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La esquina de la cultura: la tradicional Librería Anello

Abrió sus puertas en 1917 como almacén de ramos generales. Fue bazar, librería, papelería y juguetería. Siempre estuvo al servicio de la sabiduría y la educación. También editó libros de autores puntanos. Está viva por la pasión a los libros.

Por Johnny Díaz
| 17 de julio de 2022
Pablo Javier Anello. "Mi familia comenzó en esta esquina con un almacén, hoy es una histórica librería sanluiseña". Foto: Martín Gómez/Gentileza.

La tradicional Librería Anello, recodada como la esquina de la cultura o el rincón cultural, cumplió 105 años sembrando cultura y conocimiento en los sanluiseños.

 

La historia de este histórico templo de la sabiduría y la cultura, arranca aproximadamente en el año 1900 cuando llegó a San Luis don Felipe Anello, un italiano proveniente de la localidad de Basicò, provincia de Mesina, región de Sicilia. El hombre se radicó en la calle Pedernera, antes de Rivadavia, donde hoy se levanta un reconocido casino y después en Rivadavia esquina Buenos Aires. Desde 1917 a la fecha está en la esquina de Colón y Belgrano. Una vez instalado, Anello hizo que viajara a la Argentina su esposa, Ana Bardaro.

 

 

Única. Una guía comercial nacional del año 1899 al año 1921.

 

 

"Mis abuelos —dice Pablo Javier Anello, uno de sus nietos— pusieron un negocio de ramos generales, la Despensa Cuyo, y en calle General Paz, al lado de lo que hoy es el club Guay Curú, abrieron un vivero: La Primavera. Cultivaron la tierra en una quinta de su propiedad en San Juan y Juan W. Gez, donde los mejores productos de frutas y verduras eran enviados a Buenos Aires y el resto se comercializaba en el mercado central de San Luis”.

 

 

 

La Primavera. El vivero que estaba en General Paz y Pringles.

 

 

Felipe Anello y Ana Bardaro tuvieron cuatro hijos, José Felipe (quien se recibió de maestro y trabajó con el padre José Stagnitta en el Colegio "Santo Tomás de Aquino"), Ángela María (profesora de matemáticas casada con Lacono y radicada en Estados Unidos por mucho tiempo), Ana Ángela Antonia, quien fue monja misionera en Centroamérica, y Pedro Antonio Felipe, quien se recibió de docente, pero nunca ejerció.

 

 

Los hermanos. Ana, Ángela, José y Pedro Antonio Felipe.

 

 

“Una casualidad muy grande sucedió con los cuatro hermanos, quienes fallecieron en el orden en que nacieron: primero fue mi tío José, después mis tías Ángela María, Ana Ángela Antonia, y por último mi padre que era el menor”, dice.

 

Pablo recuerda que como su padre era un poco reacio al estudio, "mi abuelo lo envió a Justo Daract donde estaba mi tío José Antonio, y mi tía Aurora Pino. Allá se las ingenió para hacerse de grandes amigos como lo fueron 'Coco' Perino y Agustín Olagaray, amistad que fue por años muy duradera, tal es así que cuando yo era chico con don Agustín tallábamos madera terciada en Potrero de los Funes”.

 

 

70 años. Pedro Antonio Felipe cuando festejó su cumpleaños.

 

 

El fallecimiento de Ana Bardaro hizo que don Felipe le sugiriera a su hijo menor que asumiera uno de los emprendimientos familiares. “Mi padre se hizo cargo del almacén de ramos generales y ahí se inició en el comercio. Le agregó la venta de libros religiosos comprados a un comercio que funcionaba donde está hoy el Concejo Deliberante. Al frente estaba la Escuela Normal de Varones que dependía de la Universidad Nacional de Cuyo y después de la Universidad Nacional de San Luis. Lentamente le agregó la venta de libros de texto y útiles escolares. Don 'Pocho' Mercau, representante de Kapeluz, le acercaba más libros educativos. Así comenzó todo”.

 

 

Gran nevada. El mal tiempo no frenaba el trabajo de don Felipe Anello. 

 

 

Por esos años, donde hoy está la iglesia de los mormones, don Velásquez, a quien todos conocían como "El Machuca", tenía un gimnasio donde solían practicar el "Mono" Gatica y otros reconocidos boxeadores. "Entre los vecinos estaban Torrejón Sánchez, la familia Dagfal que llegó de Balde, el 'Gallo’ Parellada, la pintora Olga Poblet, ‘Chichi’ Di Sisto, una de las  fundadoras del Instituto Aleluya, la imprenta Irsen, Ovidio Garay, la tintorería Los Mil Colores y la sede de la Armada", recuerda Pablo.

 

 

Recuerdo. Felipe Anello (h), el abuelo Felipe, su padre y Ana Bardaro.

 

 

Su padre se había casado en Las Chacras, Departamento San Martín, con Noelia del Tránsito Véliz, docente de la escuela de oficios "John Fitzgerald Kennedy" (hoy desaparecida), prima hermana de Jesús Liberato Tobares y hermana de Ricardo "Coco" Véliz, reconocido vecino de la zona. "Entre los años 1943 y 1946, mi padre se lanzó decididamente a la venta de libros. Digo esto porque en nuestro archivo tenemos libros de colección de la editorial Sparza, se agregaron libros técnicos, universitarios, de oficio, para radioaficionados, de agronomía, manualidades, escolares y de electrónica. Era librería, papelería, juguetería y bazar, había de todo. Era un muy buen momento, siempre había gente comprando. Con los años, mi padre se quedó solo con la venta de libros y papelería, amaba su trabajo, era un apasionado", señala Pablo.

 

Pedro Anello estuvo al frente del negocio hasta 1996. Su salud y la edad hicieron que Pablo se hiciera cargo de la librería y su hermana María Lucía de la papelería.

 

 

Familia. Don Felipe, su esposa Noelia y sus hijos Pablo y Lucía Anello.

 

 

Sobre el futuro de la librería, ante el avance de la tecnología, Pablo entiende que "hoy una librería es similar al cofre de los recuerdos, me duele lo que digo, pero uno ve cómo ha caído el consumo masivo de la lectura. Hoy se leen en computadoras y se pueden adquirir en kioscos, farmacias o supermercados, pero carecen del asesoramiento de un profesional”.

 

El hombre está en la librería desde los 13 años y siente que nunca vivió una situación similar: no faltan libros, faltan lectores. "Hoy la gente  prioriza otras cosas como la educación, la vestimenta, los alimentos o el confort, que no está mal, pero es la realidad. Culturalmente nos hemos quedado atrás, por ejemplo, antes nos mandaban cinco o seis cajas del libro 'Raíces' y no quedaba un ejemplar, hoy es al revés, más de la mitad quedan en la vidriera porque sus costos son altos”, analiza Anello.

 

Para que nadie se quedará sin estudiar, o sin tener su libro de estudio o de investigación, la tradicional librería les abrió cuentas corrientes a viejos clientes, profesionales de la justicia, médicos, educadores y alumnos universitarios, cientos de fichas así lo confirman. “Mi padre no quería que nadie se quedara sin estudiar o sin tener un libro, se los financiaba, era un adelantado”, agrega orgulloso.

 

 

1971. José Antonio, Ángela María, Ana Ángela Antonia y Pedro, en un recuerdo familiar.

 

 

Pablo, quien tiene 54 años, reconoce: “Después de leer un libro de Bill Gates, pensé que los libros nunca desaparecerían y me ilusioné, pensé que los libros y la computadora irían de la mano y no fue así, estamos en un pozo. No todos tienen una computadora y comprar un libro es costoso, mientras más ignorantes nos tienen, más fácil de arriar somos”.

 

“Pedro Anello no solamente fue un hábil comerciante, fue un librero de alma, con otra mentalidad y, como era docente, también educaba. Recuerdo que mi tío era activo participante del Ateneo de la Juventud y se encargaba —junto a otras personas— de difundir nuestra cultura, mi padre se sumó a ellos y pudo hacer algo más". Fueron a la empresa Brillapel, en el parque industrial, donde les donaron papel que estaba para las chacaritas y, con un fondo en común, Anello comenzó a editar y vender libros de autores sanluiseños para que se conocieran las raíces y el escritor puntano saliera del anonimato.

 

 

Hoy. Pablo Anello, Javier Marcelo Muñoz y Lucía Ximena Arrascaeta, en la tradicional esquina.

 

 

"Tuve el gran orgullo de ser ahijado del profesor Hugo Arnaldo Fourcade y de Mérida Tobares, la farmacéutica de San Martín, dos excelentes personas y grandes amigos de mi padre. En esta esquina siempre se respiró cultura, por acá pasaron el abogado Eduardo D’Angelo Rodríguez, el geólogo Gabino Puello, los hermanos Chatá, 'Coco' Perino, Polo Godoy Rojo, Jorge Sallenave, Jesús Liberato Tobares, Gerónimo Castillo, Menéndez y muchos otros profesionales de la justicia y de la medicina. Escritores puntanos cuyos libros se mantienen en vidriera como un culto a ellos”, dice Pablo.

 

Y agrega que como colaboradores estuvieron Horacio Zavala, de Naschel, quien mientras estudiaba farmacia se ganaba unos pesos. También Cecilia López y su hermana, Mabel Susana Cadelago, Claudia Mazzina, Berta Sánchez y su hermano Roberto, "Panchito" Gil, las mellizas Nellar y Nora Domínguez.

 

"Nuestro futuro como libreros es complicado, desalentador, no sabemos qué haremos. Recuerdo que vinieron a alquilar la esquina. Cuando me lo dijeron, miré a mi padre que estaba sentado en su escritorio y me dije, si lo hago será como una traición. Hoy la seguimos remando", admite.

 

 

 

 

Producto de su unión con Claudia Ortega, docente universitaria e investigadora de la UNSL, tiene dos hijos, Ana Paula que estudia Agronomía y Pablo Valentín, Medicina. "Es muy difícil que ellos continúen con este rubro, la realidad indica otra cosa", reconoce el librero.

 

Y sentencia: "Hoy por distintos motivos se ha perdido el gusto de tener un libro en la mano, abrirlo, sentir el olor al papel o la tinta, leer su prólogo, marcar un texto o colocar un señalador. Duele que haya tantos libros y tan pocos lectores".

 

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