Para muchos argentinos, la semana del 24 de marzo acerca cierta conmoción interna. Provoca una emoción distinta, un recuerdo imborrable. Desde distintas miradas, desde momentos difusos o muy presentes, desde la militancia o desde el llano más absoluto. En los más grandes se recrean escenas conmovedoras, aparecen seres irrepetibles.
La educación ha cambiado mucho. En muchos casos la escuela va al hueso. Algunos docentes no se permiten ambigüedades. Entonces aparece el sobrino y encara al tío que hace unos años superó los sesenta: “La profe de Sociales me mandó a preguntarle a alguien de mi familia que haya vivido en aquellos años, ¿cómo era su vida? Y yo te elegí a vos. Y no hay escapatoria. Adelante…”
“Fue muy duro ser joven en dictadura. No salíamos a la calle sin documentos. La barba era sospechosa. La elección sexual ya la habían hecho los militares. No se podía ingresar a la facultad sin presentar la libreta universitaria, ni con el pelo largo. Hicieron todo lo posible por arancelar la universidad pública. Los centros de estudiantes no existían. Leer ya se consideraba provocativo y, encima, nos elegían los libros que podíamos leer, los discos o cassettes que podíamos escuchar, las películas que podíamos ver y los actores de los que podíamos disfrutar. Era pecado ser rebelde, judío, homosexual o contestatario. Y según la voluntad del milico, todo podía ser pecado. Era peligrosísima cualquier militancia y cualquier noción de política. Algunos por convicción, por referencias de familiares o amigos, por sensibilidad o por lo que fuera sabíamos de la represión y de los desaparecidos; otros ni sabían, ni querían saber nada. La tele decía todas ligerezas o mentiras. Me encantaba leer la revista Humor. Padecimos el destrozo de los sindicatos y de la industria nacional, y la invención de la bicicleta financiera. Una ley de entidades financieras que impuso la timba y la especulación por sobre cualquier intento productivo. Las firmes columnas de los bancos tambalearon como nunca. Intervinieron el Poder Legislativo, la Justicia y cada provincia.
Decía que algunos sabíamos y otros no. En tercer año, en cada recreo, en peligroso secreto, mi compañero de banco me apartaba y me contaba los detalles de la desaparición de su prima. Con quién se la habían chupado, cuántas gestiones desesperadas hacían. Y cómo todas naufragaban. Y cada despertar un desencuentro. Ya en cuarto año su tía era parte de las Madres de Plaza de Mayo. Y con el tiempo fuimos a la plaza y participamos de las Marchas de la Resistencia. Será por eso que hoy fuimos a la plaza una vez más. Y en el desorden un mundial de fútbol. Y la libertad y la democracia eran sueños imposibles, eran ideales inalcanzables. Y el general juraba que las urnas estaban bien guardadas… Y cada cual tendrá muchas otras cosas para contar. Para explicar la gesta de Malvinas, la movilización popular en todas sus formas, el exilio, la gesta cultural de los músicos y del Teatro Abierto y sus rémoras, y la emoción de votar después de tantos años, o por primera vez en 1983. Y podría decir mucho más, pero me parece suficiente ya que no cabe victimizarse. Celebro que ni remotamente tengas idea de muchas de estas sensaciones. Valen para aprender, para no repetirlas, para sostener la memoria popular, para que Nunca Más. Todo esto explica el valor único de la libertad y de la plena vigencia de la democracia. Es complejo conocer el valor de que la posibilidad de un golpe militar ya no tenga cabida en la imaginación de nadie. Hay miles de problemas, pero todas las soluciones caben en el marco de la democracia, y en ningún otro ámbito. Debe ser por eso que cada 24 vamos a cada plaza, de cada ciudad. Vamos a cultivar esta memoria, a honrar la verdad y a construir la justicia que debe prevalecer plena e implacable”.


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