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Mensajes simples, directos y bien transmitidos: quedarse en casa

Por redacción
| 05 de abril de 2020

El vértigo de esta pandemia de coronavirus es brutal. En el preciso momento de escribir estas líneas, ahora ya, el mundo tiene 1.188.489 casos de coronavirus, 64.103 muertos por esta causa y 246.019 recuperados de este mal. Los Estados Unidos de América tienen 302.919 casos y 8.243 muertos. España: 124.736 infectados y 11.784 muertos. Italia: 124.632 y 15.362. Es un horror que se hayan muerto más de 15.000 italianos, y hoy sea solo una cifra. En Argentina hay 1.353 casos y 42 muertos. En Bélgica, hoy murieron 140 personas y Camerún tiene en total 8 muertos. Al momento de la lectura, estas cifras serán viejísimas. Así funciona hoy el mundo.

 

Todo lo que había para decir y criticar de un viernes operativamente pésimo para la Argentina fue reparado el sábado. Igual, es admisible no conocer el comportamiento de un nuevo virus, es inadmisible que funcionarios experimentados desconozcan el comportamiento de los argentinos. Estadísticamente ninguna persona de 80 años cambia sus hábitos, es mucho más sencillo que un funcionario idóneo lo interprete, lo comprenda y lo prevea. Muchas mujeres y hombres están descubriendo que el coronavirus los desnuda. Les muestra sus fortalezas, sus debilidades, sus imposibilidades para convivir con su pareja, con sus hijos, con sus hermanos, con sus vecinos. Saca lo mejor y lo peor de cada uno y desnuda lo mejor y lo peor de una sociedad. La Argentina actual es precaria. Las filas de los jubilados son una postal permanente e inagotable. En el banco de la calle Junín hubo fila siempre, igual que en Colón, siempre, siempre. Si alguien declara sorprendido, es absolutamente admirable su capacidad de asombro, o miente. Un funcionario no se puede declarar sorprendido, no puede afirmar que “no hay manual”, los funcionarios existen para escribir el manual, y sobre la marcha. O cabe dejar la vacante a otro que pueda hacerlo. La realidad actual exige funcionarios de primera línea y desnuda falencias. De cualquier modo, se pondera corregirse. Y enmendar el error en veinticuatro horas. Además, la informalidad argentina también es estructural. Un 40 o un 50% de la población argentina vive en la informalidad. Cobra “en negro” y paga “en negro”. Pero ya se sabe, si el “almacén de la cercanía” te fía, es en negro; eso también es precariedad. Y que quede claro, pagar haberes de los jubilados es carga pública que los bancos la asuman. Que presten dinero y se flexibilicen, que abandonen su rigidez y dejen de culpar al sistema que ellos mismos crearon. Que corran algún riesgo que justifique tanta ganancia. Sobre todo en medio de una pandemia. Todavía no se vislumbra cuál es su contribución. Se comprende a los funcionarios públicos, pero llegó la hora de gestionar, arremangados y en la calle. No basta “saber mucho de finanzas”, hay que bajar al territorio y capear el temporal entre todos.

 

Sacar tajada política de estas desgraciadas circunstancias es denigrante. Los inútiles e inoperantes de hace apenas unos meses pretenden dar cátedra y azuzar el “cacerolazo”. Y se debe comunicar en tiempo y forma. Hay profesionales dedicados a eso. Saben hacerlo, con simpleza, con claridad. Por ejemplo, dar a las 12 de la noche un mensaje para personas de más de 75 años es no tener la menor idea de la función de comunicar. Duermen todos. La gente está aturdida y asustada. Teme. Vacila. Confunde. Hay que ser claro y concreto. Ideas simples, como par o impar. Crear aplicaciones que los expertos suponen sencillas es temerario. No se ve, no se entiende, otra vez asusta y confunde. Si no se implementó en tiempos de paz, no cabe hacerlo ahora. Ahora hay que quedarse en casa y lavarse las manos. Nada más.

 

 

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