factores de resistencia están en todos los procesos. “En los herbicidas están claros, hoy tenemos yuyo colorado con resistencia al 24D, mientras que en el manejo indujo a hacerse algunas preguntas, como, ¿cuántas veces recorremos el campo y hacemos una observación del desarrollo de las malezas?, ¿qué herbicidas estamos usando? ¿Por qué hacemos siempre lo mismo, lo cual es un error?”.

 

El desafío que quedó planteado es manejar las malezas, prevenir la resistencia y todo sin dejar de atender el impacto ambiental. “En la ventana que nos da el barbecho largo hay que tener en cuenta, por ejemplo en el caso de la Conyza (roseta), que escapa a las dosis comunes de metsulfurón, resiste la atrazina y nace a fines de febrero, luego vegeta en el invierno y resurge a fines de setiembre. Todas estas cosas las tienen que saber de antemano para encarar la batalla contra esta maleza. Y así con todas las otras, el conocimiento es el arma más importante que tienen, más que los herbicidas”.

 

En cuanto a la Rama negra, pidió analizar los pasos a seguir según un método de "‘scoring" que mida el estadío de la maleza. “Entre 1 y 2 se puede usar 24D; entre 2 y 3, Dicamba; si está en 4, Fluroxipir; en 5 ya hay que darle un golpe con un quemante y en 6, si ya está dentro del cultivo y están dadas las condiciones, apliquen Cloransulam.

 

 Luego Oliva dejó alternativas residuales para el período otoño/invierno, enumerando inhibidores como el cloro metalfer (de la ALS), la atrazina (del Fotosistema 2), el diflofenican (carotenoides) y descartó el uso de los PPO porque “no tienen mucho sentido”.

 

Sobre las principales vías de degradación de los herbicidas, efectos que pueden dañar la rotación, enumeró a la microbiana y la hidrólisis química, que implica la presencia de agua. “La microbiana depende del suelo, a más arenoso, menos se degrada el herbicida”, aseguró, para luego pasar a la foto descomposición (“la luz lo degrada bastante”), la volatilización (“depende del ambiente y la temperatura”) y la percolación o "leaching", que es “la desviación hacia las napas”.

 

En este punto recordó un caso del año pasado en Córdoba, en plena sequía: “Hubo problemas con los cultivos de cobertura porque el herbicida no se había degradado. Recuerden que la degradación es mayor con agua y calor que con suelos fríos y secos, y también que el Ph del suelo va a modular cuánto dura el herbicida”.

 

Y en el caso de que haya sospechas de que no hubo degradación, brindó consejos simples para detectar este problema, como “realizar bioensayos, labranzas y usar cultivos conocidos por su tolerancia al activo bajo sospecha”.

 

Ante varias preguntas son caminos a seguir, dijo que “hay que ajustar las dosis al ambiente en el que estoy produciendo”, y les pidió precaución para que lo barato no termine saliendo caro: “Hay muchos errores por aplicar sub- dosis y en realidad no se ahorra nada. Lo mejor es programar por lotes, ver el Ph del suelo, constatar la presencia de malezas y analizar qué herbicida usar y sincronizar su uso con el pulso de nacimiento de las malezas. Lo mejor es ajustar la dosis al Ph y a la materia orgánica con la que contamos”.

 

Evitar el traslado (o carryover) también conlleva reglas específicas a seguir. “Hay que respetar el marbete y su período de rotación, mantener un plan de rotaciones y saber qué cultivo sigue en esa rotación, llevar un registro de temperatura y lluvias, rotar familias químicas para evitar el montado, mantener los suelos sanos porque cuanto más fértiles son más ayudan a degradar y usar siempre cultivos de cobertura porque se comen el daño y evitan que lo hagan la soja y el maíz”.

 

Como el Amaranthus es una maleza muy potente en San Luis, mostró las diferencias entre variedades a partir de fotos de las hojas y los tallos. Así, quedó claro cuál era el Amaranthus Palmeri, el más difundido en la provincia, respecto del Amaranthus hibridus. El primero, lamentablemente, crece más rápido, algo que los productores locales ya conocen de memoria y sufren campaña a campaña.

 

Para el final, enumeró tres pasos a seguir para tener éxito en una campaña gruesa como la que se desarrolla actualmente. “El primero es empezar limpios de malezas y continuar limpios. Yo sé que es más fácil decirlo que lograrlo, pero conozcan los patrones de emergencia y hagan un tratamiento durante el barbecho primaveral para poder arrancar en condiciones”.

 

Y como había puesto énfasis en los cultivos de cobertura durante ese período de descanso del suelo como una excelente herramienta ambiental, agregó que “tengan en cuenta que no todos tienen el mismo poder de acción. Por ejemplo, el trigo y el triticale no frenan el nacimiento del yuyo colorado. El centeno es el mejor, pero no cualquiera, yo recomiendo la variedad Quehuen, porque aporta una gran cantidad de semillas y más nitrógeno. Tienen que lograr arriba de 5.000 kilos de materia seca, no me sirve uno que da 1.500 kilos sembrado en agosto”.

 

Sobre el estado de las malezas y la aplicación necesaria, dijo que hasta 20 centímetros se puede tratar con PPO más un hormonal; si tiene entre 20 y 40, un doble golpe; y si superó esa altura, “ya no sirve el control químico”.

 

El segundo paso consiste en la elección del cultivo y la fecha de siembra. “¿Soja o maíz?”, preguntó, y el auditorio eligió al cereal, algo típico en San Luis. Oliva asintió y dio su argumentación sobre porqué el maíz es mejor: “Tiene más herramientas cuando el campo está sucio, acepta más variedad de herbicidas y genera coberturas efectivas”.

 

Finalmente, en el paso 3, pidió acelerar el cierre del surco y dejó algunas prácticas culturales efectivas. “Fertilizar al arranque, curar semillas, llevar la densidad hasta donde sea posible, utilizar híbridos de alta tasa de crecimiento inicial y acercar las hileras todo lo que se pueda, aunque entiendo que a veces esto sea imposible por los vuelcos”.

 

Para los que están haciendo sorgo, dejó una aclaración importante: “El glufosinato de amonio no es como el glifosato, que se aplica en cualquier momento. En este caso hay que usarlo a media mañana, con sol, porque actúa sobre la fotosíntesis”.

 

Y finalmente, pidió “tener un plan, una hoja de ruta, no ir a los ponchazos. El programa de herbicidas deben aplicarlo después de hacer un cultivo de cobertura y tener una estructura del cultivo a desarrollar. Sin estos dos pasos previos, no va a servir de nada”.

 

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