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Mario García Rezamano: el arte callejero como tradición

Nació en Villazón, Bolivia, pero desde los 11 años vive en Argentina. Es maestro yesero, albañil y muralista. Fue ventrílocuo, animador infantil y payaso. Tiene más de 250 obras. Se inspira en dibujos gauchescos y tradicionalistas.

Por Johnny Díaz
| 06 de febrero de 2022
Mario García. "Siempre trato de embellecer una pared deteriorada con obras copiadas al costumbrista Florencio Molina Campos". Foto: Marianela Sánchez.

 

Mario García Rezamano es un hombre de contextura física pequeña y de baja estatura, pero arriba de una escalera, en una esquina cualquiera, parece un gigante. Como su arte muralista plasmado en las calles de San Luis.

 

Nació en Villazón, Bolivia, y de chico supo que nada le sería fácil. Tenía que cruzar la frontera con la Argentina, caminar unos cuantos kilómetros y llegar a la ciudad de La Quiaca, Jujuy, en donde Gendarmería Nacional tiene una escuela a la que concurría. Allí terminó sus estudios primarios y ganó un premio estímulo en dibujo y pintura que entregaba la empresa Alba.

 

Mario tiene 64 años y hace más de 30 que recorre el país con sus profesiones de maestro yesero, albañil, payamédico internacional, payaso con su muñeco “Coquito”, animador de fiestas infantiles y ventrílocuo. “En San Luis participé de Talento Argentino, estaban ‘El Negro’ Ferreyra y 'Lalo' Chade”, recuerda. "Pero lo que más amo es hacer murales, para que mis obras queden en el tiempo”, admite.

 

El pintor dice que su pasión por el dibujo lo atrapó siendo un niño, pero que nunca antes había incursionado, hasta que impulsado por Tania, la hija de un gran amigo que quería un dibujo de un caballo gigante, aprendió técnicas de relieve o bajorrelieve, que hoy se denomina 3D.

 

 

 

García vivió muchos años en Villa Mercedes, en la casa de la familia de Carlos Irusta, con quien entabló una amistad que aún hoy perdura: sus hijas Carlita, Daniela y Tania lo consideran uno más de la familia. “Siempre lo digo, ellos son mi verdadera familia en la Argentina”, cuenta orgulloso y emocionado.

 

Mario siempre está acompañado de su compañera "Chula’", una perra callejera que recogió en su paso por El Trapiche. Se mueve a bordo de una pintoresca y “tuneada” moto y anda por la ciudad buscando lugares en los que pueda plasmar una de sus obras. “Siempre busco paredes deterioradas, escritas o en mal estado. Ofrezco mi trabajo al dueño a cambio de un aporte para la compra de las pinturas y listo, así de fácil. Yo vivo de esto, pero a los vecinos no les cobro por mis obras”, señala despreocupado.

 

García dice que para proyectar su trabajo tiene muy en cuenta las dimensiones de la pared. Generalmente toma un dibujo gauchesco de Florencio Molina Campos (dibujante y pintor argentino, conocido por sus típicas obras costumbristas) y lo lleva a una gigantografía.

 

Prepara cemento con arena fina y comienza el modelaje, sobre relieve. No usa molde, con una espátula o un cucharín arma el diseño: "Acoplo mi profesión de maestro yesero con la del artista".

 

 

 

Explica que de esa forma hizo muchas obras incluidas las pinturas en la iglesia Catedral. Un grupo de católicos aportó para la pintura y él hizo los murales.

 

“Mis obras están y se pueden ver en diferentes barrios y en la zona del centro de la ciudad. Cada uno de ellos, tiene una 'pizca' sobre la belleza criolla, por la que tengo un gran respeto. Muchos de mis trabajos son dibujos extraídos de los almanaques con ilustraciones gauchescas o relacionados con nuestra tradición", argumenta.

 

Y explica: "Mis trabajos no son a mano alzada, como también se los denomina, esto es una copia, o una fotocopia. Es un dibujo pequeño que voy agigantando, porque siempre quise hacer algo diferente, fuera de lo común. Así nacieron mis dibujos que son medio esculturas y medio dibujos".

 

Hace más de 20 años que García vive de los murales y dejó su trabajo de albañilería por considerarlo muy pesado. Tiene obras en Villa Mercedes, Justo Daract, Naschel, La Toma y El Trapiche, donde pintó murales en todas las paradas de los colectivos, contratado por el entonces intendente Marcelo Páez Logioia. También ha hecho murales en Caucete, San Juan, donde el Municipio solicitó sus servicios.

 

"Tengo más de 250 obras por estas calles y también privadas. Lo hago sin un interés económico, yo lo considero un verdadero arte callejero. Toda aquella persona o institución que quiera tener una de mis obras puede contar con ello. Solo necesito para mis gastos de comida y pinturas”, dice.

 

Mario recorrió varias provincias del país y admite que conoce más Argentina que Bolivia. “Llevo más de 30 años viviendo acá. Estoy a punto de cumplir 65 años y quiero jubilarme. Pienso volver a Villazón y recorrer sus calles como en mi infancia, pero mi vida está acá, vivo cómodo, a veces bien, otras no tanto, pero amo este bendito país”, dice.

 

Mario se radicó en Villa Mercedes desde donde recorrió buena parte de la provincia, hasta afincarse en la capital sanluiseña.

 

"Estoy radicado en San Luis porque es una bendición de Dios, la gente es muy agradable, me siento muy cómodo, a gusto y muy respetado. Su gente es muy buena y sabe apreciar mis obras. De esa manera me hice conocido, cada día que pasa, más trabajo tengo y aquí estoy", entiende.

 

Cuenta que cuando se radicó en San Luis no tenía dónde vivir, pero que conoció a quien con el tiempo sería un gran amigo, Jorge Orozco, conductor de ómnibus, que le facilitó un lugar en su casa del barrio Cerro de la Cruz. "Una excelente persona, muy humano, un verdadero señor a quien le agradezco profundamente el gesto que tuvo conmigo y mi mascota 'Chula'", dice García.

 

En defensa de los artistas callejeros, el hombre dice que los entes gubernamentales deberían apoyar este tipo de arte. "San Luis tiene muy buenos artistas en diferentes actividades, están ocultos, sin hacer nada y así se van perdiendo. Creo que deberíamos estar unidos para una eventual convocatoria que a todos nos beneficiaría”. 

 

Por último dice que sueña con volver a ver a su madre Fanny, quien vive en Salta (que no está bien de salud) y a su hermana Valentina, quien reside en Villazón, cerca de Bermejo, en Bolivia. "La pandemia no me deja mover, pero cada día que pasa más cerca estoy de viajar a mi pueblo y abrazar a mi madre".

 

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