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Roque, de dormir en la terminal a ser licenciado en Psicología

Llegó "con lo puesto" de Mendoza y logró recibirse tras 16 años. Hace un mes y medio empezó a trabajar en su consultorio. Dijo que desde niño supo cuál iba a ser su profesión.

Por redacción
| 02 de febrero de 2020
Roque Soria (36) trabajó vendiendo café, empanadas, pan casero, y cortando pasto. Foto: Nicolás Varvara.

El 4 de octubre de 2019, en un hecho llamativo para la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL), Roque Soria, de 36 años, defendió su tesis en la casa de una vecina del barrio 1º de Mayo, contiguo al 9 de Julio, donde él vive desde 2012. La defensa de Roque, un trabajo sobre una red comunitaria en la zona oeste de la ciudad, tuvo la compañía de su familia, vecinos, compañeros de cursada y los docentes jurados. Fue todo un evento: hicieron una olla popular  y hasta tocó una murga. “Era una manera de reivindicar los sectores populares donde hay también profesionales, talentos de la puta madre, futuros abogados y políticos”, justificó. La historia de Roque ilustra que es posible lograr los objetivos a pesar de los obstáculos y las limitaciones. 

 

 “Mi tesis sostiene que el Estado debe generar redes dentro de los sectores populares. Aquí armamos una con pastores evangelistas, policías, escuelas, médicos, enfermeros, nutricionistas y vecinos, todos abocados a trabajar en la zona oeste”, explicó en su consultorio, ubicado en calle Chacabuco, en el que trabaja hace poco más de un mes. 

 

Su camino al consultorio no fue fácil. Dijo que se demoró 16 años para recibirse y que los obstáculos que encontró fueron tanto en el día a día para ganarse la vida, como en la burocracia del sistema académico. “Lo más significativo es sentirse un profesional proveniente de los sectores populares ¿Por qué? Porque la universidad pública no está hecha para los pibes que venimos de ahí”, aseguró.

 

Nacido en San Rafael, Roque supo desde muy chico que quería  ser psicólogo. Vivía una casa humilde en el centro de la ciudad. Su mamá, como empleada doméstica, era el sostén económico de la familia. Su camino académico ya estaba algo delimitado cuando pudo entrar a un secundario privado por una beca. “Eso me dio la posibilidad de poder proyectarme para seguir estudiando”, recordó. Probó el profesorado en Psicología un año en Mendoza, pero poco entusiasmado lo dejó. En el 2003 agarró una mochila y viajó a San Luis. 

 

Por un par de días durmió en la terminal de colectivos, hasta que se hizo de unos amigos y fue invitado a alojarse en un departamento. Se acomodó un poco y luego comenzó a vivir en una pensión. Su mamá en ese entonces ganaba 200 pesos como empleada; le enviaba 100 y el joven se la rebuscaba para llegar a fin de mes. Vendió tortitas, café, empanadas, pan casero, cortó pasto y trabajó en comercios. 

 

“Si la universidad cuesta, a los pibes de los sectores populares le cuesta cinco veces más”, remarcó. Aseguró que encontró rigidez en la cursada y que eso atentó contra sus estudios. Señaló que la universidad es excluyente. "Si sos mamá soltera, si sos un pibe que sale a laburar, si tenés familia, hijos, no podés pasar 6, 8 horas dentro de la universidad. Me parece importante visibilizar que se puede, pero que cuesta”, argumentó. 

 

Aunque los primeros tres años los hizo de un tirón, luego la responsabilidad de sostener a su familia hizo que hubiera años en que apenas aprobaba una materia. Aseguró que algunas cátedras no lo ayudaron. “Un montón de veces no me dejaron cursar y trabajar y me quede libre. Hubo docentes que se coparon, que me apoyaron y me dieron la posibilidad de ir a consulta a su casa, rendir en otro horario o de otra manera. Pero eran lo menos, la gran mayoría te dicen que si no podés, te dediques a otra cosa”, aseguró. 

 

Sin su familia y amigos, Roque cree que hubiese abandonado. “En mi caso tuve una familia que se morfó el mismo viaje que yo de ser psicólogo. Mi señora me conoció estudiando y me bancó mucho; mis hijos Alexis, Thiago y Juan Ignacio también.

 

Cuando tenía que estudiar hacían silencio y ella les decía “papi se va a la escuela”. Yo iba a clases y me los llevaba. Un montón de veces que no tenía laburo, no tenía para el alquiler y un amigo me prestaba la plata. Para mí lo más fácil era meterme a trabajar en una fábrica, laburar y ganar guita, pero el objetivo era la carrera, había que recibirse”, apuntó. El licenciado cree que modificar la estructura de la carrera haría la cursada más realizable, y que deberían sumarle prácticas sociocomunitarias y relacionadas a la salud pública y no tanto hacia el negocio. 

 

No solo en el barrio 9 de Julio Roque crió a su familia y estudió. También construyó su casa y hasta trajo a su mamá Berta de Mendoza y le hizo un departamento gracias a sus habilidades de albañil. Llegó allí en 2012, cuando realizaba trabajo social en centros comunitarios y hasta fundó uno, que cerró poco después. Hoy admite que el barrio mejoró mucho con calles asfaltadas, dos escuelas, chicos estudiando en la universidad y servicios básicos  y que “el 99% de la gente que vive ahí trabaja, es honesta y súperbuena”.

 

Pero antes no era así. “Ranchos, calles de tierra, gente enganchada de la luz, sin agua potable, sin baño. Todo eso te va estructurando como persona y construyendo como sujeto. Si vos te crías en una casa de nylon con piso de tierra, tu mamá no tiene qué ponerle al plato, no podés ir a la escuela porque no tenés zapatillas. ¿Cómo crecés? ¿A dónde está la dignidad humana en eso?”, reflexionó.

 

“Me parece que han mejorado las cosas, los servicios van llegando, la gente tiene luz, agua potable, colectivos en la puerta. Es complejo, pero cuando se van dando todas esas cosas y la calidad de vida va mejorando, los derechos se van haciendo propios a las personas y las personas son mejores. Me parece que va por ese lado, cuando el Estado llega a esos lugares”, cerró sobre su vida en el barrio. 

 

Roque rindió su última materia en 2017, luego de algunos contratiempos, como una asignatura que no le acreditaron erróneamente, y un error de tipeo en el título de su trabajo final. Y de ahí trabajó en su tesis hasta el año pasado, cuando la presentó. 

 

“Hasta el día de hoy yo no vivo de la Psicología, porque hace un mes y medio empecé a laburar de esto, tengo poquitos pacientes hasta que me vaya acomodando. A la mañana hago albañilería y a la tarde me vengo a atender un consultorio”, admitió el psicólogo,  quien también reparte su tiempo con el trabajo comunitario. 
 

 

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