Gustavo Luna
Periodista
Quemar cartas, como “quemar las naves”
No solo naves queman aquellos que están decididos a tomar nuevos rumbos, o a que la sociedad que lideran los tome en vez de recular y volver sobre sus pasos hacia el pasado que intentan dejar atrás. La historia cuenta que Alejandro Magno y Hernán Cortés, cada uno a su tiempo, incendiaron sus barcos, aunque algunos historiadores hacen la salvedad que el español, conquistador del imperio azteca, no les prendió fuego sino que los hundió. El propósito es el mismo, y de ahí la expresión de “quemar las naves” como símbolo de cerrar la puerta al pasado, para no tener la posibilidad de titubear, y encarar hacia adelante.
San Martín también decidió que el fuego consumiera lo que, de otra manera, hubiera consumido, en luchas intestinas y venganzas interminables, el esfuerzo por la libertad de América. Para no quedarse enmarañado en un pasado que los criollos intentaban dejar atrás.
Fue el 12 de abril de 1818, después de la decisiva victoria del 5 de ese mes en la batalla de Maipú, que aseguró la independencia de Chile.
El ejército libertador venía de sufrir la dura derrota de Cancha Rayada, que desmoralizó a soldados y a dirigentes chilenos y hasta hizo circular la versión que San Martín había muerto en el campo de batalla. El general tuvo que viajar a Santiago para mostrar que estaba vivo e infundir, otra vez, confianza. Pero muchos chilenos habían decidido “abrir el paraguas antes de que lloviera” y habían empezado a tender lazos con los jefes del ejército realista, para asegurarse indulgencia en caso que las fuerzas del rey tuvieran otra vez el dominio de la cosa, como muchos de ellos creían iba a ocurrir.
San Martín reorganizó su ejército, repuso con veintiún cañones la artillería que en Cancha Rayada había caído en manos del enemigo y levantó la moral de la tropa, que contaba con 5.400 hombres. Se enfrentó otra vez con el ejército realista en Maipú. Bernardo de O’Higgins se sumó en la fase final del combate, con mil hombres más.
Derrotado y dispersado el ejército realista, su comandante, el general Mariano Osorio, perdió toda su correspondencia. En ella conservaba las cartas de los chilenos que habían dicho apoyar la causa patriota pero que, ante la derrota de Cancha Rayada, a través de esas misivas ofrecían su sumisión al rey de España.
Tras la victoria, el general San Martín las leyó en silencio. Tomó cuenta de lo que demostraban y después ordenó que las quemaran. Ante la incrédula consulta de su ayudante de campo, John O’Brien, el Libertador le habría respondido: “El miedo ha dictado estas cartas. Desaparecido él, todos esos hombres volverán a ser buenos patriotas”.
San Martín mostraba así su magnanimidad y su visión que era mejor quemar las cartas y con ellas cualquier ánimo de venganza, para mirar hacia adelante.


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