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Favaloro: el cardiólogo que ofreció su corazón

Diego Albisu, uno de los médicos puntanos que logró hacer un posgrado en el hospital de su fundación, recordó esos dos años cuando compartió ateneos y otras anécdotas con el máximo referente.

Por Matías García Elorrio
| 19 de julio de 2020
Prestigio. Es lo que más cosechó Favaloro en sus 77 años de vida. A pesar de tener ofertas para quedarse en Estados Unidos prefirió volver a su país.

El 29 de julio de 2000, por la tarde, uno de los médicos más importantes de este país decidió terminar con su vida. Pero aun cuando ese gesto pudiera interpretarse como un triste final, no hizo más que agigantar la figura, la obra y el recuerdo de René Gerónimo Favaloro. El cardiólogo nacido el 12 de julio de 1923 en el barrio “El Mondongo” de La Plata (Buenos Aires) es recordado en todo el mundo como el creador del bypass coronario, que le dio un prestigio sin límites, porque ese procedimiento cambió radicalmente la historia de la enfermedad coronaria.

 

Tres médicos cardiólogos puntanos realizaron cursos de posgrado en la Universidad Favaloro y tuvieron la suerte de conocerlo, además de formarse con él durante dos años. Además, los tres son hermanos: Guillermo (55 años) cursó Hemodinamia, Juan Pablo (53) hizo la especialidad en Ecocardiografía y Diego Albisu (50) concretó la subespecialidad en cámara Gamma. Pero también la cuarta integrante de la familia, Cecilia, que es nutricionista, hizo dos posgrados relacionados a su carrera en la misma fundación.

 

Los tres médicos son ahora los líderes del Instituto Cardiovascular San Luis y guardan los mejores recuerdos de su paso por esa institución. “Cómo sería la importancia de René en ese tiempo que cada uno de los egresados tenía como premio sacarse una foto con él en el acto en que te entregaban el diploma”, recordó Diego, quien estuvo en ese centro médico durante 1999 y 2000. Y además agregó: “Guillermo es el único que consiguió esa foto porque se recibió justo en el 99, en cambio yo y Juan Pablo lo hicimos a fines del 2000, cuando René ya había muerto”.

 

Si bien Favaloro ya no dictaba clases en ese tiempo, sí realizaba ateneos en el segundo subsuelo del edificio donde los estudiantes almorzaban: “En esa época no tenía tanta actividad académica, pero todos los mediodías nos juntábamos con él y cada servicio presentaba un problema y el resto debíamos dar una opinión de cómo resolverlo. A René le gustaba participar de esas charlas y ahí siempre nos enseñaba su experiencia. Para nosotros era como asistir a una clase magistral”.

 

 

 

Médico de pueblo

 

Lo que forjó a Favaloro como profesional no fueron sus diez años de investigación en la Cleveland Clinic Foundation, ni sus creaciones más preciadas como la fundación que lleva su nombre, el Laboratorio de Investigación Básica, el Instituto Universitario de Ciencias Biomédicas o la reconocida Universidad Favaloro. Lo que realmente lo hizo distinto fueron los doce años que vivió en un pequeño pueblo de La Pampa llamado Jacinto Aráuz, adonde llegó en mayo de 1950 para reemplazar al médico local, Dardo Rachou Vega, quien estaba muy enfermo y que poco tiempo después falleció.

 

En ese poblado Favaloro logró revertir el destino de desamparo de los 3.000 habitantes con la ayuda de los maestros, representantes de las iglesias, empleados de comercio y las comadronas; que de a poco, y por su decisiva influencia, lograron un cambio de actitud en la comunidad, lo que permitió corregir sus conductas. Al irse de allí, había logrado que casi desapareciera la mortalidad infantil en la zona, reducir las infecciones en los partos y la desnutrición. También pudieron organizar un banco de sangre viviente con donantes que estaban disponibles cada vez que los necesitaban y organizaron charlas comunitarias en las que él y su hermano Juan José (también médico) brindaban pautas de prevención y cuidado de la salud.

 

 

Anécdotas con René

 

Albisu contó que se lo cruzaba muy seguido cuando entraba al edificio porque los dos dejaban sus autos en la misma cochera. “René tenía un Peugeot 505 de color dorado que para esa época ya tendría unos quince años de antigüedad”, dijo y enseguida contó una anécdota que lo muestra como era. “Una mañana yo estaba llegando tarde a una de las clases y apenas me bajé del auto me fui corriendo hacia el ascensor para entrar al edificio y me lo cruzo a Favaloro que iba a buscar su coche. Como yo estaba con el guardapolvo blanco con el logo de la fundación se dio cuenta que era uno de los médicos y automáticamente me saludó: ¡Buen día doctor!, me dijo sin esperar mi respuesta. Imaginate la vergüenza que tenía, porque nunca pensé cruzármelo en esa situación. Y encima él me saludó tan amable. Eso te muestra la humildad que tenía ese hombre”.

 

El menor de los Albisu dijo que “al empezar la residencia la mayoría de los médicos cardiólogos lo tuvimos como un referente, además cuando íbamos a los congresos o simposios siempre queríamos escuchar sus disertaciones”. También contó que al tratar con él a diario descubrió que “a veces mostraba un carácter fuerte. Cuando él veía que algo no estaba según su criterio, te lo hacía saber. Por supuesto que con respeto, pero era muy estricto. Aunque siempre anteponía el nosotros al yo”.

 

Explicó que Favaloro instauró en ese edificio de trece pisos ubicado en la esquina de Solís y avenida Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires “el mismo sistema que encontró en Estados Unidos, donde se formó; porque ahí estaba el hospital escuela, la universidad y la parte de investigación farmacéutica. Todos trabajando de manera relacionada”.

 

 

 

De viaje a Cleveland

 

En la biografía que publica la Fundación Favaloro en su sitio web, se destaca que en 1962 viajó a Cleveland (Estados Unidos) para realizar su residencia en Cirugía Torácica en la Cleveland Clinic Foundation. Primero trabajó como residente y luego como miembro del equipo de cirugía.

 

A comienzos de 1967 comenzó a pensar en la posibilidad de utilizar la vena safena en la cirugía coronaria y así fue que el 9 de mayo de ese año Favaloro revolucionó la cardiología mundial al operar exitosamente a una mujer de 51 años mediante la técnica del bypass. La estandarización de esa técnica, llamada también cirugía de revascularización miocárdica, fue el trabajo fundamental de su carrera, que cambió radicalmente la historia de la enfermedad coronaria.

 

Su aporte no fue casual porque el propio Favaloro decía que su contribución “no era personal, sino el resultado de un equipo de trabajo que tenía como primer objetivo el bienestar del paciente”.

 

 

Volver

 

En junio de 1971 regresó a la Argentina y continuó su tarea en tres áreas definidas: asistencia médica, investigación básica y clínica, y la docencia. Así creó la Fundación Favaloro en 1975 junto con otros colaboradores. Uno de sus mayores orgullos fue haber formado más de cuatrocientos cincuenta residentes provenientes de todos los puntos de la Argentina y de América Latina.

 

En 1980 organizó el Laboratorio de Investigación Básica y lo mantuvo con sus propios recursos durante varios años. Luego ese espacio se transformó en el Instituto de Investigación en Ciencias Básicas del Instituto Universitario de Ciencias Biomédicas, que, a su vez, dio lugar, en agosto de 1998, a la creación de la actual Universidad Favaloro.

 

Aunque sus familiares, amigos y los colegas que compartieron su vida todavía no pueden digerir que René se haya disparado un balazo en el corazón, lo cierto es que ese año 2000 fue el más difícil que le tocó vivir. El propio Favaloro encargó una auditoría interna de su institución la que arrojó un pasivo de 40 millones de dólares contra una acreencia incobrable por otros 20 millones de la misma moneda. Pero el médico se negaba a dejar a los afiliados sin cobertura y la situación se tornó inviable.

 

Intentó obtener ayuda de las autoridades para que le pagaran las deudas del Estado, pero no tuvo respuesta. “Me he transformado en un mendigo. Estoy pasando uno de los momentos más difíciles de mi vida”, le escribió a José Claudio Escribano, director del Diario La Nación, el 22 de junio de ese fatídico año 2000.

 

Albisu admitió que “el día que nos enteramos que se había suicidado, más allá de la tristeza, sentí mucha bronca, porque nunca pensé que iba a hacer eso. Incluso recuerdo que había escrito los diez mandamientos para ser un médico correcto. De alguna manera me desilusionó. Después de conocerlo, leer sus libros y ver cómo actuaba; nunca pensé que iba a terminar así. Igual entiendo que fue una decisión personal y es respetable”.

 

Otro recuerdo que guardó el médico puntano fue el amor que le tenía mucha gente: “Después de conocerse su muerte, durante un mes, veía desde la ventana del segundo piso, donde me tocaba hacer las prácticas, a miles de personas que se acercaban hasta la fundación para dejarle una flor en la entrada del edificio”.

 

Esa bala calibre 38 que él mismo decidió alojar en su corazón, veinte años después, habla de un gesto noble. Fue su último acto, acaso el más difícil de comprender. Pero fue el que provocó que hoy esas instituciones que fundó estén fuertes y continúen su obra.

 

Quizás ya sea tiempo de entenderlo.

 

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