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La responsabilidad social de todos y la de algunos en particular

Por redacción
| 02 de agosto de 2020

El mundo padece una feroz pandemia de coronavirus. Por donde se lo mire la Argentina ha entrado en la etapa de la responsabilidad social. Siempre fue un elemento imprescindible para la contención de los contagios, pero a esta altura de los acontecimientos todas las medidas de los distintos estamentos gubernamentales apuntan al sentido común, al criterio, a la sensatez y a la responsabilidad de cada uno de los hombres y las mujeres que integran los distintos núcleos de población. La situación obviamente varía según las distintas provincias, incluso dentro de las mismas hay espacios con situaciones muy dispares. A esta altura hay algunas certezas. El AMBA concentra de un modo contundente el centro del problema y es el epicentro de la pandemia en Argentina, y donde la situación es mucho más compleja de revertir. 
Otra certeza es que el rol de la inmensa mayoría de los medios de comunicación, sobre todo los de proyección nacional, es paupérrimo. La sentencia es fatal: “los medios hablan de los medios”, pero más allá de esta cruda falencia apuntan a cuestiones absolutamente menores frente a la profundidad de las dificultades. Hay un notable esfuerzo de coordinación y unidad entre la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la provincia de Buenos Aires y la Presidencia de la Nación. Sus titulares se presentan unidos y coherentes, sin embargo no son pocos los comunicadores que se empeñan en inventar grietas y adjudicar a detalles insignificantes, una trascendencia al borde del ridículo. En San Luis la información fluye transparente en el modo previsto, e incluso diariamente si se lo considera necesario. Sin embargo, algunas prédicas mediáticas prefieren jugar el campeonato de las culpas. Como si develar quién tiene la culpa de un contagio fuera el meollo de toda la cuestión. Que sirva a los científicos para lograr la trazabilidad y circunscribir en todo lo posible los contagios, es una cosa, cabe, vale y está bien. Pero pretender denigrar los esfuerzos de quienes trabajan y deciden, elucubrando nimiedades, entra en el terreno de lo patético. Y hay libertad de prensa: eso es lo que permite que algunos irresponsables pretendan sostener que ingresar a una terapia intensiva con tos, con conjuntivitis y con dolores musculares está perfecto. Está mal. Nadie pretende crucificar a nadie, se comprenden algunos reparos, pero hay que evitarlo. Hay que seguir trabajando, puede haber un exceso de celo profesional y seguramente no haya mala voluntad, pero no es lo correcto. No hay que hacerlo. Y se deberán extremar los controles y mejorar lo que se deba mejorar en logística y en equipamiento. Sin clasificar al campeonato de la culpa y sin persecuciones. Con sensatez, cuidando a todos, valorando los inmensos esfuerzos de quienes se exponen en una tarea francamente encomiable y muy desgastante. Reconocerlo y mejorar, en todo lo posible, sus condiciones de labor es la mejor forma de agradecerlo.   
La atención que dispensan los bancos merece un capítulo aparte, y en algún momento valdrá la pena una mirada muy profunda sobre el tema. De momento, muy humildemente cabe sugerir que coloquen en los ingresos personas idóneas: con mucha buena voluntad la gente de seguridad y el personal de limpieza atienden al público y le brinda todas las explicaciones a su alcance. No es su función. Deben explicar sobre los cajeros automáticos, sobre los turnos que no aparecen, sobre los cambios de claves, sobre los cheques rechazados, sobre la fe de vida de los jubilados, las fechas de cobro, la IFE, los plazos fijos y tantas otras cuestiones estrictamente bancarias. Seguramente esto contradice el decálogo de la atención al cliente de cualquier entidad y nada tiene de compatible con toda la capacitación recibida. Al principio, pudo haber sido una sorpresa y una emergencia. Más de 100 días son suficientes para ajustar cualquier dispositivo de atención al público, y para reparar o cambiar las máquinas que no funcionan. Incluso para ajustar el dichoso “sistema”, al que se le achacan todas las culpas.   Como si el mismo no hubiera sido pensado, diseñado y puesto en funcionamiento por el propio banco. 
 

 

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