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¿Panza llena, cuerpo sano?

Factores económicos, biológicos y externos ponen en riesgo la salud de los niños y adolescentes. los desafíos que enfrenta toda una generación extremista, que va de la obesidad a los trastornos alimenticios.

Por Astrid Moreno
| 13 de junio de 2022

Uno de los determinantes de cómo será la vida comienza al momento de nacer. Por fuera de un análisis filosófico, hay una primera decisión que marca conductas y mecanismos que nos seguirán para siempre. ¿Parto natural o cesárea?

 

Los estudios recientes en nutrición mostraron que la microbiota intestinal es una pieza fundamental en la mantención del funcionamiento del intestino, modula la respuesta inmunológica y las bacterias que allí se albergan participan en la depuración de toxinas provenientes de la dieta.

 

Además, interviene en la regulación del metabolismo energético. La composición de la flora intestinal determina el nivel de eficacia en la extracción de la energía de los alimentos consumidos, así como una mayor o menor tendencia a depositar el exceso de ella en forma de tejido adiposo.

 

Investigadores de la salud publicaron una investigación en la biblioteca electrónica SciELO, una iniciativa del Centro Latinoamericano y del Caribe de Información en Ciencias de la Salud, en la que demostraron que pacientes obesos presentan una microbiota intestinal distinta a la de aquellos con un normopeso. Actualmente, los estudios se abrieron a otras ramas que buscan demostrar su influencia en enfermedades como la diabetes.

 

Pero, ¿qué determina la formación de la microbiota? Un grupo de investigadores del equipo de Nature, una de las más prestigiosas revistas científicas a nivel mundial, demostraron que su desarrollo se da entre los tres meses y casi cuatro años. Y estará determinada por el tipo de parto, si el recién nacido estuvo en cuidados neonatales, si tuvo acceso a leche materna y su temprano acceso a antibióticos.

 

“Estamos aprendiendo a reconocer la importancia fundamental que tienen las células de la microbiota intestinal (que se absorben al salir por el canal vaginal materno). Es un factor que actúa como regulador del balance energético, que ingerir la misma cantidad de energía que se gasta”, explicó a Cooltura la pediatra y presidente de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN), Miriam Tonietti.

 

En su génesis, los humanos cazaban sus alimentos, por lo que pasaban varios días de ayuno. Era la microbiota intestinal la que permitía extraer al máximo la energía de los alimentos para generar un almacenamiento de grasa corporal. En ese momento representaba una ventaja selectiva que le permitió a la especie sobrevivir. Hoy, sin embargo, juega en contra. En la actualidad, esta característica ahorradora contribuye a la acumulación de grasa y, como consecuencia, al desarrollo de enfermedades.

 

Ahora, es contra la cabeza que los humanos deben combatir para mantener la microbiota a su favor. “Está relacionado a los comportamientos y el no poder descifrar cuáles son los motivos que llevan a comer y las señales preexistentes. Algunos están relacionados con el hambre, otros con el aburrimiento, la depresión, la ansiedad y otros factores que tienen que ver con el hambre emocional como gatillo para buscar un alivio o satisfacciones a situaciones que no se resuelven comiendo. Uno se siente mejor después de haberlo hecho, pero inmediatamente vuelve esa emoción que no se curó con la ingesta”, razonó.

 

La única manera de lograr un equilibrio energético, y por ende evitar la malnutrición, es con hábitos que se forman, en primera instancia, en casa y desde pequeños. La especialista resaltó que, como pediatras, son ellos los que ocupan un rol fundamental en los primeros años de vida y quienes deben guiar a la familia para el correcto comportamiento alimentario.

 

“Nosotros vemos en el consultorio que si los padres son sedentarios o tienen sobrepeso es en esos chicos en los que tenemos que empezar a trabajar desde temprano con asesoría nutricional y estilo de vida para intentar prevenir el desarrollo de cosas que cuesta muchísimo después modificar”, explicó.

 

La última Encuesta Nacional de Nutrición y Salud realizada por la Secretaría de Gobierno de la Nación reveló que el 41,1 por ciento de los niños y adolescentes, de entre 5 y 17 años, tienen sobrepeso y obesidad en la Argentina. Según la SAN, desde 1975 a 2016 la tasa de obesidad en niñas, a nivel global, pasó de 0,5 por ciento al 7 por ciento; aunque en varones es mayor. Además, en las últimas dos décadas se duplicó la prevalencia de obesidad en los infantes: antes era de uno cada diez y hoy es de uno cada cinco. A su vez, el 80 por ciento de las personas que tuvieron sobrepeso en su niñez continúan de adultos.

 

La consecuencia son las enfermedades asociadas al aumento de tejido adiposo que cuando está en cantidades excesivas se vuelve disfuncional. “Ese depósito de energía se transforma en un órgano que produce sustancias inflamatorias que conllevan a la posibilidad de desarrollar hipertensión. Eso marca un acelerado proceso de envejecimiento corporal”, profundizó Tonietti.

 

El estudio “Action teens”, impulsado por el laboratorio Novo Nordisk, reveló que el 87 por ciento de los médicos aseguraron no haber tenido un entrenamiento significativo sobre cómo tratar el sobrepeso.

 

Estos números conviven con otros relacionados a la malnutrición. Una de cada tres mujeres jóvenes padece de Trastornos de la Conducta Alimenticia (TCA), informó La Sociedad Argentina de Pediatría (SAP). Además, Argentina es el segundo país con más casos de TCA en el mundo. También, el 42,1 por ciento de los niños y adolescentes presentan malnutrición, con base en el indicador realizado por el observatorio “Argentina contra el hambre". En San Luis es del 40.58 por ciento.

 

Según la presidente de la Sociedad Argentina de Nutrición hay múltiples causantes de esta situación alimentaria. “Hay factores condicionantes genéticos, además de la importancia que tiene la imagen corporal sobre todo en algunos grupos etarios y la difusión a través de los medios de cuerpos y situaciones ideales”, concluyó.

 

Otros factores que se podrían añadir son la falta de preparación en los especialistas de la salud para abordar los temas relacionados a la buena alimentación y el poder adquisitivo de la familia tipo. Según la especialista, lograr una dieta sana actualmente es algo muy costoso, en un país en el que los últimos datos revelados por el Indec mostraron un índice de pobreza del 37,3 por ciento. El problema es más grande que el famoso dicho "panza llena, corazón contento". Con qué nutrimos esas panzas es el verdadero paradigma.

 

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