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“Nunca tengo un plan muy cerrado cuando empiezo a escribir”

La entrerriana encuentra en los pueblos y en lo rural una magia narrativa que la impulsa a desglosar y analizar las vivencias, costumbres y prosa de los lugareños. Un correlato que ella misma vivió en su infancia y que ahora la alista para explicarse aquellas cosas que la intrigaban.

Por Astrid Moreno García
| 15 de noviembre de 2021

Selva Almada vive lo que escribe, escribe como habla y habla de aquello que en Villa Elisa, su pueblo natal, no se decía. Son los secretos comunes a todas las zonas rurales del país a los que apunta la entrerriana, quien a sus 48 años encontró en la literatura un espacio para responder sus propias preguntas de la infancia sobre los ritos, costumbres y las situaciones que se desarrollaban en una supuesta penumbra entre ríos —pero no cualquier río— chicas muertas, ladrilleros e inocentes, si es que los hay.

 

La escritora rozó gran parte de los puntapiés que arriaron a sus cuentos y novelas. Al menos en su último libro publicado en 2020, “No es un río”, escribe con una prosa sencilla, pero es en la trama en la que recae la complejidad de su escritura. Va y viene en el tiempo y entre personajes diversos de un mismo pueblo que se pelean por el protagonismo. Algunos ni siquiera aparecen hasta la mitad del escrito y dejan al lector con ganas de saber más de sus historias.

 

Almada consigue que sus textos estén plagados de pequeños rastros que ella misma deja, sin darse cuenta, en el proceso creativo, cuando una nueva figura aparece y toma protagonismo gradualmente. Lo mismo le ocurrió al momento de darle vida a sus personajes.

 

—¿Cuándo comenzaste a tomar conciencia de que querías dedicarte a la escritura?
—Me di cuenta de grande. De chica me gustaba muchísimo leer, escribía en la escuela cuando nos pedían y las maestras me felicitaban, pero no quería ser escritora, sino periodista gráfica. El tema de la escritura me venía más por ese lado que por la literatura misma.

 

—¿En qué momento llegó la literatura a tu vida?
—Me fui a estudiar Comunicación Social con esta idea de ser periodista y estando en la carrera empecé a escribir cuentos. Me di cuenta que me gustaba más la literatura que el periodismo, en esa época no estaba la carrera de Literatura, lo único que había era el profesorado. Me anoté y me puse a estudiar con la idea de tener lecturas más ordenadas.

 

—¿Qué tipo de lecturas hacías de chica?
—Era muy lectora, pero de las cosas que caían en mis manos, mucha novelita y bests sellers. Sentía que para escribir había una serie de lecturas previas que yo no tenía. Además, lo bueno de la facultad fue que conocí a otra gente que también escribía, entonces armamos un grupo de amigos y nos juntábamos a hacer una especie de taller espontáneo, todos leíamos y comentábamos los textos. Nos inventábamos consignas y cosas así. Así fue que a los 20 años empecé a escribir.

 

—¿Cómo clasificarías a tus escritos en la actualidad?
—Tanto mis novelas, como mis relatos y lo que hice de no ficción están más bien vinculadas a la provincia. Yo soy de Entre Ríos y si tuviera que calificarlo o, mejor dicho, como la definen otros críticos, diría que es una literatura que está generalmente ambientada en zonas de las periferias, en pequeños pueblos con personajes bastante al margen y marginales. Creo que es una literatura rural. Podríamos definirla así.

 

—Te criaste en un pueblo...
—Pasé la primera parte de mi vida en uno, hasta los 17 que me fui. Éramos siete mil habitantes, era muy chiquito. Siempre encontré que había una potencia narrativa interesante en las situaciones que ocurrían allí, en las escenas pueblerinas, los personajes y en la manera de hablar y de relacionarse que es bien distinta a la que uno puede vivenciar en una ciudad grande. Me pareció muy atractivo.

 

—¿Hay un disparador para tus relatos que encontrás en la vida de pueblo?
—Sí, las relaciones entre las personas, las afectivas y humanas, las familias, esos son tópicos muy recurrentes en mis relatos. Yo creo que esto se desarrolla de una manera particular en lugares alejados de las grandes urbes. Hay una cosa secreta que suele estar siempre presente en las casas rurales, están llenas de cosas no dichas y todo eso me parece muy estimulante para la escritura.

 

—¿Cuánto en tus relatos es autorreferencial?
—Hay mucho, sobre todo en “El desapego es una manera de querernos”, que son los cuentos que escribí a lo largo de diez años. Muchos de ellos son autobiográficos, el disparador fueron los propios recuerdos. Aparece mucho de esto de vivir en un pueblo, los vecinos, los comportamientos, las situaciones y escenas que yo viví o veía siendo chica.

 

—¿Podrías ejemplificar algunas de estas escenas?
—Me llamaba la atención cómo se desarrollaban ciertas cosas como los velorios o los accidentes. Mi abuela vivía en las afueras del pueblo y a pocos metros de su casa pasaba una ruta por la que transitaban camiones que ya se iban, eran bastantes habituales los accidentes de tránsito o los animales que se escapaban y los pisaba un auto. Todas esas pequeñas historias están presentes en los cuentos. Hay anécdotas que me pasaron o que me contaron, que muchas veces se transformaron en el comienzo de una novela. “Ladrilleros” fue así y “No es un río”, también.

 

—En tus tres novelas hay un elenco masculino que predomina, ¿a qué se debe?
—Siempre me dio curiosidad la manera en que se relacionan los varones, las alianzas que arman, los secretos que guardan entre ellos y ciertas actividades como, por ejemplo, la pesca. En mi última novela es como una especie de ritual masculino, las mujeres quedan afuera, y los que se juntan y se van dos o tres días son ellos. Incluso llevan a sus hijos, varones también, como si fuera un ritual de iniciación. Yo veía a mi padre cuando era chica hacer eso, al día de hoy tiene su grupo de pesca, y eso me llamaba la atención cuando era chica y me preguntaba qué harían esos días fuera de la casa, lejos de su familia. También me daba curiosidad por qué eso lo hacía mi padre, pero no mi madre, qué había ahí que le permite a un varón poder irse solo con amigos y por qué mi mamá no se iba de vacaciones con sus amigas, sin nosotros. Encontré en la escritura una manera de volver a traer estas cuestiones, pensarlas y seguir haciéndome preguntas sobre eso.

 

—En “No es un río” las mujeres aparecen solapadas al principio, pero van cobrando importancia gradualmente, ¿planificás el protagonismo que le das a un personaje o surge espontáneamente?
—En esta novela estaban desde un principio los personajes de las dos hermanas. El de la madre de Tilo era, en un principio, muy secundario y apenas se mencionaba, lo mismo sucedió con la mamá de Enero, que tiene su importancia dentro de la trama. Estaban muy a la sombra y después cobraron importancia. Fue una novela que tardé varios años en escribir, tuvo muchas idas y vueltas, partes reescritas y me tomé el tiempo para pensar en los personajes y en la trama. En el caso de Siomara, que es un personaje muy importante, apareció casi cuando yo ya tenía pensada toda la novela, fue la última en ingresar a la trama. Finalmente se convirtió en el personaje femenino con más protagonismo junto con sus hijas.

 

—¿Este proceso es solo aplicable para “No es un río” o se da en el resto de tus obras?
—Nunca tengo un plan muy cerrado cuando empiezo a escribir. Sé algunas cosas de los personajes o del ambiente y después, en el transcurso de la escritura, esa trama se va armando y van apareciendo o saliendo de escena personajes que en su momento me parecía que tenían que estar más y después me desencantan o me dejan de gustar. Todo eso va apareciendo en la escritura.

 

—Con “Chicas muertas” se podría decir que te diste el gusto de combinar la literatura con el periodismo….
—La idea de escribirlo salió de uno de los casos que yo conocía desde que había sucedido, cuando era chica, que es el crimen de Andrea. Había sido algo muy fuerte e impresionante. Ella era de un pueblo vecino, pero fue impactante para toda la pequeña región. Para las niñas que en esa época teníamos 12 o 13 años había sido muy brutal: una chica un poco más grande que nosotras, que podía ser nuestra hermana mayor, fue asesinada dentro de su casa. Creo que eso era lo que más me impresionaba. El caso daba vueltas en mi cabeza y siempre pensé en escribir sobre él, de hecho en uno de mis primeros libros hay un cuento inspirado en él. Luego, me encontré con el segundo que aparece en el libro, que es el de María Luisa, un caso no resuelto como el de Andrea. Ahí decidí que no quería escribir una novela, sino un libro de no ficción que suponía cierta investigación, hablar con sus conocidos y familiares e ir a los lugares de los asesinatos.

 

—¿En qué momento un relato pasa de ser un cuento a cobrar la extensión de una novela?
—Me pasó con la primera novela que escribí porque había hecho siempre cuentos y me parecía medio inabordable un proyecto tan extenso. Había empezado a escribir un cuento con la idea de “El viento que arrasa”, pero empezó a desplegarse, a aparecer otras puntas de los personajes y sus pasados. En un momento me di cuenta de que tenía mucho más para contar y que eso no se podía limitar a la extensión de un cuento, sino que tenía que abrirse un poco. Pero ya no me pasó eso con las demás, no sé qué se disparó, cuando empecé a pensar en “Ladrilleros” dije “esto va a ser una novela”. Cada proyecto de escritura no se da de la misma manera, lo que no quiere decir que el día de mañana algo que había sido cuento devenga una novela, es un poco azaroso.

 

—¿Te considerás una escritora feminista?
—Me considero una persona feminista, una feminista que también es escritora o una escritora que también es feminista. Sí tengo un activismo bastante sostenido que se notó públicamente aún más en estos últimos años, pero lo que trato de evitar es que la literatura se convierta en un panfleto. No me interesa la literatura panfletaria. Creo que quien me conoce y sabe quién soy puede rastrear cosas de mi pensamiento político y social en mis relatos, pero no es mi idea que vengan a transmitir o decir algo sobre eso.

 

—¿Hay algún libro nuevo en puerta?
—No por ahora. Tengo pensando un par de proyectos, pero nada encaminado ni concreto, sí me gustaría volver a escribir no ficción. Tengo dos cosas dando vueltas, pero no las estructuré ni las pensé demasiado aún.

 

—¿Pero vas a seguir con el hilo de la literatura rural?
—No sé, por ahora me ha pasado eso, que no tengo ni veo en lo urbano algo que me atraiga como para ponerme a escribir. Pero creo que no es que una toma un camino y lo sigue hasta al final, de hecho eso es lo lindo de la escritura, que te puede llevar por distintos lugares. Básicamente hay que estar abierta a lo que aparezca y llame la atención, eso puede cambiar el rumbo y está bueno que así suceda.

 

—¿Conocés San Luis?
—Fui una sola vez a Villa Mercedes hace varios años a presentar un libro, pero no he vuelto. También soy amiga de un poeta que vive allá, Patricio Torne.

 

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