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Silvia, una costurera infatigable que ya creó más de seiscientos disfraces

A los cinco años empezó a zurcir vestidos para sus muñecas. En 1986 logró abrir su propio negocio de alquiler. 

Por Ayelen Anzulovich
| 23 de febrero de 2020
Dedicación. Silvia guarda con cariño cada uno de los disfraces. Con su máquina de coser, le da vida a los más de seiscientos trajes que tiene en el local. Foto: Martín Gómez.

Silvia Silva (64) mantiene intacta su pasión por la costura. A sus cinco años, con unos retazos de tela, comenzó a zurcir los vestidos de sus muñecas. Luego de mucho esfuerzo y trabajo, a mediados de los años 80 montó su propia casa de disfraces. Hoy tienen más de 600 trajes para alquilar.

 

Con la máquina de coser arriba de la mesa, la puntana colocó un hilo negro y comenzó a arreglar una chaqueta de gaucho, una de las prendas que más buscan los padres para las fechas patrias. Sonriente y como si el tiempo no hubiera pasado, cerró sus ojos y recordó el momento en el que descubrió su profesión.

 

"La alegría más grande que tuve fue cuando una costurera que nos hacía vestidos a mí y a mi hermana nos regalaba una bolsa con retazos", contó emocionada Silvia, que nació en Quines y quien al llegar a su casa iba directo a un canasto de muñecas donde fantaseaba qué ropa les podía fabricar.

 

 

 

Al contrario de sus cinco hermanos, quienes salían al patio a jugar, ella daba sus primeros pasos en la costura. Tal es así que terminó haciéndoles los vestidos a sus amigas para sus cumpleaños de quince. "Los hacía como podía, pero según las madres estaban hermosos", comentó entre carcajadas y destacó que de esa manera se ganaba unos pesos y cada tanto recibía algún que otro regalo en forma de pago. "A mi madre mucho no le gustaba, ella prefería que corriera o hiciera algo con los otros chicos, pero sin dudas mi mundo era otro", expresó la mujer.

 

Con solo 16 años se casó y, fruto de ese amor, nació su único hijo Jorge (49). Luego, a sus 22 se separó y tuvo que salir a ganarse la vida. "En ese tiempo no era bien visto ser madre soltera. Algunos no querían darte trabajo, pero nunca me importó porque siempre salí adelante. A mi primera máquina me la regaló mi exmarido y con eso tenía un ingreso de dinero. No me quedé quieta porque tenía un niño que mantener", detalló.

 

Segura de lo que quería, unos años más tarde se formó en corte y confección con el sistema Sania, que se les brinda a las personas que no saben leer ni escribir. Con su experiencia, más todo lo aprendido en 1980, Silvia consiguió una pasantía en un salón comunitario, donde enseñó costura. Luego empezó a trabajar en la fábrica Annan de Pergamino, donde  fabricaban ropa de trabajo.

 

"Cosíamos en el subsuelo, yo siempre fui piloto, que era la persona que manejaba todo tipo de máquinas. Armábamos pantalones y camperas de jeans. Teníamos que tener una producción de 50 prendas por hora", rememoró con nostalgia y dijo que de tanto trabajar se enfermó de estrés y la indemnizaron, pero lejos de quedarse quieta se armó su propio stock de pantalones, remeras y camperas para niños, que comenzó a vender. Un tiempo después, los mismos clientes le llevaban ropa para remendar.

 

 

 

Finalmente, tras mucho esfuerzo, en 1986 cumplió su sueño: abrió su local comercial "Mamá Pulpa", en donde dejó volar su imaginación y creó más de 600 disfraces. Colgados en varios percheros y tapados con nylon para que no se estropeen, mostró algunos de los más requeridos, por ejemplo, los personajes de películas como Batman, el Hombre Araña, Robin, Maléfica, entre otros. También está la cerdita Peppa Pig, Mickey y Minnie, y Los Simpson para los más pequeños.

 

"Empecé porque las madres me pedían conjuntos para las fiestas escolares. Los típicos trajes de gaucho, dama antigua y próceres. Tengo la vestimenta para los novios que se casen. Acá entran y no saben qué elegir", comentó sonriente Silvia, quien en su mano sostenía el vestido de la Cenicienta.

 

Recordó que cuando arrancó no pedía ningún papel para alquilarlos, pero hoy solicita el DNI y una boleta de algún impuesto del mes en curso. "No me quedó otra. Antes los daba y los devolvían impecables, ahora no es así", aseguró. Los precios para obtenerlos van desde los $300 a los $1.200 y hace descuentos por dos o más personas.

 

"Nunca imaginé tener este local. Luché mucho en la vida y con él salí adelante", manifestó orgullosa.

 

 

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