Ingenio mercedino: una cocinera creó una taza que se puede comer
El recipiente resiste líquidos de 90 grados de temperatura y se puede usar hasta tres veces, para luego consumirlo.
Las manos creativas de Norma Irusta no se quedaron quietas durante los meses más restrictivos de la cuarentena. La cocinera buscó ideas y probó diferentes ingredientes y técnicas hasta lograr una innovadora receta: una taza que se puede comer.
La mujer siempre fue una apasionada de la gastronomía, pero empezó a dedicarse de forma más profesional cuando sus hijos crecieron. Hizo cursos, especializaciones, se recibió de maestra cocinera en la Universidad Provincial de Oficios y estudia un posgrado en Organización de Eventos. Desde hace un tiempo, también empezó a transmitir sus conocimientos y sus trucos en diferentes talleres que dicta para personas de todas las edades, desde niños de tres años hasta adultos.
Su idea de hacer un producto que fuera al mismo tiempo el recipiente y el contenido surgió de navegar en internet y encontrarse con inventos de diferentes partes del mundo. "Desde hace treinta años fabrico huevos de Pascua, pero soy muy curiosa y comencé a pensar en hacer un cuenco que sea ecológico. Empecé a investigar y vi que en Francia una aerolínea había creado una taza que es similar a la de los cucuruchos de helados. Después vi que en México y España había otras parecidas, pero no decían cómo las hacen ni los ingredientes", relató.
La mujer aprovechó el tiempo de cuarentena para crear y ya tuvo muchos pedidos.
De ahí en más solo fue cuestión de ensayo y error. A lo largo de un mes probó con distintos materiales y técnicas, hasta que logró una versión que la enorgulleció. Aunque Norma no quiso revelar sus recetas mágicas, explicó que en términos generales es una especie de vasija, sin asas, que está hecha con una masa recubierta con un barniz ecológico y comestible. El interior está bañado de chocolate y tiene un toque especial en los bordes con un salpicado de maní crocante, almendras o confites.
"Soporta el calor, entre 80 y 90 grados, sin problema. Te podés servir café o leche, a la temperatura que vos quieras. Lo introducís, si querés le ponés azúcar, lo revolvés y no se derrama ni se rompe", amplió.
Una vez que se termina la infusión, hay varias alternativas: volver a servirse (puede soportar líquidos hasta tres veces), guardarla en la heladera para usarla nuevamente más tarde, o directamente comerla.
Irusta dijo que si bien la preparación "no es algo muy difícil", sí lleva un par de horas. "Las formas no son perfectas, algunas salen un poco más altas o bajas porque realmente es algo artesanal y aún no he podido fabricar moldes", admitió.
Con su creación, la mujer de 54 años le sacó un provecho productivo al tiempo de aislamiento que obligó a muchos a quedarse en las casas y buscar nuevas fuentes de ingresos. Comenzó a comercializarlas de forma particular y tuvo tan buena repercusión que una panadería y un bar ya se las encargaron para ofrecerlas al público.
Sin embargo, Norma sueña con ir un pasito más allá y transformar a su taza comestible en un producto regional de Villa Mercedes, la ciudad donde nació, donde formó a su familia y donde aprendió a amar el mundo de la cocina.
"Al principio solo la tenía para mí, porque ya me daba la satisfacción de haber logrado algo lindo y rico. Pero después la empecé a ofrecer, porque en esto uno regala cariño. Siempre les digo a mis alumnos que si no tenemos amor, no podemos cocinar. Todo lo que hacemos, lo hacemos para el otro. Disfrutamos que a otro le guste lo que elaboramos", expresó.
Cuando fue decretada la cuarentena en el país, Irusta se vio imposibilitada de continuar con los cursos que daba en los edificios de establecimientos educativos. Pero cuando en San Luis permitieron que los profesores continúen con sus clases en sus domicilios particulares, y con una serie protocolos de prevención, el teléfono de Norma empezó a sonar: "Recibí muchas consultas de alumnos, de exalumnos, de conocidos y de gente que quería aprender. Las mamás me decían que querían que los chicos hicieran alguna actividad para salir porque estaban todo el día encerrados con el celular", contó.
Fue así que una de las casas de la calle Güemes "se vistió de taller de cocina". Con el nombre de "El Hornerito", tiene divididas las clases por edad y por día de la semana, para enseñar a hacer delicias y luego chuparse los dedos.


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