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Maggie Di Gennaro: el arte como forma de superación

Nació con parálisis cerebral, patología que le afectó su motricidad. Trabaja con pinturas, hojas secas, madera y hace vitraux y mosaiquismo. Lleva doce años ligada al arte y sueña con pintar cuadros.

Por Johnny Díaz
| 31 de julio de 2022
Creadora. "Cuando descubrí el arte tenía 18 años. Eso me cambió la vida para siempre, soy una agradecida", dice Maggie. Fotos: Marina Balbo/Gentileza

María del Carmen Di Gennaro, nacida el 17 de julio de 1975, es una artista plástica sanluiseña que les pone mucho amor y pasión a sus obras. La mujer, más conocida como Maggie, es una vecina del barrio El Lince de la capital puntana, donde tiene su atelier, sus afectos y a su madre Celia, pilar fundamental en la vida de la artista.

 

“Comencé a trabajar hace muchos años en el arte de hacer manualidades, pero profesionalmente hace unos doce que le dedico todo mi tiempo. A los 18 años, en plena adolescencia, sentí que tenía que sufrir un cambio. Tengo parálisis cerebral y mi vida pasaba por mirar televisión, no sentía ganas de hacer nada, ni siquiera quería ir a la universidad. Mi depresión era muy fuerte, nada me interesaba, solo iba al gimnasio. Así fue hasta que en una sesión, mi psicólogo me preguntó si tenía algún hobby o qué quería hacer de mi vida. Me sugirió que hiciera manualidades y fue ahí donde descubrí las tarjetas españolas, y me entusiasmó mucho”, relata Maggie.

 

 Como hermana. "Con Ely nos une una gran amistad de muchos años".

 

 

Admite que eso fue un buen empujón a su vida ociosa: miraba por aquellos años el programa “Utilísima” y se inscribió en un curso de manualidades. “Ese fue mi comienzo, asistía a clases y descubrí el arte y un montón de cosas que cambiarían mi vida. Hice decoupage (arte francés de pegar las servilletas o papel sobre maderas u otro material), vi cómo se pegaban las servilletas y se pintaban las cajas, y me prendí con eso. También mosaiquismo, vitraux y distintas técnicas", recuerda.

 

 

Maggie Di Gennaro comenzó a caminar cuando tenía seis años, y su problema motriz le permite moverse sola, pero con mucha dificultad. “Aprendí sola, golpeándome contra el piso cientos de veces, nunca usé bastón, trípode, muletas ni sillas de ruedas, siempre me las ingenié como podía, pura perseverancia", explicó.

 

Hizo la primaria en la escuela "Juan Pascual Pringles" y posteriormente el secundario en la "Lafinur". "Éramos un grupo muy lindo, que conocía mis limitaciones y siempre estaba a mi lado. Todos mis amigos y compañeros de escuela estaban, siempre me sentí protegida y mimada por mis compañeros”, dice la artista.

 

 El pilar. "Sin mi mamá Celia todo sería mucho más difícil, es mi cable a tierra y mi sostén", dice la artista.

 

Sobre su discapacidad motriz, Maggie cuenta que se debe a que a su madre le dejaron pasar el parto en el hospital donde nació. Y cuenta: "Los profesionales iban y venían y no tuvo una buena atención, ella era muy delgada y yo demasiado grandota al nacer. Por más que pujaba, le tuvieron que hacer cesárea. Tenía el cordón umbilical enrollado al cuello. A los pocos días mi madre se dio cuenta de que mis extremidades inferiores carecían de movimientos; le dijeron que era por ‘gordita’, algo de no creer, pero bueno, eran otras épocas donde no había tanta tecnología como hoy”.

 

No conforme con eso, su madre la llevó a Mendoza y allá le diagnosticaron parálisis cerebral: "No sabían cómo evolucionaría esa enfermedad y me afectó la parte motriz. Al año me operaron de los aductores, a los 3 del Talón de Aquiles y así sucesivamente", relata.

 

En 1999 tuvo otra operación: le sacaron músculos del cuádriceps para injertarlos. "Me hicieron un alargue de tendones porque me dolían mucho las rodillas, antes caminaba como en punta de pie, me movía como un péndulo y parecía que en cualquier momento me caería. En esos tiempos era todo muy difícil, pero yo le ponía toda la voluntad que podía, hoy felizmente es distinto", recuerda Maggie.

 

 En su atelier. Maggie trabajando durante una clase con su profesora Graciela Caruso.

 

 

Y agrega: "Con la operación la situación mejoró bastante, pero no tengo mucho estabilidad, me doy cuenta cuando salgo a lugares abiertos y necesito ayuda para caminar con tranquilidad. Sabía de qué se trataba, era consciente de todo, no me sentía distinta pese a que tenía un grado de discapacidad importante. Estaba como en una cápsula, tuve una adolescencia normal como todos, estudié en tiempo y forma y rendí cuando no estudiaba. Lo que me frena mucho es el tartamudeo cuando me pongo nerviosa".

 

La universidad fue un poco diferente, ella la define como "brava, porque me asusté". Quería estudiar Psicología y le afectó estar rodeada de gente que no conocía: "Me encontré con otro mundo —dice—, daban clases en el Comedor Universitario hasta las 16 y a la misma hora comenzaban los módulos en el edificio de la avenida Ejército de los Andes. No llegaba con mis tiempos y eso me ponía muy mal. Hablé con mi madre y no fui más, no sabía cómo desenvolverme. Ahí comenzó la vida que llevo hoy”.

 

Maggie quiere que quien lleve sus obras tenga un buen recuerdo. "Que sepa que ahí se lleva parte de mi corazón, porque a mis trabajos les pongo mucho amor, soy una apasionada en lo que hago", confiesa.

 

 Un pilar. La tía Nelly, hemana de su mamá, otro de los sostenes de la artista del barrio El Lince.

 

El arte como refugio

 

Su primera profesora fue Graciela Ricobelli, después estudió con Ana Picitelli por varios años. Hizo arte francés y hoy su profesora, que le da clases en su casa por razones sanitarias, es Graciela Caruso. Con ella aprende pinturas más decorativas y amplía sus conocimientos y técnicas. También ha hecho ponchos en telar.

 

La artista dice que en realidad hace lo que está de moda o lo que le llama más la atención: "Al ver mucho internet, uno encuentra muchas cosas importantes que pueden servir. En mi caso, cuando aprendo una técnica dejo de avanzar un poco, entonces rápidamente quiero pasar a otra cosa”.

 

Reconoce que cuando hace cursos aprende a valorar su trabajo, porque advierte el tiempo que lleva desarrollarlos y los insumos o materiales que cada día tienen un valor distinto o no entran al país. Muchos de los materiales son comprados en San Luis, Córdoba o Mendoza, y algunos en Buenos Aires. Su madre, a quien considera su cable a tierra y su pilar, es la encargada de llevarle los insumos a su casa.

 

En relación a la venta de sus obras, Maggie dice: “Soy muy insegura en ese tema, cuando me piden un trabajo lo primero que pregunto es qué es lo que no les gusta. Lo demás es mi creación, mi obra. Todo se da de boca en boca, se vendía muy bien pero ahora, como está la situación, hay poca comercialización, pero sigo adelante. No hago mucha propaganda de mis trabajos, cumplo con mi actividad y cuando me piden una obra la hago sin problemas. Esto es una terapia para mí, paso todo el día en mi atelier”.

 

 Artesanías. Trabajos realizados por la artista plástica en su atelier donde crea.

 

 

“Hace un mes fuimos a Juana Koslay, a una feria artesanal artística, y resultó una muy linda experiencia. Era la primera vez que exponía las cosas que yo hago, me sirvió mucho, aunque no vendí nada, no me importó. Fui con el grupo que hacemos los talleres. Graciela nos dicta un curso abierto donde hacemos lo que venga a nuestras mentes mientras aprendemos otras técnicas. Por ejemplo, yo quiero aprender a pintar cuadros y estoy enfocada en eso, vamos a ver qué pasa de acá a fin de año”.

 

La joven dedica un párrafo aparte a Celia, su madre: “Mamá es increíble, es mi cable a tierra, sin ella todo sería mucho más difícil. Le digo que es mi secretaria y se ríe, es quien le pone la pincelada final a mis obras. Es tan detallista como yo, por ejemplo a los cuadros les coloca hasta el colgante. Es quien me trae los materiales y los insumos, y en la casa es todo. Está siempre a mi lado sin pedir nada, es todo bondad. Es mi vida, mi pilar, mi sostén, no podría hacer lo que hago sin ella”.

 

Maggie se define como una persona que se autoexige mucho, le pone pasión a sus obras. “Si vendo, quiero que quien compra mi trabajo sepa que se lleva algo muy bueno, hecho con responsabilidad y seriedad. Se está llevando algo muy mío, porque para mí es como si fuera un hijo, se están llevando parte de mí”, reconoce.

 

 En exposición. En una feria artesanal realizada en Juana Koslay el pasado mes de junio.

 

Una vida de esfuerzo

 

"Creo que lo mejor que me pasó en la vida es haber descubierto el arte, me encanta todo. Todo para mí es arte; por ejemplo, no puedo bailar pero me encanta, las piernas no me funcionan bien pero mis manos y mi cabeza lo hacen de maravillas. Mi mente es lo que más tengo activo”, dice.

 

Maggie, sin tapujos y sin nada que ocultar, cuenta que no se puede manejar con total libertad por su problema cerebral, y lo asume con dignidad. "Pierdo muy seguido el equilibrio. Nunca sentí bullying, al contrario, cuando necesito ayuda, la pido, no me molesta para nada. Soy una mujer agradecida por lo que me toca vivir, me siento protegida, además tengo a mi madre a mi lado que nunca me deja sola”.

 

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