Muchas veces los textos legales, incluso el de la propia Constitución Nacional, poco dicen a quienes no conocen determinado lenguaje, o no alcanzan a interpretar cabalmente el significado de ciertos preceptos. Sucede con la mayoría de los ciudadanos que no son abogados o personas instruidas en los intrincados vericuetos del derecho. En otras oportunidades las consignas son más simples y más concretas.
Artículo 99 de la Constitución Nacional: “El Presidente de la Nación tiene las siguientes atribuciones: … 3. Participa de la formación de las leyes con arreglo a la Constitución, las promulga y hace publicar. El Poder Ejecutivo no podrá en ningún caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable emitir disposiciones de carácter legislativo. Solamente cuando circunstancias excepcionales hicieran imposible seguir los trámites ordinarios previstos por esta Constitución para la sanción de las leyes, y no se trate de normas que regulen materia penal, tributaria, electoral o el régimen de los partidos políticos, podrá dictar decretos por razones de necesidad y urgencia, los que serán decididos en acuerdo general de ministros que deberán refrendarlos conjuntamente con el jefe de gabinete de ministros. El jefe de Gabinete de ministros personalmente y dentro de los diez días someterá la medida a consideración de la Comisión Bicameral Permanente, cuya composición deberá respetar la proporción de las representaciones políticas de cada Cámara. Esta comisión elevará su despacho en un plazo de diez días al plenario de cada Cámara para su expreso tratamiento, el que de inmediato considerarán las Cámaras.”
Claro. El Presidente de la República no legisla. Hay excepciones, están las circunstancias excepcionales (pandemia de coronavirus). Emite Decretos de Necesidad y Urgencia. De hecho, lo hizo. No puede hacerlo sobre determinadas materias. No puede crear o modificar impuestos (materia tributaria), por ejemplo.
El que puede y debe legislar es el Poder Legislativo. El Congreso de la Nación debe cumplir su función de dictar leyes. No puede faltar a esta cita con la República. No puede permitir que desencuentros inexplicables obstaculicen la voluntad de la mayoría. Otra vez Argentina tropieza con su precariedad. A esta altura las sesiones virtuales debieran ser una práctica posible, ensayada y al alcance de la mano. El propio reglamento debería facilitarlas. Nunca se prestó atención a este recurso y hoy se lo requiere imperiosamente. Otra vez son claras las normas:
Reglamento Cámara de Diputados. Artículo 14: Los diputados no constituirán Cámara fuera de la sala de sus sesiones, salvo casos de fuerza mayor.
Reglamento Cámara de Senadores. Artículo 30: los senadores constituyen Cámara en la sala de sus sesiones y para los objetos de su mandato, salvo en casos de gravedad institucional.
En el caso de la Cámara baja, la fuerza mayor es elocuente (pandemia de coronavirus). En el caso de la Cámara alta, la gravedad institucional es más difusa.
Como elementos adicionales se puede señalar que, en principio, para concretar una modificación en estos reglamentos se requiere de una sesión. Para la sesión virtual es imprescindible contar con las herramientas tecnológicas que, no solo permitan verse y escucharse, sino que además permitan identificar de un modo inequívoco al legislador en todo momento. Para el quórum, para su exposición y, sobre todo, al momento de la votación. Estos mecanismos existen: huella digital, reconocimiento facial y otros. Hay que coordinarlos y deben funcionar a la perfección, de modo que el procedimiento resulte inobjetable y no sea pasible de eventuales pedidos de nulidad posteriores.
La sesión presencial tiene serias dificultades de concreción. Una logística compleja toda vez que no hay transportes regulares. Todo el riesgo de contagio que implican los viajes desde distintos puntos del país. Muchos legisladores, sobre todo un buen número de senadores, pertenecen a grupos de riesgo respecto de la pandemia.
Lo cierto es que el Poder Legislativo debe sesionar. Esa es su función. El oficialismo gobernante quiere hacerlo. La oposición no termina de decir que sí. Llegó la hora de dejar cámaras y micrófonos, de no hacer más dibujitos en las redes y asumir cabalmente una seria responsabilidad con la República.


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