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Alejandra Ciappa: la rescatista de las promesas

La médica argentina fue socorrista en el atentado a las Torres Gemelas. vio los edificios en su máximo esplendor, en ruinas y reconstruidos. Veinte años después, toma todo lo que le sucedió como aprendizaje e impulso para inspirar a otros.

Por Astrid Moreno García
| 11 de septiembre de 2021

En la entrevista por Zoom para Cooltura, Alejandra Ciappa acercó a la cámara de su computadora una foto. Fue tomada por una máquina Kodak descartable y, en la parte trasera, tiene la fecha de revelado 09/13/01 y el tamaño (4x6). Sin embargo, la imagen es de un día antes.

 

En ella se encuentra una joven Alejandra con un barbijo celeste, algo normal en estos tiempos pero que para aquel entonces solo podía significar una cosa: tragedia. El fondo es aún peor y su contexto es tan brumoso y oscuro como la neblina de escombros que la rodean. La captura se hizo de contrabando y en el peor escenario: un día después del atentado a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre del 2001, hace veinte años.

 

"Tengo una foto en donde lo único que había quedado de las Torres era una parte, una parecita y unas vigas de hierro, solo eso. También se ve a los bomberos y a la policía. Soy yo detrás de un barbijo, pero no soy yo: el símbolo es un médico con un barbijo en cualquier territorio catastrófico", relató la mujer que en ese entonces tenía 30 años, mientras enfocaba la imagen en un paralelismo con su rostro a los 50.

 

 

 

En 1999 Alejandra fue a Nueva York con su hermana para hacer un curso de inglés intensivo de dos meses. Es una época que recuerda como de las más hermosas de su vida.

 

"Estudiábamos en una universidad que estaba a cinco cuadras de las Torres Gemelas así que para mí era muy habitual ir a comer ahí. Merendábamos en una fuente donde estaba esa bola de cobre, que después la encontraron y la rescataron. Se encontraba en el centro de los dos edificios. Me acuerdo que nos acostábamos en el piso para llegar a ver las Torres enteras porque si mirabas para arriba y estirabas el cuello no te permitía apreciarlas completas", recordó.

 

Durante esos meses la médica recién recibida buscaba becas en las universidades estadounidenses. Al mes consiguió un pos doctorado en genética de Alzheimer. En los 2000 volvió y trabajó para la Universidad de Columbia.

 

"Estudiaba un gen master del Alzheimer y patologías como síndrome de Down y Parkinson. Pasé mis días en laboratorios aprendiendo genética y todo lo que tenía que ver con el ADN. Después salía y tenía a la ciudad de Nueva York, que es otro mundo, en donde te mezclas con otras culturas y religiones. Era un aprendizaje de 24 horas", relató Alejandra.

 

elató Alejandra. Sobre el día del atentado, agregó que empezó como un día como cualquier otro, que en un determinado momento quedó en la historia del mundo. "También en la mía".

 

Acorde a su rutina, esa mañana se despertó en su departamento, ubicado en la calle 77. A las 8:46 el vuelo 11 de American impactó contra la Torre Norte del World Trade Center; 17 minutos después el vuelo 175 de United embistió la Torre Sur. Como millones de personas, Alejandra vio el segundo choque en la televisión.

 

"Estaba yendo con un café al subte hasta mi lugar de trabajo cuando un portero me dijo: 'Chocó un avión contra las Torres Gemelas' y yo le respondí: '¿Qué?'. De golpe nada fue lo que era", contó. A pesar de todo, aquel día Alejandra continuó con su ruta habitual y se subió al Expreso A para hacer las casi 100 cuadras que la separaban del laboratorio.

 

"Cuando me senté en el subte caí en la cuenta de que era un atentado, miré a una mujer que estaba al lado mío y le dije: '¿Sabías que chocaron dos aviones en las Torres Gemelas?'. Ella estaba leyendo, me miró y me contestó: 'You are crazy' (estás loca) y se corrió como un metro. Entonces pensé que así era el impacto que genera una noticia de esta magnitud. Porque tenés que estar loco para decir semejante cosa, pero yo la vi. Ahí me hice la señal de la cruz y le pedí a Dios que quería llegar al otro lado del subte porque esa línea venía del World Trade Center. Mi tren debe ser uno de los últimos que pasó", recordó.

 

La doctora subió a la realidad y la escena era exactamente igual a lo que se retrata en las películas catastróficas. Caos en las calles, autos apiñados, bocinazos y, ante todo, temor. Una vez en el laboratorio lo primero que hizo fue intentar llamar a algunos de sus amigos que podrían haber estado en los edificios al momento del atentado.

 

"Mi amiga Lorraine tenía a su pareja de ese momento que trabaja en Wall Street y mi mejor amigo Sami, que era venezolano, trabajaba ahí también, pero los celulares no andaban; todo estuvo incomunicado por horas. Ahí empezó la desesperación de no saber bien qué hacer, ¿me quedo acá, es seguro o me voy? Y si me voy, ¿a dónde?".

 

El primer contacto que tuvo con Argentina fue después de las 10 a través de una llamada telefónica de su madre, quien había estado intentando comunicarse por dos horas con ella. "Me empezó a gritar que me vaya a casa y que no existían más Torres Gemelas en Nueva York y ahí yo pensé que mi mamá estaba loca y le dije: '¿cómo no va a haber más Torres Gemelas?'. Las había visto humeando pero todavía no lo podía creer".

 

 

 

Alejandra se fue con una amiga a tomar un café a un bar frente a su trabajo que tenía televisor; allí vio desplomarse la Torre Norte a las 10:30. Y esa imagen fue la que hizo un click en su cabeza: las Torres Gemelas no existían más. Fue entonces que decidió sumarse como rescatista y unirse a la American Red Cross (Cruz Roja Americana). Contra todo sentido común se tomó un subte nuevamente hasta el Central Park, donde estaba el edificio de la organización.

 

"Me acuerdo que salí, vi a toda la gente caminando y no había aviones en el cielo. Esto es un dato histórico porque los aviones en Nueva York, hasta ese momento, eran como pajaritos. Eso me llamó muchísimo la atención", contextualizó.

 

 

Estuvo sentada por más de seis horas esperando recibir alguna instrucción, que finalmente llegó, pero al día siguiente. El 12 de septiembre Alejandra se dirigió a lo que alguna vez había sido el símbolo del mundo occidental y capitalista.

 

“Fuimos en un colectivo directo a la zona cero y ahí era otro mundo. En ese momento la vida era como una película, te bajan un telón, lo abren y es otra realidad. Uno es médico y tiene cierto entrenamiento para determinadas situaciones, pero yo la verdad, y nadie, estaba preparado para eso. No era algo natural, sino una catástrofe provocada por la misma humanidad y en el centro de una de las ciudades más importantes del mundo”, relató.

 

 

"Una es médica y tiene cierto entrenamiento para determinadas situaciones, pero yo, y nadie, estaba preparado para eso"

 

 

Quienes habitaban las Torres pertenecían a más de 40 países diferentes, había múltiples etnias y religiones. Incluso cinco familias argentinas perdieron a alguno de sus integrantes. Por esa diversidad, para la especialista en Genética el atentado no fue dirigido a Estados Unidos, sino a toda la humanidad.

 

Para la rescatista entrar en la zona cero era como “pasar de una calle donde todo Nueva York brilla y es natural a un lugar donde de golpe empezaba a haber humo y un banco de niebla denso con astillas de hierro y olor a combustible quemado". Le fue difícil respirar y los ruidos de las sirenas de bomberos y ambulancias quedaron incorporados en ella para siempre. "Después todo era caos, fue mirar y no conocer el lugar donde había habitado”.

 

Los escombros eran como un edificio de diez pisos. Desde donde se parara, Alejandra se veía chiquita a comparación de los restos.

 

“Tengo miles de imágenes de lo vivido. Vi bomberos y policías sentados en el piso llorando como niños. Todos los que estábamos ahí nos abrazábamos, nos poníamos a llorar y seguíamos con nuestra labor. No entendíamos, no era pensado, sino que era todo espontáneo. Era mirarte y sentir el miedo de otros, el propio y el horror y, a la vez, hacer todo con una frialdad como para poder ser ejecutivo y actuar. Por momentos estaban todos como un robotito y de golpe era esta explosión de emocionalidad de no entender la magnitud”, describió.

 

 

 

En ese momento todo era dolor y tristeza: no había vidas que salvar y la ayuda que podía brindar la médica se reducía a tres acciones: asistir a los bomberos y policías, que muchas veces se acercaban a ella con astillas de hierro en los ojos; evacuar a quienes vivían en los edificios lindantes al World Trade Center y, una actividad menos empírica pero más vital, contener emocionalmente a aquellos vecinos que habían visto no solo a los aviones chocar contra las Torres y su posterior derrumbe, sino a sus habitantes desesperados saltando de ellas.

 

“La primera etapa es de horror, de angustia y de sentirte inútil, inclusive entendiendo que no había más nada que pudieras hacer diferente. Eso era lo mejor que teníamos en ese momento y estuvo bien, hicimos lo que pudimos. Pero poder decir todo esto me tomó un tiempo hasta que lo entendí y otros me hicieron verlo”, explicó.

 

Y agregó: “Para mí era como que no habíamos salvado una vida, porque no hubo sobrevivientes. ¿Quién era yo? Una médica e iba a salvar una vida. Luego comprendí que prevenimos muertes y así terminamos salvando vidas”.

 

 

"Tengo miles de imágenes de lo vivido. Vi a bomberos y policías sentados en el piso llorando como si fueran niños"

 

 

En el primer aniversario del 9/11 la socorrista volvió al World Trade Center. Lloró y recordó junto a los familiares de las víctimas a aquellos que nunca pudieron salir de las Torres. “Ahí me di cuenta de que no había hecho ningún duelo. Estaban haciendo tumbas con piedras, poniendo una foto, flores y rezando cada uno en su religión y yo estaba ahí parada observando todo. Me agarró una angustia por todas esas almas que ya no estaban. De muchos solo tenían ADN o la certeza de que habían estado ahí. Entonces uno empieza a ser parte de toda esa historia, te abrazas con los familiares y cuando te preguntaban qué te pasó y decías que estuviste de rescatista te daban las gracias. Después se aprende a vivir y disfrutar de esa gratitud”.

 

 

 

Promesas, fotos y una libreta

 

Alejandra fue a las Torres, o lo que quedaba de ellas, con dos objetos: una botella de agua y una cámara desechable, quizá la propiedad más valiosa que se podía encontrar en medio del caos.

 

Estaba prohibido tomar imágenes dentro de la zona cero, por lo que cuando otro rescatista vio el elemento fotográfico no dudo en decirle en pedirle una foto. “Esto es histórico”, le dijo. La mujer le hizo caso e intercambiaron posiciones.

 

Así nació la foto más emblemática de Alejandra en los últimos 20 años: ella parada con un barbijo y su botella de agua; de fondo, policías y bomberos; y más atrás, el único y pequeño fragmento que quedó de los edificios. El resto, un caos.

 

 

 

“El señor que me sacó la foto me hizo prometerle que le iba a enviar su foto. Ahí cuando estás con la gente crees que te vas a ver siempre con ellos. Yo tenía una libretita en la que había anotado su nombre pero lo había escrito mal, él tomó la lapicera y lo puso correctamente. Pero después escribí otros montones de mails y cosas y esa agenda, por supuesto, fue pasando. Con el correr de los años la encontré casi deshecha”, relató.

 

Todavía estaba escrito el nombre con la letra del desconocido. "Tenía reticencia a buscarlo porque me pasó de haberle prometido a alguien que evacuamos de los edificios aledaños volver a verlo, fui a los seis meses y había fallecido. Entonces me causaba miedo, pero finalmente lo busqué a través de internet. Lo encontré y le escribí, pero todavía no me responde. Lo que realmente quiero es cumplir esa promesa”.

 

 

"Los familiares hacían tumbas con piedras, rezaban cada uno en su religión y yo estaba ahí parada observando todo"

 

 

En 2007, cuando su hija Catalina cumplió un año, Alejandra le prometió llevarla al edificio Freedom (libertad), que se construyó luego de las Torres en el World Trade Center, y al museo en el que figura su nombre entre los socorristas del atentado y al que tiene la entrada gratis de por vida.

 

Ese mismo año viajaron a Nueva York para ver la nueva torre y retornaron en el 2016, cuando Catalina tenía 10 años. “Tuve una experiencia emocionante llevando a mi hija al museo, que cuenta la historia que escuchó de su propia madre. Estuve en las Torres Gemelas arriba, parada sobre sus escombros y quería estar en la torre Freedom con esta nueva visión del panorama y de todo lo que evolucionó. No importa qué destruido estés, podés reconstruirte”, reflexionó.

 

 

Un barbijo, dos significados

 

En todas las imágenes que la médica tiene durante su labor como rescatista en las Torres aparece con un barbijo puesto, en esa ocasión era para protegerla de los olores y del aire viciado de combustible y restos de escombros. “Cada foto tiene una historia, algunas son increíbles y no lo digo porque sean mías. De hecho, todavía tengo al barbijo con el que salí y no es ese celeste que se ve. Empezamos con ese y terminamos con uno con dos filtros porque respirábamos mugre”, recordó.

 

Ahora Alejandra usa un barbijo pero como una herramienta para cuidarla a ella, y a toda la humanidad, de una pandemia mundial. Si bien es sinónimo de catástrofe, atañe a una de dimensiones aún mayores de las que pudo imaginar.

 

 

 

“El día que Nueva York llegó a los tres mil muertos de COVID-19 me senté y me largué a llorar, porque cuando vos entendés la dimensión de lo que representan tres mil muertos, te das cuenta que es muchísimo. Además porque crees que es una catástrofe que nunca más ibas a ver en la vida. La pandemia son muchas Torres Gemelas, muchas historias, muchas familias y sobre todo, muchas pérdidas humanas de un día para otro”, lamentó.

 

 

¿Cómo se sigue tras el horror de lo vivido?

 

Estar como socorrista en el atentado del 9/11 no fue la única experiencia traumática que tuvo la médica. En el 2000, al poco tiempo de haberse instalado en Estados Unidos, le descubrieron cáncer de cuello de útero. La operaron y no solo logró entrar en remisión sino que, a pesar de todas las dificultades, tuvo a su hija.

 

Pero eso no fue todo, porque en el 2001, mientras dormía junto a su pareja de ese momento en su departamento neoyorquino, un incendio cercano al edificio en el que vivía la despertó. Cuando bajó a preguntarle a los bomberos si debían irse, le dijeron que no. Sin embargo, el monóxido de carbono invadió la vivienda.

 

“Estuve muerta a causa de la inhalación de monóxido, viví la sensación del túnel y tuve una experiencia maravillosa de vida y muerte. Además, atravesé una dolorosa recuperación de dos meses muy feos pero muy ricos en aprendizaje. Quizás no estamos mañana, el tiempo infinito no existe, somos temporales y cómo elegimos vivir esta vida es lo único que podemos manejar. Yo ahí no hice nada, estaba durmiendo en mi cama. Hagas o no las cosas suceden igual”, remató.

 

 

"La pandemia son muchas Torres Gemelas, muchas historias, familias y sobre todo pérdidas humanas de un día para otro”

 

 

Alejandra tomó todas aquellas experiencias y las transformó en historias que utiliza para inspirar y motivar a otros. Se especializó en neurociencia, en medicina ayurvédica (perteneciente a la filosofía hindú), en salud emocional, periodismo médico y es coach. Además, dio una charla TED “Inspirando a nuestro héroe dormido”, recibió varias medallas de honor por sus acciones en el atentado del 9/11 y escribió el libro “Disminución del riesgo de demencias” junto al puntano Gabriel Samperisi, por quien guarda un cariño afectuoso.

 

“A los ocho años mi hija vino y me preguntó: '¿Cuál es tu talento mamá?'. Le respondí que era médica y que me gustaba ayudar a las personas. Ella me miró y me contestó: 'No te pregunté de qué trabajas'. Ahí empecé con un no sé, algo que me pareció hermoso y que te lleva a un lugar de búsqueda. Después me di cuenta que la palabra no era ayudar, sino inspirar a otros. Cuando descubrís el verbo de tu propósito, la acción aparece sola”, reflexionó.

 

 

 

El objetivo de Alejandra siempre fue plasmar todas sus vivencias en un libro que planeaba sacar para los 20 años del atentado, el problema es que cada vez se suman más páginas y se acorta el tiempo. Por el momento no tiene fecha estimada de lanzamiento.

 

“Tengo todo pero siempre me falta un poco el cómo. Es el aprendizaje de una persona común que vivió tres experiencias extraordinarias, es mucho más que narrar un evento. Si bien son procesos dolorosos y te pueden tomar meses o años, si te haces más resiliente y con fortaleza se logran superar aunque no sea algo tan increíble como una pandemia o unas Torres Gemelas, sino en el diario vivir que podamos divorciarnos, transitar la muerte de un ser querido, una enfermedad o un accidente. Cada uno tiene sus propias experiencias”, finalizó la mujer, que no cuenta la historia de las Torres Gemelas sino la de una socorrista, una madre, una médica, una sobreviviente y una heroína.

 

 

 

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