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Sonrisa de cemento para paredes sin revocar

A 28 años de la muerte de Pablo Escobar, el museo que administra su sobrino mayor, Nicolás Escobar, es la mayor atracción turística de Medellín. ¿Qué es lo que cautiva del narcotraficante más conocido del mundo?

Por Astrid Moreno García
| 02 de diciembre de 2021
El recuerdo de Escobar, en las paredes de la ciudad. Foto: Gentileza.

 

El 17 de mayo de 1993, Nicolás se dirigía a Fredonia, un municipio de Antioquia, en Colombia. Había parado a almorzar cuando un grupo de uniformados rodeó el lugar. Uno de ellos lo tomó del cuello y lo arrastró hasta la parte trasera de una camioneta. Con los pies y las manos atadas y una bolsa en la cabeza, el capturado y sus captores emprendieron viaje hacia Medellín.

 

Según el propio relato de la víctima, el secuestro fue realizado por la Policía de Colombia. Lo llevaron a la casa de Carlos Castaño, máximo líder de la fuerza paramilitar Los Pepes, y lo torturaron durante siete horas. Los dos hombres que trabajaban con Nicolás fueron violentados con una motosierra hasta la muerte.

 

Solo y magullado, a Nicolás lo soltaron en medio de las calles de Medellín. Entró a un bar y se encontró a una pareja de recién casados que le ofreció un trago de aguardiente. No es muy asiduo del alcohol, prefiere un trago de whisky o una copa de vino argentino, pero tomó la bebida para entrar en calor. Acto seguido, les pidió un teléfono e hizo dos llamadas.

 

“Marqué los dos números que tenía de Pablo. Nunca los voy a olvidar: 3280191 y 3280194”, recitó de memoria y sin parpadear en una charla con Cooltura. Su interlocutor hablaba con una tranquilidad digna de un buda, a pesar de que toda Colombia, la DEA y la Policía local lo buscaban.

 

Pablo le contó que había llamado al presidente de Colombia y que le había dado cuatro horas de plazo para soltarlo, si no comenzaría asesinando a los hijos de los comandantes y continuaría por los de los políticos más importantes del país. En media hora, Nicolás ya era un hombre libre y con un trago en sus manos.

 

Nicolás y Pablo, ambos de apellido Escobar, católicos hasta la médula y medellinenses de nacimiento, se encontraron en el Parque del Poblado. Pablo llegó en un Renault 4L; un modelo que tenía en varias versiones y colores. Incluso, en 1979 se había apuntado a la Copa Renault 4L con el dorsal 70.

 

Esa fue la última vez que Nicolás Escobar vio a Pablo Emilio Escobar Gaviria. Poco más de seis meses después recorrería el mundo la famosa foto del cuerpo sin vida del narcotraficante colombiano, desplomado sobre un tejado de su tierra natal, con ocho uniformados de grandes sonrisas y pechos inflados a su alrededor.

 

“Fue muy paradójico porque en ese momento podría haber muerto pero, finalmente, terminó siendo la última vez que yo lo vi a él con vida. Es un momento que me marcó mucho en lo que llevo de existencia”, finalizó la anécdota el sobrino.

 

El 24 de febrero de 1989 cumplió 12 años el hijo de Pablo. Por ese entonces aún se llamaba Juan Pablo Escobar Henao; por cuestiones de seguridad, tras la muerte de Pablo, lo cambió por el de Juan Sebastián Marroquín Santos. En la actualidad mantiene ese nombre, aunque todos saben quién fue su padre.

 

El festejo se realizó en la Hacienda Nápoles y entre los invitados estaba Édgar "El Chino" Jiménez Mendoza. En la mesa familiar, que aún tenía restos de pan, lechuga y grisines, sentado al lado de su madre Hermilda estaba Pablo Escobar. Con la mirada perdida en el pequeño lago que era su trago azul, los pensamientos del narcotraficante parecían fundirse y eran igual de espesos que el humo que desprendía la bebida, probablemente a causa del hielo seco. O quizás solo estaba un poco adormecido por la noche de festejo.

 

En ese preciso momento, Édgar, fotógrafo personal y amigo de los Escobar, apuntó su cámara a la escena y efectuó un disparo... fotográfico. La imagen fue cedida por él a Cooltura y se utilizó para graficar la tapa de esta edición.

 

“Se quedó sumido en profundas reflexiones, agobiado por la carga de los problemas de toda índole que enfrentaba. Su ensimismamiento tenía que ver, probablemente, con la serie de sucesos que, uno tras otro, estremecieron a Colombia por su espectacularidad y crueldad”, recordó el hombre, que asegura tener un centenar de imágenes inéditas que muestran al narco como “un padre, hijo y esposo amoroso”.

 

“La última vez que lo vi con vida fue en esa fiesta”, agregó Édgar. En los años siguientes tendrían dos encuentros fallidos: el primero, a finales de ese año para la celebración del cumpleaños del capo narco, que se canceló por su pedido de captura; y el último, un año antes de su muerte, en 1992. El fotógrafo iba a tomar fotos en la cárcel La Catedral por la Fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes, patrona de los reclusos. El festejo otra vez debió suspenderse luego de que encontraran a René Higuita, el colorido arquero de la selección de Colombia, entrando al centro presidiario. Para ambos eventos Jiménez Mendoza fue contratado por “La Tata” Victoria Eugenia Henao Vallejo, la esposa de Escobar.

 

Édgar y Pablo se conocieron a los 13 años, en 1963, en el liceo "Lucrecio Jaramillo Vélez"; cursaron juntos tres años de bachillerato. “Fue un estudiante del promedio que adquirió renombre por cuenta de su hermano Roberto, que era un destacado ciclista que corría las Vueltas a Colombia. Fue una persona muy amable y sencilla, con quien todos los compañeros nos entendíamos muy bien”, narró.

 

Cada uno siguió su camino por separado. Édgar se convirtió en un fotógrafo profesional que se especializaba en las imágenes pornográficas —fue uno de los pioneros del rubro en Colombia— y del mundo del ajedrez. En 1980, descubrió que se podía ramificar aún más cuando se reencontró con Pablo, quien lo contrató para ser su ilustrador. Para 1982 sería uno de los coordinadores de su campaña política para el Congreso de Colombia.

 

El resultado de todos esos años de relación se verá plasmado en un libro autobiográfico que el reportero lanzará a comienzos de 2022, con más de 100 imágenes inéditas del terrorista colombiano. Sobre “El Chino: La vida del fotógrafo de Pablo Escobar”, Jiménez profundizó: “Me cuenta a mí como fotógrafo de narcos, mafiosos, guerrilleros, sicarios, políticos y bandidos. Pablo ocupará gran parte del contenido gráfico y textual del libro porque él fue parte muy importante en mi vida”.

 

 

Las dos Colombia

 

Políticos, artistas y ciudadanos colombianos trabajan arduamente para borrar la huella que Escobar dejó en los murales, las plazas y las casas de ladrillos desnudos y paredes sin revocar. Las mismas que pintó en cada autobomba, avión derribado y edificio derruido hasta sus cimientos por él y sus sicarios y que llevan a asociar a su tierra con las drogas, el terrorismo de Estado y los carteles. El narcotraficante construyó 250 viviendas para la gente sin hogar; pero con el mismo ímpetu derrumbó cerca de 5 mil vidas y dejó miles de heridos en los cerca de 600 ataques terroristas que ordenó.

 

Para Nicolás y Édgar hay dos miradas, en la actualidad, de lo que representa la imagen de Pablo en Colombia. Por un lado, los pobres a quienes ayudó, “que lo veían como un filántropo lleno de amor y generosidad con los desposeídos” y que “viven agradecidos con él”. Del otro lado está "la gente de dinero y millonaria que prefiere no hablar de él pero estuvieron involucrados de alguna u otra forma con su persona o con el narcotráfico”, son “sus miles de víctimas y la clase política y empresarial del país (muchos de los cuales se beneficiaron de su fortuna), que lo ven como el más tenebroso bandido”, describieron.

 

En el país, y particularmente en Medellín, conviven dos correlatos de quién fue Pablo y qué hizo por su patria. En el exbarrio “Medellín sin tugurios”, rebautizado por sus habitantes como “Pablo Escobar”, las canchas tienen pintado el rostro del narco, se ofrecen tours por el asentamiento para los turistas y hasta hay una barbería y regalería llamada “El Patrón”, que vende tazas y remeras con su cara y sus frases célebres.

 

La historia del barrio comenzó en 1989, con un incendio en el exbasurero de la ciudad, donde había un asentamiento de casas construidas con cartón, plástico y madera. Pablo construyó en una colina cercana 250 viviendas, sin autorización del gobierno, y se las regaló a los exhabitantes del basural. De allí saldrían la mayoría de sus sicarios y seguidores, algunos de ellos en su primera adolescencia.


 

“Él se acercó para ver qué necesitaban y cómo los podía ayudar. No era un político, era un narcotraficante, y la gente pensó que no iba a cumplir su promesa de construirles las viviendas; hoy en ese barrio hay 6.250 casas”, detalló Nicolás, quien agregó que, tras la muerte de Pablo, decidieron nombrarlo en su honor. “Llegaron políticos a decir que el barrio debe cambiar el nombre y la gente dice ‘primero nos matan antes que nos obliguen a cambiarlo’”, resaltó.

 

En paralelo, y en la misma ciudad, donde antes estaba el edificio Mónaco, residencia de Pablo, el gobierno colombiano construyó un parque memorial en homenaje a las víctimas del Cartel de Medellín, en su mayoría fallecidas por autobombas.

 

El 13 de enero de 1988 el Cartel de Cali detonó un Toyota gris con 80 kilos de dinamita frente al Mónaco con el objetivo de asesinar a Pablo y su familia. En ese preciso lugar comenzó la era del terrorismo narco en las calles de Medellín. “Pablo capturó al hombre que armó el carrobomba y no lo asesinó, sino que le pagó para que le explicara a toda la gente que trabajaba con él cómo armar esos carros. No fue mi tío quien empezó con el terrorismo, pero era muy buen aprendiz. ‘Si me tiras te tiro’”, justificó Nicolás, quien comparó a su tío con un ratón encerrado y perseguido.

 

Si Pablo era un roedor, jugaba con mayor ventaja que sus grandes dientes para defenderse; contaba con un presupuesto multimillonario y un ejército de fieles seguidores armados hasta los dientes.

 

Al año siguiente de la detonación del primera autobomba, en 1989 —fecha en la que Édgar tomó la fotografía del narco “pensando”— Pablo comandó diversos atentados terroristas, como el dinamitado del edificio del DAS (el Departamento Administrativo de Seguridad), en el que hubo más de 70 muertos y 600 heridos, y la explosión de un camión con 6 kilos de dinamita que explotó en la puerta del periódico "El Espectador". Además, mandó a derribar el vuelo 203 de Avianca, el avión que transportaba a 107 pasajeros.

 

“Estos horripilantes hechos marcaron el inicio del narcoterrorismo en Colombia y confirmaron plenamente lo que Pablo alguna vez expresó: ‘En este país, donde solo los pobres morían asesinados, quizá lo único que se ha democratizado es la muerte’”, describió Édgar. Murieron magistrados, ministros, jueces, senadores, procuradores, gobernadores, políticos, periodistas, coroneles, oficiales, policías, candidatos presidenciales, capos del narcotráfico, bandidos, sicarios y miles de desprevenidos e inermes ciudadanos del común.

 

La mayoría de ellos perecieron como consecuencia de los ataques de Pablo. “Era vengativo con las elites políticas y la oligarquía excluyente de la que se sintió traicionado. Mutó de 'buen bandido', una especie de Robin Hood, a temido terrorista”, definió Édgar.

 

 

¿Asesinato o suicidio?

 

La primera regla cuando una persona llegaba a una de las residencias o “caletas” —denominación colombiana para guarida— en las que se escondía el narcotraficante y su familia era recibir un arma con sus balas contadas. “El último tiro iba directamente al propio oído, esa era la enseñanza”, detalló Nicolás. Inmediatamente aclaró: “No andábamos armados en la calle, sino en los sitios donde nos escondíamos”.

 

Ese recuerdo evocó en su mente cuando se enteró de la muerte de su tío, el 2 de diciembre de 1993. Para el sobrino mayor, que en ese entonces vivía en España, lo más importante era saber si lo habían matado o se había suicidado. Por lo demás, Pablo había cumplido su deseo inmortalizado en la tan popular y verídica frase: “Prefiero una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos”.

 

Nicolás volvió a su país en 1994, casi convencido de que Pablo se había suicidado con un tiro en el oído, como indicaba la regla que había establecido para los integrantes del cartel que lideraba. “Regresé no porque quisiera, sabía que si no lo hacía me convertiría en objetivo militar hasta mi muerte. Tuve que arreglar todo el proceso de paz e ir a sentarme con la gente del Cartel de Cali y con Carlos Castaño”, recordó.

 

Aprovechó esos encuentros para recaudar información sobre qué había sucedido el día que murió Pablo; hasta que, finalmente, logró hacer una necropsia. El 26 de octubre de 2006 falleció su abuela Hermilda y Nicolás utilizó la oportunidad para exhumar el cuerpo de su tío y su abuelo, a quienes no había podido despedir en sus funerales.

 

“Contraté gente especializada para hacer la necropsia. Encontramos que la marca de bala no estaba pegada en los alrededores del cráneo sino que había quedado internamente, por donde ingresó el proyectil. Esto quiere decir que Pablo colocó la pistola con muchísima presión en el oído, por eso el tatuaje ingresó a la parte de adentro del cráneo y ahí fue donde quedó pegada la pólvora”, explicó, e invitó a ver los documentos en su canal de YouTube.

 

Édgar, si bien apoya la teoría de Nicolás, que también sostiene Roberto Escobar, no se atreve a aseverarlo con tanta firmeza. Entre las varias versiones están la del integrante de Los Pepes Diego Murillo Bejarano, quien aseguró que fue su hermano Rodolfo, alias "Semilla", el que efectuó el disparo mortal; Steve Murphy, agente de la DEA, contó en su libro “Caza al hombre: cómo atrapamos a Pablo Escobar”; que se realizaron varios disparos pero que él no vio pólvora en la sien del fallecido, por lo que descartó el suicidio. Por último, el coronel Hugo Aguilar Naranjo asegura que él lo mató de un tiro en el homóplato izquierdo con un fusil Sig Sauer.

 

“Yo creo en el suicidio porque escuché a Pablo decir que él no se dejaría capturar vivo", sentenció Édgar. y se contradijo: "Quién lo mató es algo que nunca se sabrá con certeza”.

 

El fotógrafo personal del narco remarcó que su recuerdo de los Escobar es positivo y que siempre fueron amables con él; sin embargo, no puede negar el lado oscuro de Pablo. "En él confluían dos personas muy distintas: una solidaria con los pobres;  y otra siniestra y sin escrúpulos para eliminar a sus oponentes sin compasión y cueste lo que cueste. Esta última se convirtió en su perdición", finalizó.

 

 

La familia va primero

 

Decidido a contar lo que él llama “el lado familiar de la historia”, Nicolás creó el canal de YouTube “Soy Escobar, la historia continúa”, que tiene más de 70 mil suscriptores. A eso le sumó el tour y museo “Pablo Escobar”, ubicado en el barrio El Poblado, de Medellín.

 

En un principio mostraba los vehículos, la wetbike de James Bond, el auto que usaba para competencias de velocidad y la histórica avioneta que utilizaba para ingresar cocaína a Estados Unidos, entre otras pertenencias de su tío, a sus amigos y los amigos de ellos.

 

 

Entre reuniones informales y curiosidad por la vida del capo narco nació la idea de crear un museo alternativo al que se encuentra en La Hacienda, a cargo del gobierno local.

 

El centro está calificado por los viajantes de TripAdvisor como el destino turístico Nº 1, de entre 178, para visitar en Medellín. Fue tal el éxito que Nicolás abrió un segundo museo en El Peñol.

 

“Llega gente de todas partes del mundo y quiere conocer la historia de Pablo Escobar, pueden pasar por una caleta real y sumergirse en ese mundo y en esa época”, detalló. Además, ofrece visitas guiadas por él para los niños de Medellín y sus alrededores. A los encuentros los finaliza en una celda ficticia creada para darle un cierre, un poco teatral, pero con un mensaje que para él es necesario transmitir.

 

“Frente a esa celda les pregunto a los niños: ‘¿Qué pensarían de estar en una de estas por el resto de su vida si se van por el camino malo?’. Los pongo a que vivan un poco esa historia, y terminamos con dos frases: ‘El dinero fácil no dura’ y ‘lo ilícito te lleva a dos caminos: la cárcel o el cementerio’”, relató.

 

Además de usar su vida como un ejemplo aleccionador, Nicolás busca desmentir aquello que se mostró como reflejo de la existencia de su tío en series como “Narcos”, de Netflix, o la telenovela de 74 capítulos “Pablo Escobar: El Patrón del Mal”. Ambas cobraron relevancia en los últimos años gracias a la plataforma de streaming, y el interés por la vida del narcotraficante volvió a aparecer.

 

El sobrino opinó: “Eso que muestran no es verdad. No es fácil obtener todo ese dinero y esas mujeres hermosas que se ven en esas producciones, porque para llegar pierdes a tu familia, a tus amigos y no vuelves a confiar en absolutamente nadie. La vida se vuelve un caos, detrás hay mucho dolor, a pesar de que uno se muerda la lengua para que no se le salgan las lágrimas; se sigue sintiendo adentro del corazón y del alma”.

 

En medio de la guerra entre narcotraficantes y el gobierno colombiano quedó aplastado el deseo de, en ese entonces adolescente, Nicolás, que egresó solo en un colegio de Suiza, con más del 90 por ciento de sus amigos y gran parte de su familia asesinada.

 

A pesar de los crímenes cometidos por su tío, Nicolás está orgulloso de ser un Escobar. No reniega de ningún integrante de su familia, a excepción de su padre Roberto Escobar Gaviria, a quien la televisión lo designó como “Peluche”, pero al que en realidad le decían “Osito”. De él prefiere no hablar.

 

“Me apasiona la historia que me tocó vivir, por eso la hablo y la cuento con todo el cariño, mientras sea con respeto, porque hay mucha gente que busca irrespetarla”, complementó el hombre, que fue rechazado en más de 17 países del mundo por tener relación con el fallecido narcotraficante.

 

Sobre Colombia, manifestó: “Es un privilegio poder estar al lado de mis hijos y mis nietos. Cada amanecer que Dios me entregue la oportunidad de estar en esta tierra me dedicaré a intentar enseñarle y llevar a la gente por el mejor camino”.

 

Actualmente está vinculado con la Comisión Internacional de Derechos Humanos y trabaja junto con ellos en la asistencia humanitaria en establecimientos de ancianos, con gente sin hogar e, incluso, en centros de rehabilitación por drogadicción. Además, intenta mantener viva la tradición de su tío de entregar regalos a los niños y adolescentes de barrios emergentes para Navidad. Sostiene que recolecta las donaciones de juguetes “en honor a Pablo”.

 

“Cuando tenía tal vez unos 12 años lo vi muy emocionado haciendo entrega de los regalos. Él podía tener cien mil millones de dólares o nada en el bolsillo y siempre lo veías exactamente igual, jamás reía a carcajadas y nunca lo vi llorar tampoco”, recordó. Pero el mundo sí lo vio reír, al menos una vez.

 

El 9 de junio 1976, Pablo fue arrestado por poseer 19 kilos de cocaína. Luego llegaría a producir y distribuir el 80 por ciento del polvo blanco consumido en el mundo. En ese momento le tomaron la primera imagen recabada por la Policía del Narcotraficante: en ella sostiene una placa que rezaba “Cárcel Dtto Judicial Medellín” y el número de presidiario 128482. Pero lo que más llama la atención es la risa burlona y provocativa, acompañada de una mirada firme. Al poco tiempo Pablo fue sobreseído, pero la imagen recorrió el mundo como la primera tomada del narcotraficante.

 

A 28 años de su muerte, la única sonrisa que conoce el mundo de Pablo Escobar Gaviria es casi tan escalofriante como sus crímenes.

 

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