Del punk rock a la cumbia urbana hay un corto trecho
El artista habló sobre cómo compuso su nuevo EP, “FM Igualdad”, a la vez que descubrió que quería ser músico y cómo llegó a convertirse en uno.
En una cabaña, en un pueblo de Corrientes, Ilán Amores y algunos de sus amigos más queridos armonizaban juntos en un ritual cuasichamánico. Bajo una luna llena, a la luz de las velas, acordes y letras le bajaban como si fuera un médium y dieron origen a dos de sus discos: "Chico chico" y su último EP, "FM igualdad". Ya de pequeño, Ilán sabía que su camino iba a ser diferente al de su mamá y papá, una arquitecta y un ingeniero. Aunque a su manera también son dos artistas, lo que apasionaba al niño era la música. “Veía a mi viejo con la camisa y una birome en el bolsillo del frente, y pensaba ‘eso no es para mí’”, confesó. “Miraba MTV y a Travis Barker (baterista de Blink-182) tocando, todo tatuado, y sabía que eso era lo que quería ser”.
“Empecé a tocar la batería desde muy chico; mi primer encuentro con la música fue a los 5 años, cuando en la escuela me enseñaron un libro de lectura musical que estaba muy bueno. Con un par de palillos te enseñaban a leer ritmo y me entusiasmó mucho. Me resultó fácil. Ahí me puse a tratar de averiguar todo lo que pudiera al respecto”, recordó el músico y agregó: “A esa edad, ver una batería era como estar en un parque de diversiones; miraba todo, hasta la última tuerca, estaba descubriendo un mundo que era muy nuevo para mí. Me acuerdo que en unas vacaciones familiares fuimos a un bar y tocaba una banda, y yo me quedaba al lado del baterista para observar todo lo que hacía”.
Todo ese entusiasmo y la insistencia derivaron en la decisión de que el pequeño Ilán comenzara sus clases de batería. De esa forma podrían ver cómo se relacionaba con la disciplina. Así fue que poco tiempo después logró que le compraran el tan preciado instrumento. En 2001 viajó desde Buenos Aires a Misiones junto a su familia, escapando de la crisis que se atravesaba sobre todo en la gran ciudad. Allí transcurrió toda su adolescencia y manifestó su inquietud por armar su primera bandita. “Tenía 13 o 14 años y conocí a un pibe en la escuela que tenía una guitarra; a otro chico lo obligamos a que se comprara un bajo y tocara con nosotros. Ahí armamos nuestra primera bandita, que se llamaba Anarquía Punk Rock. Yo tenía una cresta amarilla —contó el músico, entre risas—. Cuando me acuerdo de esas historias me da nostalgia. Las ganas que teníamos de involucrarnos en esto eran inmensas”.
Un cambio de paradigma
“Desde chico siempre escuché todo tipo de música; me gusta conocer cosas nuevas y en un momento me enloquecí con Mano Negra, Karamelo Santo y todos esos grupos que mezclaban sonidos. Yo estaba abierto y conectado con esa forma de hacer música. Estuve mucho tiempo de gira con una banda punk de Rosario, Santa Fe, que se llama Argies, que toca por todo el mundo de manera independiente, y en medio de esos viajes, donde me iba 6 meses a una gira por Europa y México, volvía y estaba con ganas de hacer música, de grabarme a mí mismo y hacerlo solo, sin depender de ningún técnico o ingeniero de sonido. Me di cuenta de que había cosas que no podía comunicar, como que pasaban siempre por el filtro creativo de otras personas, donde cosas que para mí tenían un significado para ellos podían ser clasificadas como errores, y yo no quería que nadie interviniera en mi sonido, quería tocar yo y en esa vuelta a Misiones todas esas cosas en la olla armaron el inicio de mi música nueva”, indicó.
“Después de haber tocado en escenarios grandes y chicos, de haber conocido a mis ídolos del punk rock —expresó—, de haber realmente hecho pie en ese terreno, que es tan importante para mí, por el amor al punk rock desde chiquito, lo di por finalizado”.
Una experiencia chamánica
Tras volver de una gira, se fue a Corrientes, a una cabaña con sus amigos. “Tomamos un montón de ácido y me puse a escribir con ellos las canciones, como si estuviéramos en un ritual. Además, les dábamos esa energía: la luz a la noche, con la luna llena arriba nuestro, a la luz de las velas, con un cuaderno. Venía un amigo, quien se tomó la responsabilidad de chamán, y le tiraba las gotas de vino con coca al cuaderno, como si fuera agua bendita. Después venía otro, le tiraba cera de vela a la guitarra y decía unas palabras. Ninguno de ellos es músico y eso era importante para mí; aunque suene poco colaborativo y medio celoso, venía de trabajar en grupo y lo que quería era algo mío. Era diferente, con amigos que me tiraban ideas y yo las iba siguiendo como corazonadas; todo eso lo terminé y volví a Buenos Aires con los demos”, recordó.
“Acortame el tema”
Para “FM igualdad”, su último EP, el músico loopeó un beat de cuatro compases de cumbia durante 11 minutos; una canción larguísima. Pero el sello que la editó le pidió que la corte. “Yo quería hacer una cumbia de esa manera, toda larga, porque cuando agarro una guitarra y me siento a tocar para mi gente, canto así. Empiezo con una base y canto 10 o 15 minutos sin parar; voy metiendo una canción arriba de la otra sobre un mismo beat”, explicó.
“La cuestión es que el sello me dijo ‘amigo, no vamos a grabar una cumbia de 11 minutos’, entonces la cortamos en 4 y la sacamos como un EP”, agregó.
Para hacer el video, que está realizado en un plano secuencia, se juntó en Buenos Aires con su crew, que se llama Metal 2mg. “Son personas que hacen de todo y son multitasking del arte, están pisando fuerte en la escena y yo formo parte de ese movimiento —afirmó—; quería retratarlos como un día normal en nuestro taller y creo que quedó muy lindo”.
Tras todo ese proceso creativo y el lanzamiento del EP, Ilán planea realizar un show en Buenos Aires el 24 de abril y armar una banda para que lo acompañe. Aunque aún no tiene más fechas programadas, el deseo del músico de recorrer el país está latente y a la espera de ser concretado. Probablemente tenga a San Luis como un escenario en una gira como las que está acostumbrado a hacer.


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