SAN LUIS - Jueves 03 de Julio de 2025

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Compromisos que quedaron verdes mientras la Tierra se calienta

La conferencia de las partes de la convención de las naciones unidas sobre el cambio climático, que se realizó entre octubre y noviembre, dejó tímidos acuerdos y muchos interrogantes.

Por Agustina Bordigoni
| 13 de diciembre de 2021

La tripulación del Apolo 17 pudo ver a lo lejos una “canica azul”. Fue el 7 de diciembre de 1972, cuando los astronautas Eugene Cernan, Ronald Evans y Harrison Schmitt, que se encontraban a 24 mil kilómetros de distancia de la Tierra, observaron a nuestro planeta girar en el espacio. Las imágenes que tomarían ahí tendrían un alto impacto en ese presente y en el futuro.

 

La fotografía capturada en ese momento nos permitió dimensionar lo vulnerable de la existencia humana y lo frágil que puede resultar nuestro planeta. Todo aquello que para nosotros es inmenso, en realidad tenía el tamaño de una canica. Así pasó a la historia la imagen, conocida como “La canica azul”.

 

Esa forma de ver el planeta se transformó en todo un símbolo: algo tan pequeño que parece tan grande no está exento de peligros. Desde ese entonces el tema entró en discusión.

 

La reciente conferencia sobre el cambio climático de la ONU celebrada del 31 de octubre al 12 de noviembre en Glasgow, Escocia, fue parte de esa visión.

 

 

De la primera conferencia al Acuerdo de París

 

La Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se realiza todos los años. Esta vez, la 26ª reunión convocó a mandatarios, presidentes y representantes de casi 200 países. Además, participan empresarios, representantes de compañías de combustibles fósiles y activistas.

 

Todo comenzó en 1992, cuando ONU organizó en Río de Janeiro la Cumbre de la Tierra, en la que se adoptó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En ese momento ya se hablaba de estabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero.

 

La primera conferencia se realizó en Berlín en 1995 y dos años después surgió el Protocolo de Kioto, un acuerdo que tuvo el objetivo de reducir y estabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero. Se considera el primer avance en este sentido, aunque entró en vigor recién en 2005, luego de la incorporación de Rusia.

 

Otro que se reconoce como uno de los avances más importantes fue el de la firma del Acuerdo de París, durante la COP21 (2015), en el que llama a “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C reconociendo que ello reduciría considerablemente el cambio climático” (artículo 2 del Tratado).

 

También se insta a las partes a “esforzarse por formular y comunicar estrategias a largo plazo para un desarrollo con bajas emisiones de gases de efecto invernadero, tomando en consideración sus responsabilidades comunes pero diferenciadas y sus circunstancias nacionales”. El acuerdo fue firmado por 190 países, incluida Argentina, y entró en vigencia en 2016.

 

En este contexto, y en las posteriores reuniones, se instalaron algunos conceptos que resultan claves y que vale la pena recordar. Entre las metas se encuentra la de las emisiones netas cero (que se consiguen eliminando de la atmósfera tantos gases de efecto invernadero como los que se emiten y plantando árboles o utilizando tecnología para capturar esos gases); la captura y el almacenamiento del carbono (el objetivo es capturar el carbono del aire), y también se establece la Red de distribución de contenidos (que son las contribuciones que cada país promete hacer para reducir sus emisiones).

 

Los avances de 2021

 

El texto que resultó de la COP26 tiene varios puntos.

 

Por un lado, la reducción del uso de carbón como fuente de energía. Sobre esto cabe aclarar que el primer borrador del acuerdo hablaba de eliminación, algo a lo que se opusieron algunos países como China e India, por lo que el documento (que tampoco tiene carácter vinculante) hace mención a una reducción.

 

Otros puntos del documento fueron el de frenar la deforestación para 2030, reducir en un 30% las emisiones de metano para ese mismo período, acabar con los subsidios a los combustibles fósiles y remarcar la importancia de aumentar el apoyo a los países en desarrollo, para que hagan la transición hacia el uso de energías renovables.

 

De esta conferencia, en la que además se realizan una serie de reuniones en paralelo, también surgió un compromiso conjunto entre China y los Estados Unidos por el que se comprometen a reducir las emisiones de gas metano y a acelerar su lucha contra el cambio climático. Esta manifestación entre ambas potencias (cuyas relaciones atravesaron recientemente momentos complicados producto de la guerra comercial) es considerada un hito importante, ya que entre ambos países concentran el 40% de las emisiones mundiales.

 

“En cuanto al transporte ecológico, más de 100 gobiernos nacionales, ciudades, Estados y grandes empresas firmaron la Declaración de Glasgow sobre coches y furgonetas con cero emisiones para poner fin a la venta de motores de combustión interna para 2035 en los principales mercados del mundo en 2040. Al menos 13 países se comprometieron también a poner fin a la venta de vehículos pesados impulsados por combustibles fósiles para 2040”, señala en su página Naciones Unidas.

 

 

Lo que no se acordó

 

Más allá de un cambio de términos en cuanto a la eliminación o reducción de emisiones, este tipo de conferencias siempre generan preguntas a largo plazo: ¿Serán suficientes estos compromisos? Y, lo que es más importante ¿los que se acordaron, suficientes o no, serán cumplidos?

 

Para hablar de esto en términos de voluntad política basta con un ejemplo: en 2016 Estados Unidos abandonó el Acuerdo de París por una decisión unilateral del entonces presidente Donald Trump, más reacio a formar parte de compromisos internacionales que pudieran limitar su libertad de acción (aunque, recordemos, estos acuerdos no son vinculantes). Si eso sucedió una vez, lo mismo podría volver a ocurrir en Estados Unidos o en cualquier otro país.

 

Por otro lado, están los países que por su desarrollo económico son mucho más dependientes del tipo de energías que producen el calentamiento global. Y la idea —que fue incluso deslizada por los líderes chinos— es que resulta injusto que si hasta ahora el desarrollo de los países más grandes resultó del uso (y abuso) de este tipo de energías, en la actualidad se les prohíba para el resto. Más allá de lo válido o no de este planteo en términos económicos (y no hablemos ya de los ambientales), es posible trazar una analogía entre lo que está ocurriendo ahora y lo que sucedió luego de la revolución industrial en Gran Bretaña, luego de la cual se instaló la idea a nivel teórico y a nivel mundial de que el proteccionismo no era una opción válida. Para entonces, Gran Bretaña había logrado un gran desarrollo gracias a políticas proteccionistas y a la sustitución de importaciones por productos fabricados localmente.

 

Dejando todas esas referencias históricas de lado y concentrándonos en el presente, los avances declarativos fueron importantes, pero débiles: conceptos generales, a los que ya se hizo mención en otras oportunidades y que habrá que ver si se cumplen.

 

El próximo encuentro será el año que viene en Egipto.

 

 

Hacia las energías verdes

 

Dado el contexto, en el que los países parecen estar de acuerdo en la necesidad de generar un desarrollo sostenible, entran en juego las llamadas “energías verdes”.

 

A futuro, quien disponga de tecnologías que permitan pasar a un sistema de producción y explotación sustentable, serán capaces de dominar el mercado de energías en el mundo.

 

Ya asistimos a diferentes etapas de las relaciones entre China y los Estados Unidos. De la más reciente guerra comercial a la declaración conjunta para la lucha contra el cambio climático podríamos pasar a una competencia por el control de este tipo de tecnologías.

 

A esta altura, China se posicionó como líder en la fabricación de vehículos eléctricos, turbinas eólicas, y es un hecho que dos tercios de los paneles solares que se utilizan en el mundo se fabrican allí. Además, ya hizo sus primeros avances en cuanto al mercado del hidrógeno verde.

 

Por eso, en las últimas reuniones, uno de los principales reclamos (que también se tuvo en cuenta en la conferencia en general) es el financiamiento hacia los países menos desarrollados para que puedan adquirir estas tecnologías.

 

Más allá de esta posible competencia (que a largo plazo podría tener consecuencias favorables para el medio ambiente), el mundo necesita respuestas urgentes: el 2021 deja cientos de muertes por inundaciones, olas de calor, huracanes e incendios forestales, según afirma el Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU (IPCC).

 

Después de todo, seguimos siendo seres muy pequeños dentro de una canica azul.

 

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