-1°SAN LUIS - Miércoles 02 de Julio de 2025

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Las acciones privadas de los hombres quedan solo reservadas…

Por redacción
| 24 de octubre de 2021

La Constitución Nacional, en su artículo 19, señala claramente el derecho a la reserva y a la privacidad del que gozan ciudadanos y ciudadanas. Muchos textos constitucionales en el mundo contienen normas similares: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están solo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magistrados (…)”. Es un derecho, algunos lo ejercen y otros hacen todo lo contrario. No vacilan en ventilar lo más expansivamente posible su privacidad. Trasladan todos sus actos y todos sus espacios, incluidas sus alcobas, a las redes sociales, asegurándose que los mismos serán masivamente difundidos en el mundo entero. Evitan esfuerzos innecesarios, como el espionaje o la investigación periodística. Manifiestan abiertamente absolutamente todo. Se pelean, se reconcilian, se agravian, se piden perdón, se perdonan, se descalifican, se difaman, se elogian, se besan y se insultan. Incluso atienden por la misma vía a terceros directa y no tan directamente interesados. Para estos menesteres sirven cartas, memes, insultos vulgares y sofisticadas expresiones insultantes, y mensajes presuntamente encriptados que “no siempre es una fiesta develarlos”. Todo chorrea vulgaridad. Como no es cuestión de perder la oportunidad, enseguida se arman los bandos de uno u otro lado, incluso de terceros en presunta discordia. Aparecen atacantes y defensores que vituperan sesudos análisis acerca de las conductas de cada uno de los protagonistas de ciertos enredos, casi siempre inexplicables. Es habitual el aterrizaje de despechados y despechadas del pasado que deciden retomar su papel en las vidas de cada uno de los involucrados. El llanto no puede faltar como condimento indispensable de estos sainetes verídicos con sufridos protagonistas. Y los principales culpables de tanto manoseo y tanta intromisión en sus vidas no son otros que ellos mismos. Por supuesto existe un ejército de seguidores ávidos de conocer hasta los mínimos detalles. Casi que si son ciertos mejor y, si no, se sabe que un poco de color aumenta el morbo y el interés de muchos. Los “periodistas del espectáculo”, “panelistas” o “amigos íntimos o íntimas” proporcionan todo el alimento que una nutrida platea requiere para hacer un seguimiento milimétrico de la situación. Con fotos, videos y demás testimonios. Llama la atención la aparición de personajes que se consideran obligados a opinar como si se tratara de una cuestión decisiva para el futuro de la humanidad. La cuestión de fondo es de todo, menos graciosa. Según esos mismos cronistas, hay once niños directa o indirectamente involucrados en este entuerto, entre los tuyos, los míos, los nuestros y los de otras parejas cercanas al asunto. Por supuesto que sus padres juran querer proteger a estos niños y evitar su exposición y su posible participación en episodios tan particulares. Cada quien sabrá de qué modo cumple con su responsabilidad.

 

Es importante rescatar la noción de libertad de cada uno de los actos de las personas. A simple modo de reseña y, tal vez, sin una relación directa con la cuestión, cabe recordar estas citas de Guillermo Jaim Etcheverry en “Educación. La tragedia continúa” de Editorial Sudamericana. “(…) Por eso es grave el creciente desprestigio social de esta tarea (la docente) en nuestro país, uno de cuyos signos es la escasa remuneración que reciben quienes se dedican a ella. Conocemos las opiniones de modelos y deportistas sobre los más diversos problemas argentinos, pero no recordamos las de las maestras y los profesores. De modo que no podemos sorprendernos por la calidad de ‘héroes’ valorados por nuestros niños y jóvenes. Estos aprenden muy bien de los ejemplos que a diario les ofrecemos los adultos, al presentarles como modelos a quienes personifican lo que decimos menospreciar. Entonces, ¿a quiénes esperamos que valoren más los chicos?

 

(…) Es preciso tener presente que posiblemente ellos (nuestros niños y jóvenes) no comprendan lo que leen en los libros, pero comprenden muy bien lo que leen en la sociedad”.

 

 

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