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Afirman que el amor es la clave para criar caballos

Los tres crían a los animales bajo la modalidad de la doma clásica, basada en la conexión espiritual. La joven ganó en Mendoza la prueba Corral de Aparte, como su padre en 2014.

Por María José Rodríguez
| 07 de febrero de 2021

La rapidez y virtualidad del mundo actual no existe, o al menos queda puertas afuera, en la finca Inti Wayqu en Villa de la Quebrada. Dentro del predio vive Agostina D'Inocenzo de 18 años, junto a su padre Jorge de 49, y su hermano Luciano, de 12. Los tres crían caballos bajo la modalidad de la doma clásica, que combinan con el amor por los animales y la conexión espiritual. Ellos aseguran que fue la clave para que la joven se convirtiera en la ganadora absoluta de la prueba Corral de Aparte, en Mendoza en diciembre del año pasado. El mismo puesto que recibió su padre en 2014, por la misma prueba, pero en Córdoba. Río Conlara Tehuelche, fue el padrillo compañero de competencia de los dos.

 

Agostina tenía dos opciones: prepararse para competir en la fecha oficial de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos, o su viaje de egresados. Y eligió entrenar. “Después de un año de pandemia lo primero que hicimos cuando se pudo salir, fue viajar a Mendoza. Trabajamos mucho para hacer un buen papel allá”, cuenta Jorge mientras ceba un mate, y agrega orgulloso: “Además ella buscaba liberar algunos miedos internos, hizo un gran papel”.

 

La cabaña se llama Inti Wayqu por el Cristo de la Quebrada y fue fundada por los tres, hace 14 años. “Criador, jinete y adiestrador, se los presento: Jorge, mi padre”, dice Agostina al iniciar el relato de su experiencia en la provincia vecina y sigue: “El encargado de los potrillos y la etapa de amanse es mi hermano. Con mi papá fuimos a cursos para aprender sobre el desplazamiento de los caballos y para poder hacer de la mejor manera los ejercicios”.

 

La amazona cuenta que para lograr buenos resultados en la crianza de los animales utilizan el “método de la doma clásica española, aplicada al caballo criollo argentino, que es la raza predominante en el país. Este trabajo se realiza en El Rejoneo en España, nosotros además tomamos ejercicios y conceptos de la doma chilena. Por ejemplo al ensillar, la montura, las cabezadas y las espuelas no son como las que se usan en general, porque uno va más ajustado a la montura, o ‘encachado’ como decimos nosotros”.

 

 

Me sentí orgullosa, espero que las mujeres se animen a realizar la prueba, no hay que tener miedo”. Agostina D'Inocenzo, criadora de caballos.

 

 

“Por la pandemia estuvimos muy parados y aislados. Aprovechamos para andar a caballo, practicamos desde el inicio de la cuarentena, con la esperanza de que en algún momento se liberara y pudiéramos ir a competir”, dice con naturalidad y reconoce que tuvo mucho miedo: “Primero porque a la prueba Corral de Aparte la realizan los hombres, no hay mujeres que la hagan. Y segundo tendría que superar el fracaso si perdía, porque soy muy autoexigente”.

 

Agostina cuenta que al llegar al predio de la competencia en la provincia vecina, al entrar al corral y realizar todo lo que había aprendido, se dio cuenta de que en realidad ese miedo no era tan grande como ella pensaba y se dispuso a disfrutar el momento, “pensaba que tanto esfuerzo y trabajo tuvo su fruto, ya estaba ahí y por ese solo hecho, ya me sentía ganadora. Fue hermoso. Todo se lo debo a los caballos y a Río Conlara Tehuelche que es el padrillo de la manada de nuestra cabaña”, explica emocionada.

 

“La competencia consiste en dos partes: la de Aparte y mantenimiento en la que en un corral ovalado meten a dos vacas y uno con el caballo, haciendo colapies, es decir, haciendo vueltas con las patas del animal, tiene que separar a las dos vacas. El jurado elige una y eso tiene un puntaje del 0 al 10”, especifica haciendo ademanes con las manos, y continúa: “La otra parte es la de la Apretada en la que se mete una vaca al corral, la mano derecha va adelante y con la de atrás, que es la izquierda, se la aprieta contra la quinche. El puntaje de cero a cuatro”.

 

 

 

Eran ocho participantes. Todos hombres. “Solo yo era mujer. La mayoría tenían más de 20 años, yo 18. Y conseguí el primer premio. No lo podía creer”, afirma y sonríe. “Me sentí muy orgullosa, espero que las mujeres de San Luis y de todas las provincias se sientan representadas e ingresen a este tipo de pruebas, no tienen que tener miedo. Por más que la hagan los hombres, hay que animarse”, afirma.

 

“Desde que era muy chica acompañarba a mi papá a las competencias. Iba como espectadora, pero esta vez me tocaba participar. Cuando llegamos a Mendoza nadie lo podía creer y menos que yo estuviera en esa prueba. Mis compañeros me desearon suerte, pero no ponían una expectativa en mí, porque tengo 18 años, soy mujer, mi contextura es delgada y tenía que manejar un padrillo. De todas maneras mi objetivo nunca fue ganar, yo solamente quería hacer un buen papel, y lo logré”, expresa y continúa: “El ambiente era tenso. Cada uno estaba en la suya. Cuando gané, ni yo lo podía creer. Porque van diciendo los resultados y los puntajes del último al primero. No me nombraban. Lo miraba a mi papá y cuando dijeron mi nombre al último fue muy emocionante, además me entregó el premio él. Después de eso no hubo ni siquiera una mirada con los demás, ni un comentario. Pero bueno uno tiene que seguir igual. Está en cada uno, yo sí felicité a los otros y así va a ser siempre. El ambiente es así de raro”.

 

Para los jinetes el método de crianza está basado en una mesa que tiene cuatro patas: la primera es la genética, la segunda es la alimentación, la tercera es el adiestramiento y la cuarta es el medio: “Tienen que sentir que están en libertad. No encerrados y hacinados”, afirma Jorge.

 

Estoy orgulloso de que ella sea una digna representante femenina y tener esta humildad para tomárselo así tan tranquila y sencilla. De aquí en más se abre un camino para que se siga desarrollando en la alta competencia o en lo que ella decida”, dice Jorge con admiración y ella le responde con firmeza: “Sí voy a seguir, de los caballos no me voy a separar nunca. Sentí que ya había ganado cuando entrenábamos, es la verdad. Poder conectarme con el caballo y que haga un ejercicio y te responda es porque la conexión es espiritual, es algo que nos ayudó mucho para hacer un buen papel en Mendoza”, explicó la joven.

 

 

Una simbiosis natural

 

Cada uno ocupa un rol muy especial en la crianza de los caballos. Pero Luciano está comprometido con su tarea: el amanse de los animales durante los primeros meses de vida.

 

“Parece imposible que un potrillo considere a un humano como parte de su manada, a mí me emociona”, expresa y continúa totalmente concentrado en la explicación: “En el momento en el que nacen hacen un proceso de imprinting, que significa que imprimen conocimientos y emociones en su cabeza, esto les ayudará a saber lo que vamos a hacer cuando sean mayores. La tranquilidad lo domina. Lo primero que hago cuando llegan al mundo es soplarles el hociquito para que piense que soy un caballo más”.

 

“Con tres meses de vida, lo que buscamos es que permanezca con su madre, mientras le damos un pequeño entrenamiento. La mayor parte del tiempo come y duerme, a veces juega y salta. Cuando lo largamos sale corriendo y vuelve. Olisquea y lo dejamos libre. Esa simbiosis se logra con mucho trabajo”, expresa.

 

El potrillo se llama Aukan, que en lengua mapuche significa Guerrero. “Cuando un caballo grande se acerca a uno y lo abraza con el cogote es una sensación bellísima de tranquilidad.  Estas son las primeras fases, que esté tan tranquilo, conmigo a su lado, haciéndole cariño es un buen logro. El cincuenta por ciento del trabajo está hecho”, asegura.

 

Agostina, que además es profesora de folclore y estudia canto, escucha a su hermano y agrega que  cuando un caballo se acuesta es totalmente vulnerable, está en confianza con quien tiene a 7 metros. “Sabe que su predador natural es el puma. Todo lo que él deje que esté a menos de 7 metros pertenece a su círculo de confianza”, asegura Jorge y agrega: “Si logramos esta mansedumbre desde el día que nace, nos evitamos golpearlos en el palenque, o para amansarlos, no hacemos nada que ejerza violencia contra el animal. Lo estamos convenciendo de que nos deje entrar en su manada. Que conozca nuestro olor”.

 

“Nuestro lema es: Les pedimos poco, nos conformamos con menos y le agradecemos mucho”, afirma la joven  y Jorge pregunta: “¿Cómo logro que un caballo haga lo que quiero? Primero con la voz; segundo, con el peso del cuerpo cuando estoy arriba; tercero con las piernas; y la cuarta ayuda es la rienda. Para todos la cuarta es la primera. Con cuatro o cinco sonidos, nos comunicamos, no más de eso. No hablan nuestro idioma, pero sí pueden memorizar sonidos”, explicó el jinete.

 

 

En Inti Wayqu

 

Dentro del predio en el que viven los D'Inocenzo no hay lugar para el estrés. “Mi actividad profesional es otra pero tratamos de mantener nuestras costumbres camperas, soy gerente en una planta industrial, Agostina va a estudiar psicología en la universidad y Luciano va a la escuela, cuando nos sentimos mal los caballos lo sienten y enseguida te cambian el estado de ánimo”, asegura Jorge, que además junto a los chicos cuida de una finca que tiene un viñedo de la variedad tempranillo, “que extrajimos del campo de mi abuelo cuando falleció y son del año 1946, cuando se vino por la Segunda Guerra Mundial, tiene toda una historia, una tradición como todo lo que hay acá. Nada es casualidad”, dice y añade que cuando lo embotella la etiqueta lleva el nombre “Don Pirincho”, el sobrenombre de su padre, que no comercializa sino que lo comparte con la familia y los amigos.

 

Además tienen 370 frutales de durazno, damasco, almendros y guindas. “Los cuidados los hacemos nosotros, eventualmente contratamos a alguien que nos ayude, pero cuidamos mucho nuestra intimidad. Nosotros decidimos vivir así”, concluyó.

 

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